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Me desperté con el timbre de final de la clase. Aquel hombre seguía mirándome desde fuera del edificio. Un escalofrío recorrió mí espalda. Recogí mis cosas rápidamente y me marché del aula. Decidí irme a mi casa directamente, con prisa. No quería encontrármelo. Había estado, por lo que podía deducir, toda la clase de matemáticas mirando hacia mi, y ningún otro alumno se había dado cuenta. Ni siquiera la profesora. En un primer momento, me había girado sin darle importancia y me había dormido. El problema es que al despertarme seguía ahí parado.

Recorrí calles y calles con paso veloz. Se veía ya poco pues era invierno y el sol se ponía antes. Tenía que llegar a casa. Estaba nervioso, tenía la sensación de que me seguía, pero no me atrevía a girarme. Era peligroso.
Cogí el móvil para relajarme y despistarme un poco, rebajar tanta tensión. No me duró mucho la batería pero cumplió su función de calmarme. Estaba cerca ya, a 5 minutos de mi casa más o menos, asi que aceleré el paso. Cuando fui a enfilar mi calle, frené instintivamente y me escondí detrás de un árbol cercano. Algo no iba bien. En vez de seguir, asomé un poco la cabeza hasta tener algo de visión. Al final de la calle estaba mi casa, y delante de ella, aquel hombre, apoyado en un coche negro que no reconocí. Me escondí otra vez. Se me aceleró el pulso, no sabía que hacer. ¿Quién era? ¿Qué quería de mí?

Tras unos minutos pensando llegué a la conclusión de que la mejor opción que tenía era entrar por la puerta trasera. Me escabullí silenciosamente por detrás de las casas vecinas hasta llegar a la mía. Saqué la llave con cuidado, haciendo el mínimo ruido posible. Metí la llave en la cerradura pero no me hizo falta girarla. La puerta cedió. Estaba rota. Sentí miedo, mucho miedo. En casa había luz pero no se escuchaba nada. Ni la televisión, ni la cocina, nada de música, ni siquiera un murmullo indicando que había vida dentro de la casa. Silencio. No quería seguir caminando por temor a lo que a pudiese encontrar. Oí la puerta principal abrirse y confié en escuchar el saludo de algún familiar. Esa idea se desvaneció casi al mismo tiempo que pasó por mi cabeza. Solo escuchaba pasos que se acercaban a mi, madera crujiendo. Subí corriendo a mi habitación y bloqueé la puerta con un mueble. Me senté en una esquina con perfecta visión de la puerta a pensar en alguna salida a este problema. Por lo que pude escuchar el hombre no aceleró el paso. Él sabía que no podía huir.

No encontraba nada. No podía saltar por la ventana, me haría daño en las piernas y no podría correr. Si salía de la habitación me cogería. Tampoco podía llamar a nadie porque el móvil se había muerto de camino. Solo quedaba esperar hasta que alguien viese lo que estaba pasando. Era la única opción, esperar. Me levanté y me acerqué al escritorio a por una pequeña navaja que había comprado hacía un año. Así podría intentar defenderme si algo pasaba. Tan pronto abrí el cajón en el que estaba, algo me agarró y me lanzó volando contra la pared. Conseguí de alguna forma no perder el conocimiento, y me intenté levantar rápidamente. No pude. Me había torcido el tobillo izquierdo y roto el brazo derecho. Empezaba a ver borroso y a estar cansado. El hombre se acercó a mi me agarró del pelo y me levantó.

- No puedes vivir.- dijo, calmado.

Me soltó y caí al suelo otra vez. Sacó del cinturón una pistola, y me apuntó a la cabeza.

- No es personal chico, pero eres peligroso.- y apretó el gatillo.

Me desperté con el timbre de final de la clase. Aquel hombre seguía mirándome desde fuera del edificio. Un escalofrío recorrió mí espalda.

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