Secuelas de la Guerra

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El cielo había comenzado a teñirse con los típicos colores del ocaso mientras el sol soltaba sus últimos rayos sobre la ciudad. Una ligera calidez le embriago las mejillas pintándolas de carmesí cuando alzo la mirada hacia el firmamento. Sencillamente era un paisaje digno de postal, todo encajaba perfecto con el momento. Un puente vacío cubriendo el majestuoso rió Moldava como si quisiera proteger el precioso azul de sus aguas, un edificio antiguo con aspecto de castillo de cuento de hadas encendiendo sus luces para mostrarle al turista la grandeza encapsulada en sus paredes. Praga, una ciudad que se convierte en máquina del tiempo.

Suspiró dejando salir el aire de sus pulmones y sonrió esperanzado. Solo faltaban un par de minutos para que él hiciera su aparición, ¿Cómo lo sabía? Le conocía desde la adolescencia, había grabado como si fuera una melodía el sonido de sus pasos e incluso podía distinguirlos entre la multitud.

-Mi oído está desarrollado para encontrarte al menos a 500 metros – musitó al viento con diversión.

Su corazón se aceleró sin quererlo cuando lo vio acercándose a su lugar. Ahí estaba el caballero elegante de acciones nobles, mirada fría y un hermoso cabello rojo. Hace dos siglos le había encontrado cuando estuvo vagando por Varsovia, hace un siglo le ama intensamente.

-¿Por qué estamos en Praga? – cuestionó cuando estuvo frente a él.

-Ha sido nuestro sueño ¿Lo olvidaste? – Pronunció tomando la mano del pelirrojo entre las suyas – Conmigo no uses la personalidad gélida. No necesitas mantener la pose de soldado de la cual tanto presume tu padre.

-Jamás lo olvidaría – dijo retirando su mano – Estoy aquí para llevarte de regreso a Polonia. Empecemos de nuevo.

¿Cómo gritarle que no podía volver? La culpa era demasiado grande como para olvidarse de ella, no se trataba de una simple pesadilla en donde los monstruos amenazan con devorarte. Sobre sus hombros cargaba la pesada cruz de la muerte, un peso sordo e insipiente experto en quebrar los huesos cada noche bajo los muros de los calabozos marcados por la humedad. El no merecía contaminarse con su propia miseria.

-Lo siento. No volveré – dictaminó recargando su frente en el pecho del hombre. Este respondió abrazándolo en un intento vano de transmitirle seguridad.

Un soldado como él, forjado por el bien y el mal siempre termina perdiéndose en los sentimientos de los hombres delicados. En especial en los sentimientos de aquel rubio, su fiel compañero. Solo sabe que en su pecho existe un torbellino de sensaciones cuando lo toca, una locura descontrolada emerge de las profundidades de su mente y le obliga a besarle.

Dos almas en busca de paz. Dos corazones empecinados en latir al mismo ritmo. Dos dedos unidos por el hilo rojo, engañados bajo la cláusula de su inquebrantable conexión.

-¿Por qué no volverás? – Preguntó con brusquedad tratando de apurar una respuesta, una frase convincente para apaciguar su miedo - ¡Demonios! Solo debes decírmelo. Por ti soy capaz de usar todas mis influencias...

-Suficiente – gritó alejándose como un venado frente al cazador – Solo quería verte una última vez. Ambos sabemos porque no podemos estar juntos – susurró perdiendo la fuerza de su voz.

El joven rubio dio media vuelta y empezó a caminar lejos del noble caballero. Trato de retener las gotas saladas acumuladas en sus ojos. No poseía el privilegio de dejar fluir el llanto como un chiquillo herido, así que debía mantener la compostura a toda costa. Tenía por obligación apaciguar el dolor de la despedida en su pecho, bloqueando cualquier fuga de emociones al exterior.

- ¡Espera! ¡Draco Malfoy! – Escucho a su espalda mientras el soldado apresaba su brazo derecho – Mírame a los ojos y dime que ya no me quieres. Si lo haces te dejare machar.

Impulsivamente se giró quedando frente al caballero pelirrojo. Buscó su mirada y por unos segundos se extravió en la transparencia de tan profundas orbes azules. En sus ojos se distinguía el coraje de un militar, la inteligencia de un líder y el cariño de un hombre enamorado. Un querer opresor de pensamientos racionales emanaba de su cuerpo propagándose con el frió viento hasta alcanzar todos sus sentidos y anestesiarlos.

-Te quiero, Ronald Weasley – musito repentinamente uniendo sus labios en un contacto fugaz – Pero he sido yo quien destruyo todo por lo que has estado peleando. Fui yo quien dio la orden de matar a todos esos niños refugiados. Me uní a las filas del enemigo por ambición.

-No – negó bajando la mirada. La confusión podría tantear su sentido común, no obstante su corazón creía fervientemente en él.

-Es verdad – replicó decidido a explicarse – Era el grupo de infantes o tú. Perdón, en ese momento solo pude pensar en salvar tu vida. Los niños fueron el costo a pagar por tu libertad. Necesitaba salvarte... Si tu no estas vivo no hay una razón para continuar.

- No pedí tu sacrificio.

- Regresa a Varsovia y olvídate de esto – suplicó acariciando su mejilla. 


Praga, nuestro destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora