Todo parecía en calma pero los pescadores sabían que no era así, los más ancianos incluso sabían que ese día habría una tormeta, una gran tormenta, de hecho la mayor que habrían visto jamás.
La temporada era perfecta para una buena pesca pero aún así todos los barcos volvieron al puerto, todos exepto uno que lleno de avaricia siguió pescando y llenando el barco de peces como si estos fuesen atraidos a él con un imán. Cada vez que se llenaba más la capitana Reka se relamia más sus labios, estaban a punto de obtener el mayor beneficio que habrían obtenido jamás, y hubiese sido así si aquel día no hubiese habido tormenta.
La primera señal fueron las nubes grises y la marea agitada golpeando el barco, una señal que hacía que los marineros y la capitana se tambaleasen de un lado a otro llenando el barco aún así de grandes peces.
La segunda señal fueron los especímenes que llevaban al barco; de pescar atunes, salmones y otro tipo de especies, comenzaron a pescar unas especies de anguilas algo extrañas, tenían la boca y la cabeza demasiado grandes, con unos dientes como agujas, esto hizo que todos los tripulantes pararan de pescar por el miedo, pero la capitana no se iba a parar, les ordenó a todos que siguiesen, ese fue un gran error...
Tercera señal, torbellinos. El mar se llenó de torbellinos y tornados que impedían ver, todos ellos arrastraban al barco, la capitana luchaba con todas sus fuerzas por salir de ahí, no sería la primera vez que salía de un torbellino, ni esperaba que fuese la última, pero cuando el barco agitado iba a ser engullido por un torbellino este cesó, todo cesó, por un momento, calma. Paz. Solo tornados a lo lejos y el cielo aún gris, pero el mar calmado. No fue hasta que todos parecían a salvo cuando debajo de ellos una sombra mucho más grande que el barco, tanto que algunos incluso creían que la marea bajaba hacia el suelo, se acercó a ellos y a unos 10 metros de cada extremo del barco unos dientes gigantes emergieron. La capitana no podía creer lo que veía después de tantos años a la mar, jamás pensaría ver algo así, lástima que esa sería la última vez que lo viese. Los dientes pasaron por encima del barco haciendo desaparecer hasta el último rayo de luz del exterior, impidiendoles ver nada y tras eso llevando el barco a las profundidades del océano, a un lugar donde la capitana y sus tripulantes jamás pudiesen volver a pescar.
De pronto, todo era calma, no se oía ni un tornado, las nuves se disiparon y la marea ya no era agitada. Aquel barco había desaparecido sin dejar rastro alguno.