Debía ser la lluvia que me odia
Bajé del metro en la estación más cercana a la facultad de medicina y los chispazos cayeron a tocar el suelo. Siempre justa, la llovizna comenzó cronometrada con mi cuerpo expuesto, idiota, entre mis costumbres nunca he tenido la de llevar un paraguas o al menos un saco.
La vería a eso de las seis, pero seguramente sería pasando veinte minutos más porque la puntualidad no era vicio de ella, como mío. Crucé la avenida con el rigor del clima acrecentando, algunos conductores eran gentiles y cedían el paso, otros, siendo otro tipo de hombre, se les ocurría nunca ceder nada; yo me apresuré. Antes de entrar al Plaza (un café que nos gustaba porque era de los pocos dónde aún tienen área de fumadores dentro) pasé por una cajetilla de cigarrillos, cuándo entré a la tienda, la lluvia frenó un poco.
Sofía debía estar subiendo justo ahora al metro, tardaría tres estaciones para llegar a la misma estación que yo y en diez minutos estaría en el café. Yo conocía bien sus rutas, porque hasta hace unos cuantos días la tragedia no nos había consumido. Melancolía total, en nuestras últimas imágenes salvajes caldos monstruosos gritos y sábilas desechas, nos obligaron a mandarnos recíprocamente al diablo y aunque esa noche todavía me acarició el cabello, al despertar encontré una nota que procedía de su ausencia
- Para cuándo llegues no quiero tu cara tirada por ahí, llévate todo lo tuyo.
Nunca logramos tener un hijo, a pesar de que tampoco lo intentamos. Habían pasado ya aproximadamente un par de años de insípido y forzado coito marital, desde la sellada final sonrisa de Sofía. Cuándo me la encontré una tarde en la que aún teníamos cercanías por salvar, ella llegó tan viva que apenas la reconocí; pocas veces tomaba mis manos
- Quiero que me mires fuerte, porque de esto no hay vuelta atrás.
Sacó de su bolsillo un pedazo de plástico bastante chistoso, pero que albergaba un futuro indiscreto
- Dio positivo
Ese día comenzó mi maldición con la lluvia, igualmente, dejé el periódico para matricularme como profesor de la facultad de Letras, pagaban si acaso unos cuantos cientos más, pero serían necesarios si queríamos criar bien a un niño. Sofía comenzó a ser madre desde que supo del bicho en su vientre, como todas acostumbran, cambió su dieta drástica y me hizo fumar afuera de la casa (o al menos en la ventana); dejó de comprar cigarrillo y de beber.
Alcanzó a entusiasmarme, también. Por fortuna un viejo amigo de mis tiempos en el doctorado, era ginecólogo, lo conocí en un bar dónde montamos un recital de poesía, él se acercó con una sonrisa y pretendió que mi lírica valía la pena
- Permítame invitarle una cerveza
Adán era de movimientos tácitos, su mandíbula dibujaba fuerte y sus manos eran grandes - ese día las juntamos. Cómo ambos teníamos esposas, nadie sospechó nada más que amistad fluyendo de nosotros, pero redujimos nuestros encuentros cuándo descubrimos que del cuerpo se nos estaban escapando sintonías vivaces unidas irremediablemente. Él tuvo un hijo antes y ahora atendía a Sofía con los honorarios pagos por el recuerdo. Ella de algún modo supo que había compartido mi acento, pero no se hacía la trágica puesto en confidencia, siempre estuvimos entendidos de nuestras necesidades. A la siguiente visita, Adán me pidió un momento antes de que llegara Sofía al consultorio (sus vicios de tardanza)
- El embarazo no va bien, Carlos. El bebé no ha crecido desde la última visita
- Pero, ¿se puede hacer algo?
Dicen que cuando llega el silencio, llega la muerte, Adán me consoló los hombros. Después de la noticia, Sofía perdió la mayor parte de los cables en el alma.
El aborto ocurrió pasando apenas los seis meses de gestación, ninguno de nosotros quiso verlo pues el olvido es más sencillo sin imágenes que alimenten a la melancolía. Una mañana en que íbamos acostumbrándonos a la pérdida, escuché a Sofía riendo, por un momento creí que había descubierto la felicidad en algo más que no fuera ser madre. Cuándo me reuní con ella en la cocina, estaba hablándole a un fantasma bastante lindo, tenía sus ojos de mujer triste y mis ademanes discursivos de difícil repetición
- Mira, Carlos, nuestro hijo vino a visitarnos.
Hicimos de ello un secreto para que no fueran a tacharnos de locos. Por ratos nos hacía bien tener un poco de compañía y, a decir verdad, criar a un fantasma se planteaba más fácil que atender las necesidades de un engendro. No le pusimos nombre por aquello de la superstición, yo tardé en asimilarlo, pero no demasiado como para no disfrutar. Tampoco sabía que los fantasmas nacían hablando y que no requieren de tanto tiempo como los hombres para ser fuertes. Sofía naturalmente pasaba más rato con él, que casi perdió toda interacción con la carne; yo jamás me sentí celoso, de alguna manera, ellos dos eran todo lo que tenía, también.
Iba llegando por eso de las siete y media, que era la hora en que regularmente llegaba después de las clases. Todo lo encontré mudo y en penumbra, por mi cabeza pasó que podría ser un juego entre aquellos dos, así que no quise interrumpir y continué con el vació del espacio. Llegando a la habitación para cambiarme el traje por el pijama como siempre acostumbro, encontré a Sofía inmóvil, su cuerpo era la imagen viva de una tumba: cuándo la toqué, trocé de gélido
- Ya se fue, Carlos
- ¿Cómo que se fue? ¿Quién?
- ¡Nuestro fantasma! Nuestro hijo, Carlos, nuestro hijo se fue
- ¿Pero a dónde? ¿Cómo?
- Lo dejé de escuchar como por las cuatro, lo busqué por todo el apartamento. Primero creí que era una broma, pero no volvió a aparecer ¡Ya no está, Carlos, nuestro hijo se fue, Carlos!
Creo que ningún ser está preparado ni para lo primero ni para lo segundo. Aquel bicho había causado dos lutos y desde entonces el contacto entre Sofía y Carlos, tomó la vestimenta de los irreconocibles méndigos extraños...
*
Llevo ya, aproximadamente unas dos horas esperando a Sofía. El café está helado, saldré del lugar con diez cigarrillos en el pulmón eficemico y encenderé el último hasta la estación del metro. Tardaré media hora en llegar a mi hotel y beberé una copa de vino cada tres minutos hasta completar dos botellas. Me enteraré que Sofía fue a reencontrarse con su hijo, hasta la llamada de su madre tres días después de mi borrachera constante
- Yo pensaré en alcanzarles, pero dudaré bastante.
Después de todo, ella siempre quiso ser su madre y yo solo veía un fantasma.
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Fantasma
RandomUn hombre se separa de su esposa, pero nunca entendió cómo acercarse a ella. Un hijo, al menos los habría salvado.