Dusk

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Observé a Andrea mientras se alejaba, caminaba con ese movimiento típico de las jovencitas de ahora, pero ella parecía más joven, incluso infantil. Cuando la conocí pensé que era una pequeña inmadura, la clase de estudiante que adula a su profesor en busca de mejores notas. Andrea no era esa chica. Cuando hablaba parecía mayor, a veces incluso mayor que yo. Parecía una anciana alemana, con ese temperamento típico de la europa del norte a la que no llega suficiente calor como para hacer de sus habitantes seres cálidos. Sonreí, siempre había visto a los alemanes como personas ligeramente toscas. Pensé, quizás por demasiado tiempo, en el crepúsculo, más que en el crepúsculo en la forma en que Andrea se había referido a él: "Dusk". Creo haberlo mencionado solo un par de veces en el salón de clases, únicamente cuando no recordaba cómo decirlo en español. Era un recordatorio constante del tiempo que había pasado lejos de mi hogar, de mi familia, de mi propio lenguaje. Lo dije en voz alta varias veces, como para sentir cada una de sus letras, casi podía saborear la palabra saliendo de la boca de alguien a quien no había visto en años. Ya se estaba haciendo de noche, pero no tenía ninguna intención de ponerme en pie. Tenía, todavía, tres cigarrillos. Me dije que me marcharía en cuanto terminara la cajetilla y me dispuse a encender uno. Recordé a Nietzsche y me pregunté si lo que sentía en ese momento era lo que el denominaba "la insoportable levedad del ser", pero no podía serlo ¿Cómo, si durante mi vida había hecho cosas recordadas por toda la historia, aunque nadie recordara mi rostro, ¿Cómo podría ser olvidada? 

Miré al cielo, era oscuro en una ciudad sin estrellas. Pensé en el ridículo lema de la ciudad en que estaba y recordé una canción que escuchaba cuando tenía unos quince años "¿Está cerca la estrella más cercana?", pero no habían estrellas, era como estar atrapada en una caja de zapatos que abarcaba el mundo entero, un cielo tan oscuro que si por casualidad cerraba mis ojos no notaría que están cerrados. Encendí mi segundo cigarrillo con el que tenía en la boca y apagué el primero. Esta vez me permití pensar en mi casa, pero no la casa latinoamericana en la que vivía ahora, en esa casa de Virginia con las paredes blancas y las escaleras de madera en el porche. En todas las noches contando "pequeñas estrellas" con Patrick, en todos los libros que leí en ese porche y en mi chimenea. Esa chimenea de leña era lo que más me gustaba de la casa. Quizás parte de mí extrañaba ese lugar aunque me causara pavor pensar en esa posibilidad, pero por primera vez no bloqueé los recuerdos. Encendí mi último cigarrillo y pensé en como iba a contarle la historia a Andrea, ella iba a irse pronto y algo dentro de mí sentía la necesidad de decirle a alguien. Como Odiseo, quería gritar mi "hazaña", que Cassandra Florez no fuera para siempre un nombre tras bambalinas. Todo podía salir muy mal por supuesto, a shot in the dark, pensé. Sentí el sabor del filtro quemado y supe que debía irme: 6:45 me decía mi reloj de muñeca, el mismo con grabado en la parte posterior, lo único que me quedaba de mi pasado. 

Me puse en pie y respiré el aire frío, quizás debería haberme mudado a Buenos Aires con Patrick. Ya era muy tarde para eso. Cuántas ganas tenía de tomarme un vino, pero aún debía llegar a casa. El peso de los libros en mi bolsa hacía fuerza sobre mi hombro, era el peso de toda una vida. Tomé un taxi en la calle y tardé casi una hora en llegar a una casa completamente vacía. Era la primera vez que la pensaba como tal: una casa vacía. Tal vez sea el curso de los años, tal vez la partida de Patrick o el darme cuenta de que las ediciones de mis libros ya no existen, pero extrañé a Richard. Por primera vez en cuarenta años pensé en él... y me hizo tanta falta. 

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⏰ Última actualización: Jul 21, 2020 ⏰

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