(¿)Eres tú(?)

19 2 4
                                    

Soñé que volvía al pasado. Es un resumen corto y malo, pero ahora os lo explico.

Cuando yo tenía 4 años, mi abuelo falleció. Vivía en otra ciudad, así que no lo veía a menudo, pero guardo algunos recuerdos con él. Son como un tesoro que tu mente va creando, almacenando esos momentos (habitualmente cortos) bonitos de tu vida, como si fuera una caja de tesoros. Pero no una caja cualquiera, si no el tesoro más preciado para cualquier persona. Perdón, me pasa a menudo esto de perder el hilo de la conversación.

Bueno, lo que os contaba. Soñé que viajaba atrás en el tiempo y que me transladaba a esa ciudad donde tantos años había estado viviendo mi abuelo. No sé por qué, pero me llamó la atención mi colegio. "¿No habías dicho que vivías en otro sitio?" Sí, mi colegio, no me he confundido. Era el mío pero allí, en aquella gran ciudad. En el patio había como una gymcana o una serie de pruebas y decidí ir a ver que pasaba.

Una de las pruebas me llamó especialmente la atención: manualidades florales. ¿Por qué? A mí nunca se me dieron especialmente bien las manualidades, pero tuve un presentimiento de que era esa la prueba a la que tenía que ir.

En cada prueba estaba un monitor ayudándonos y explicando las actividades. A mí me tocó de monitor un señor de avanzada edad. Llevaba traje, como si hubiese estado trabajando hasta ese mismo instante en el que yo llegué. En la cabeza, cubriendo ese pelo que tantos inviernos le habían nevado, llevaba una boina y se ayudaba de un bastón para caminar. También llevaba unas gafas, que eran cuadradas con los bordes redondeados y grandes. Su cara vestía con una sonrisa, que nadie que yo conociera podía haber imitado y que se había quedado grabada en mi mente hacía ya muchos años atrás: era él.

Me acerque y él me preguntó en el tono más respetuoso posible:
- Hola chica, ¿cómo estás?
- Bien, muchas gracias - respondí yo, sin saber muy bien si se había percatado de nuestro parentesco
- ¿Cuál es tu nombre, señorita?
- María MELGOSA - contesté yo, enfatizando bien mi apellido para que se diese cuenta de quién era
- Pues adelante, si tienes alguna duda sobre lo que sea, pregúntamelo a mí.
¿Sobre lo que sea? Era mi oportunidad. Me senté en la mesa y le pregunté:
-¿No te acuerdas de mí, yayo?- así le llamaba yo cariñosamente
- Lo siento chica, creo que te equivocas.  Yo no soy tu abuelo.

No podía ser. Estaba segura. Esa sonrisa no la tenía nadie más. Leí en algún sitio que la vida era de los que arriesgaban. Como no podía dejar pasar la oportunidad de recuperar el tiempo perdido con él, me puse a decirle que tenía una mujer muy guapa (mi abuela), una hija y dos hijos, y cinco nietas (yo una de ellas) y dos nietos. Yo estaba frustrada y triste de que no se acordara y ya tenía una lágrima traicionera revelando mis sentimientos.
Y fue entonces cuando se le iluminó la cara y me dijo:
- María... Te he echado de menos y te quiero muchísimo. Perdona por haberme ido tan pronto, pero mi cuerpo estaba cansando, ya no aguantaba más. Deja eso y háblame.
Le abracé y se terminaron de caer las lágrimas que llevaba en los ojos. Ese abrazo fuerte el más largo y más bonito que me han dado nunca. Cómo cuando hace frío y te ponen una manta encima. Como cuando llevas la mochila del colegio y al llegar a casa te la quitas. Como cuando ya no puedes más y alguien te coge de la mano diciéndote que todo irá bien. Los abrazos tienen algo especial. No es tan simple como la gente se imagina. Es un intercambio de energías, donde puedes percatarte de las emociones de las personas sin necesidad de palabras. Es ese sutil arte de entender sin necesidad de las palabras, que en mi opinión, están sobrevaloradas.

Cuando terminamos de darnos aquel abrazo, nos pusimos a pasear por el patio, que estaba lleno de césped y de árboles. Se cogió de mi brazo y se iba apoyando con el bastón, mientras yo le contaba qué había sido de mi vida durante el tiempo que él no estuvo presente: notas, amigos, extraescolares, familia... Fue un reencuentro con un viejo amigo al que hacía mucho que no veía. En el fondo, creo que ya sabía todo lo que le contaba. Todos estos años algo tenía que haber hecho, no? Supongo que sería cuidarnos desde donde quisiera que hubiese estado. Pero eso ya no importaba por que ahora estaba ahí, a mi lado.

Se empezó a poner el sol y nos dirigimos hacia la salida. Allí estaba mi padre (su hijo) metido en el coche, esperando para llevarme a casa de mi Yaya. Cuando llegué al coche acompañada de mi Yayo, mi padre también le reconoció y está vez fue mutuo.

Mi Yayo montó en el asiento del copiloto y yo en uno de los de la parte trasera del coche. Nos íbamos a casa de mi abuela, a que ellos se reencontrarsen, a que sus hijos le dieran un abrazo, a recibir el beso de unos nietos y a conocer a otros que no pudo conocer.

No sé cómo acaba la historia, ya que los sueños siempre se acaban en las partes más emocionantes. Pero sí que sé que esa noche, mientras lo soñaba, fui muy feliz.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 13, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora