Nunca he pensado en la libertad, nunca la he deseado y jamás la he visto.
Y realmente, no es como que me interese. Mientras pueda seguir vivo un día más, estoy feliz.
-Tienes una cita en el hotel Belfram en este momento -anunció una voz a mis espaldas.
-Entendido -respondí levantándome de mi asiento y caminando con cigarro en mano hacia la puerta.
Sin intentar llamar la atención, me mantuve dando suaves pasos por la acera, acaparando todas las miradas de las personas que caminaban a mi lado. No sabría decir si se debía a mi extravagante vestimenta, a mis extravagantes facciones o a ambos; y realmente daba un poco igual.
Todas las personas son diferentes, y viven situaciones diferentes... Todas piensan diferente pero parecido y algunas se convencen de que tienen un propósito, las que no, se suicidan.
Como el hombre al que fui a ver al hotel Belfram. Un hombre regordete de mirada perdida y depresiva que cambia a una lasciva cuando me ve cruzar la puerta del dormitorio. Puedo decir que está casado, y como la mayoría de los hombres en esa situación; su esposa no le satisface. En su relación no hay amor, pero los dos son demasiado cobardes como para divorciarse, esa es la verdad. Aunque tratan de convencerse de que se mantienen juntos por sus hijos, eso es mierda.
Y todo eso lo sé debido al anillo oxidado en su dedo anular y la fotografía en su cartera. No hablo con mis clientes, nunca lo he hecho y ellos tampoco han tenido la necesidad de hacerlo.
-Se siente tan bien la forma en la que tu coño me aprieta -gimoteó el hombre sobre mí-. Dime que te gusta mi gran miembro.
Bueno, tampoco puedo decir que no intercambiamos una que otra palabra.
-¡Ah! ¡Me encanta! -Exclamé con falsedad total, a sabiendas de que el hombre no iba a percatarse de mi rostro sin emociones.
Cuando el hombre termina corriéndose dentro de mi ano, se queda unos minutos resoplando en mi cuello con cansancio, para luego levantarse y colocarse sus pantalones comprados en la sección para embarazadas.
-Nos vemos la próxima semana, Freddie -canturreó el señor, dejando caer un fajo de billetes sobre la mesita de noche antes de salir del lugar.
-Me dejó más dinero que la última vez -dije con cierto aire de alegría mientras contaba el dinero-. Parece ser que comeré algo más que solo sopas instantáneas.
Así es la vida cuando se vive en la miseria humana, a decir verdad, es bastante cómoda.
La puerta de la habitación volvió a abrirse y mi atención fue dirigida hacia la persona que entraba por ahí.
-¿Quién eres? -Pregunté un poco extrañado.
-Yo solo... Te vi entrar en está habitación y tras quedarme unos segundos detrás de la puerta pude escucharlos tener sexo, así que me preguntaba si... -Explicó con cierto nerviosismo.
-Son noventa euros -dije antes de ver que la puerta de la habitación estaba abierta-, y si son más de dos personas, son ciento quince...
La sonrisa del chico frente a mi se ensanchó y gritó-: chicos, entren.
Dos personas más caminaron hacia nosotros después de cerrar la puerta.
La fachada de mi nuevo cliente, se cayó por completo, dejando ver su ladina sonrisa.
-Eres una perra astuta -dijo mientras tomaba mi rostro y lo acercaba hacia su entrepierna.
-No puedo dejar que se aprovechen de mí en pleno horario laboral, querido -respondí de forma descarada, típico de mí.
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EL KIMONO (Deacury) ©
FanfictionEn los bajos suburbios hay un extravagante prostituto conocido por llevar un peculiar y fino kimono. Todos los días trata con diferentes personas deseosas de sexo, a excepción de un apuesto caballero que simplemente lo contrata para hablar con él.