Alguien alguna vez me miró fijo a los ojos y me preguntó: "¿cómo te sentís?". Sin titubear y sin pestañar, sonreí y dije: "Mejor me perjudica". Es gracioso las mentiras que nos decimos a veces. Recuerdo ese día como si fuese ayer. Yo no estaba bien. Es más, estaba devastado. Había perdido hace dos días a mi abuela. Y no fue crónica de una muerte anunciada, no. Fue un accidente doméstico obra del destino, del diablo, de dios, de quién fuese. Dejo fuera los detalles del accidente porque hasta el día de hoy nunca los supe al 100% y no voy a alimentar la curiosidad y el morbo ajeno. Lo importante en todo esto es que mi abuela había dejado de existir. En este mundo al menos. Me considero un "agnóstico débil", como se le dice en filosofía ( acá es donde minimizas la ventana y googleás).
Le dije a esa persona que estaba bien. Que "estar mejor me perjudicaba". Primero se lo contesté a esa persona, luego a otro y luego a otra y luego otra y así en un sinfín de cadenas. Yo estaba bien. Citando a Richard Bach: "las peores mentiras son las que nos decimos a nosotros mismos". Y así comenzó un viaje en círculo. Un viaje donde no fui ni para adelante ni para atrás. Sólo en círculos. Todo el tiempo estaba bien. Todo estaba bien. ¿Tu pareja te dejó por una piba 20 años más joven? No llores, porque todo está bien. ¿Te rajaron de tu laburo? No entres en pánico, porque todo está bien. ¿Casi te atropella la línea 92 por ir escuchando música a todo volumen? ¡Qué susto! pero que suerte que todo está bien. He tenido charlas con amigos, familiares y diversas personas que quizás no me conozcan tanto y siempre encontré darles una vuelta y un respiro ante sus temores o preocupaciones. Había encontrado mi vocación: reparador de situaciones ajenas. Años y años viviendo en esa dinámica circular.
Y recién ahora, en este momento de mi vida, después de haber pasado por unos meses llenos de cambios y gracias a terapia (te re comiendo que arranques, aún si no crees en ella. Te va a cambiar la vida) puedo darme cuenta del círculo en el que me encontraba para finalmente romper el esquema. Romper la dinámica. Insertar cambios. Años ayudando a otros y reparando vidas ajenas para evitar mirar adentro y darme cuenta de que no todo siempre está bien. Y eso está bien. Se supone que la vida es de esa manera. Me llevó años darme cuenta pero, hey, está bueno. ¿Fue todo producto de un duelo no resuelto?. Quizás. Pero no lo creo. Rendí respetos a mi abuela y la recuerdo con las mejores anécdotas y con las mejores de las sonrisas. Pero también recuerdo aquellos momentos que no fueron tan buenos. Porque no todo en su vida fue color de rosas. Y darme cuenta de ello, también me hace pensar que está bueno que no todo en mi vida sea color de rosa. Años encasillado voluntariamente (o quizás no?) en un círculo que fue creciendo a lo ancho. Primero era que todo estaba bien. Después fue que todo estaba bien y se sumó el hecho de querer solucionar la vida ajena y que todos sean felices. De ahí pasamos a la etapa donde mi deseo, que claramente quedó suprimido comenzó a buscar cual olla a punto de explotar quebraduras en mi esquema para salir a flote. Y así fue cómo de a poco empezaron a surgir los pensamientos demandantes: "siempre estoy para todos, ¿por qué hoy que necesito a alguien nadie puede?" "siempre escuchando los dramas ajenos, ¿por qué no es capaz de escucharme un minuto mi problema sin cambiarme el tema?" "porque si yo muevo cielo y tierra para conseguirle lo que quiere, ¿Cuándo yo pido algo se tarda toda una vida" y la lista sigue. Y así es como de a poco la demanda fue exigiendo y donde esa exigencia brotó en una conspiración del mismísimo universo en no darme lo que me corresponde. Creo que podría dar una charla de 8 pasos de cómo pasar a ser un buen samaritano a un megalomaníaco. Próximamente armo taller.
El universo estaba dispuesto a hacérmela complicada. Siempre poniéndome palos en la rueda. Y finalmente... hice un click. Gracias a alguien que me miró a los ojos y me preguntó: "¿cómo te sentís?". Y volví a decir "Bien". Sólo que esta vez, en algún rincón de mi interior, supe que no estaba bien. Y por eso volví a terapia. Esa misma pregunta, años después, formulada por otra persona. Por una persona que supo hacer que dejara caer las paredes que construí durante años. Por una persona que a su manera me hizo vivir unos meses hermosos. Una persona que me abrazó en silencio por el simple hecho de abrazarme, sin ningún acto egoísta en eso, sin abrazarme con la intención de besarme ni nada más que tenerme en sus brazos en silencio. Y me volví adicto a eso. Me volví adicto a estar bien. En el buen sentido. Volví a terapia y expuse sin tapujos ni frenos mis planteos, mi situación. Es verdad, llegué a terapia con un corazón roto. Pero creo que ahora mientras escribo esto... me doy cuenta de que él no rompió mi corazón porque mi corazón ya estaba roto para empezar. Fue mi propia mano la que un día sin darme cuenta levantó un martillo y le dio de lleno martillazos al corazón al punto de quebrarlo más allá de reparo consciente alguno. El universo no era quien me ponía palos en la rueda. Era yo mismo. Yo mismo pasé de ser mi mejor conocedor a ser mi mejor enemigo. Suprimiendo en mí el deseo de ser feliz porque asusta. Suprimiendo en mí el deseo de hablar por no querer ser visto. Suprimiendo el deseo porque es más fácil hacerse cargo de lo ajeno. Y sé que no soy el único. Creo que todos en algún momento caemos en un círculo vicioso tóxico que no proviene de ningún lado más que de nosotros mismos y al cual nadie nos puso un arma en la cabeza para saltar. Uno es responsable de su propia felicidad. Frase trillada pero cierta. Me llevó años darme cuenta. Y está bien. Tuve que pasar por lo que pasé para poder darme cuenta de lo que sé ahora. Tuve que conocerlo a él para que me mire y me haga una pregunta sincera. No creo en casualidades pero si en causalidades. Y acá estoy. Sesión tras sesión, día tras día, amigo tras amigo, juntando los pedacitos que martillé y pegándolos de nuevo. Uniendo pieza por pieza y descubriendo quién soy. Una tarea que va a llevar toda una vida. Y eso está bien. Muchas cosas están bien, pero ahora las veo desde otro lugar y ya no a través de un prisma que las deforme. Las veo directo. Está bien ponerse mal. Está bien llorar. Está bien mandar al carajo a alguien. Está bien dejar una relación porque el flaco es un sorete y yo no soy estúpido. Está bien renunciar a un laburo porque no te llena. Está bien llorar a alguien que ya no está. Está bien pegar el grito cuando alguien te hace encoger apuntándote con el dedo juzgador. Está bien tirarse en el sillón y no hacer nada productivo. Está bien exponer tus problemas y preocupaciones a tu familia y amigos. Está bien llorar delante de extraños. Está bien querer superarse. Está bien extrañarte. Está bien equivocarte porque al menos lo intentaste. Está bien dudar y ser precavido. Está bien soltar y tirar todo al carajo. Está bien reír porque sí. Está bien admirar a alguien. Está bien que algo no te guste. Está bien no agradar a todos. Está bien a veces tirarse abajo para poder levantarse. Está bueno volar alto y caer por haber soñado. Está bien. Ahora que te mostré parte de lo que soy. Ahora que te veo a los ojos, decime vos, ¿cómo te sentís?.
YOU ARE READING
Las Cosas Que Nunca Dije Mientras Me Hacía El Dormido
De TodoColección de escritos sin ningún tipo de continuidad o conexión intencionada entre ellos. Ensayos de la vida y pensamientos en libertad.