Madame Trickfoot dejó el té de hierbabuena sobre su añejo escritorio con dedos temblorosos y aguardó con los ojos cerrados detrás de sus gruesas gafas. Luego de un prolongado suspiro, miró el reloj de pared y se puso a clasificar expedientes. Cuando se confundió por cuarta vez en los legajos, se detuvo una vez más. Estaba inquieta. Sabía que ellos podrían aparecer de un momento a otro. No tenía la certeza, ya que Mindy Jackson, esa fastidiosa y ambiciosa jovencita, no le había especificado la fecha en que ella y su gente harían su aparición. Pero algo, un invisible velo de tensión que parecía flotar en el aire, le indicaba a madame Trickfoot que ésa era la noche.
Sin pensar, había pasado varios expedientes entre sus dedos y ahora, ante sus diminutos ojos negros, se esbozaba el informe titulado «Cox, Frank», aquel chico que la tenía con el alma en un hilo. Bajo el rótulo de su nombre, Frank miraba con ojos azules, profundos; esa foto se la había tomado cinco años atrás, la misma noche en que su madre, la señora Florentine Cox, lo había dejado en la Mansión Ogdenville para Jóvenes Desequilibrados Mentalmente, en medio de una de aquellas tormentas de verano que no conocían la piedad.
Madame Trickfoot recordaba esa madrugada en particular, porque había recibido una visita poco grata horas antes de la madre de Frank. Era —como no— Mindy Jackson, la directora de la Oficina de Enlace con Magos Recuperados del Consejo de Magos de Bounirbe. En esa ocasión había llegado para llevarse a Samara Fleamant, una niña de diez años que sólo había permanecido en la Mansión Ogdenville durante cinco días.
Mindy llegó con dos gigantescos hombres del gobierno —de su gobierno—, uno a cada lado, como si se tratara de guardaespaldas. Esa noche, su frescura y su jovial carácter no habían sido protagonistas de su temperamento, bajo ningún punto de vista. Estaba más bien preocupada. O avergonzada.
—Samara Fleamant —gimió en el umbral—. El Consejo aprobó el traspaso de Samara Fleamant. Nos la llevamos.
—La señorita Fleamant acaba de ser internada por sus abuelos, que... —comenzó madame Trickfoot con seriedad, pero Mindy la interrumpió:
—La señorita Fleamant se viene con nosotros. Proviene de una familia sin una gota de sangre mágica, pero ella es una bruja —explicó Mindy con pesadumbre—. La lechuza que transportaba su carta de Vindicta tuvo una feroz pelea con algunas aves. Quedó muy malherida. La halló uno de nuestros funcionarios por casualidad.
Madame Trickfoot se acomodó los anteojos y asintió con la cabeza, de repente con un extraño y maquiavélico placer. Por alguna razón, la hostilidad que mantenía con ese extraño mundo se traducía en una especie de sadismo. Se alegraba cuando las cosas les salían mal, aunque no tenía muy claro el por qué.
De esa forma, Samara Fleamant había sido trasladada, que era el término que se usaba en los pasillos de la Mansión Ogdenville para evitar las sospechas del personal empleado allí —la versión oficial era un traslado a residencias de otros distritos—. Claro que no eran tontos: muchos sospechaban que ocurría algo muy extraño con los niños que, después de extrañas visitas por la noche o inclusive a la madrugada, se iban para no volver. La ama de llaves, la señorita Adams, estaba acostumbrada a ser llamada por su jefa para llevar un par de tazas de té a su despacho, a altas horas, mientras ésta, madame Trickfoot, discutía con la extraña mujer que se llamaba Mindy Jackson. A la mañana siguiente, faltaba un niño o una niña.
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Frank Cox: la Princesa y el Cacique
FanfictionDespués de pasar toda su adolescencia en un manicomio muggle, Frank Cox recibe una inesperada noticia: es un mago y no está loco. Ahora deberá adentrarse en un nuevo mundo y comenzar las clases en Vindicta, un prestigioso colegio de magia y hechicer...