Los Hoshi

Kfij

Fue por la mañana que Milah entró en parto. Un hecho encomiable para cualquier Rohben, quién cargaba en la sangre la maldición de Melah.  Ninguno había nacido ni perecido desde que la marca de la Diosa fue colocada en su frente terminando la guerra del Infinito. Miles de años habían pasado desde entonces. 

Norah recibió a Kifij en sus brazos e inmediatamente Milah, sumida en una plácida sonrisa cerró sus ojos y se entregó al sueño eterno. Miró a su hermana y después observó a su hijo: Kfij, como el antiguo dios de la guerra. El pequeño tenía un rostro limpio. La marca maldita no estaba por ninguna parte. Se dio cuenta así que tenía entre sus manos a aquel que libraría a su pueblo del sufrimiento que les había consumido por tanto tiempo. Habiéndose comunicado a 

No pasó mucho para que los Nih'vë se enteraran de la existencia de aquel que atentaba con el orden que habían establecido en Nut. Aún sin ser capaces de salir de Evelyn enviaron a sus mejores asesinos y los mandaron a Yunuen, donde residían todos los Rohden. Pero solo encontraron a Norah tendida y atada en la entrada del pueblo. La enviaron de inmediato a Nut: La isla sin retorno. Los Nih'vë no tardaron en dar la siguiente orden: acabar con cualquier infante. 

Fueron años después cuando un joven, portando una espada con el grabado de "Agrest" dejó un camino de sangre partiendo desde los vertederos de Chantrea a Yunuen, donde exterminó a los Rohben. Cuando estaba a punto de clavar su espada en su pecho apareció Melah ante él. 

Con la frase "Aquí yace el último Rohben" en la entrada de una cueva Melah colocó sus labios en la frente  de Kfij, dejando en él la última marca que dejaría para aquellos seres malditos. Al final todos se olvidaron de los Rohben y pasaron a ser una leyenda más.

Pasaron cientos de años para que alguien se diese cuenta de que el país de Yunuen había sido deshabitado por completo. Y así se quedó: Vacío. Se dice que Melah se compadeció de Kfij y le dejó escapar, pero nunca supo nada más de él.