Ahí estaba tan puntual como cada año, apenas las hojas de los árboles comenzaban a caer. El ruido de esa ciudad andante parecía llegar a cada parte del pueblo, sus estatuas, se colocaban anunciándolo: “ya llegó, de nuevo esta aquí”; cientos de lucecitas adornando las pequeñas casas y los grandes edificios, los habitantes de aquella ciudad en constante movimiento eran particularmente diferentes a las demás. Sí, lloraban como cualquiera, sí, reían a la pequeña provocación, pero se diferenciaban a simple vista desde su vestimenta. Las ropas ya gastadas, el color en la tela, que un día fue vivo y alegre, hoy era triste y opaco. Algunos median casi tres metros, eran esas enormes piernas que los sostenían las que no dejaban de maravillar al pueblo. Las mujeres llevaban sus vestidos ya también gastados y un maquillaje barato que no dejaba ver la tristeza en su rostro. Los hijos engendrados y nacidos entre condados entregaban la vida en cada sonrisa en las presentaciones con sus padres. Todos colaboraban para levantar lo que faltaba para el espectáculo, ya casi era la hora de abrir.
El sol en el horizonte comenzaba a perderse, la gente esperaba impaciente en las taquillas la hora en que comenzara en show, algunos estiraban el cuello tratando de ver un poco de la diversión que les esperaba. Ha sido una espera larga, el evento que todos desean y muy pocos han de atreverse a no ver, ha llagado. Venus hace su aparición en el cielo y abren las puertas al público, el espectáculo ha comenzado. La gente apenas y se da permiso para respirar, entran entre empujones por las dos pequeñas puertas principales. Un niño con una pinta cansada, pero ansiosa se acomoda las ropas sucias, el aspecto fachoso sigue en él como una cicatriz que parece nunca desaparecerá. Toma una bocanada de aire cerca de la máquina de palomitas de maíz y sonríe, se deja llevar entre la marea de personas. No sabe a dónde mirar, todo parece reclamar su atención, las luces que no dejan de brillar, la rueda de la fortuna que parece jamás se detendrá. La música llama a los amantes a bailar donde quiera que su armonía los encuentre. Pero es una voz algo vieja la que logra hacer que preste verdadera atención:
– ¡Vengan y vean a la bestia más grotesca que sus ojos jamás hayan visto! – Es un viejo parado sobre una caja de madera, se notan varias arrugas en su rostro, de una barba larga y canosa. El traje le queda a la perfección a pesar de lo gastado. Sostiene con su mano derecha un bastón que utiliza únicamente para llamar al público. – ¡Esto no es para los débiles! Damas y caballeros…Ahí dentro están las criaturas más odiadas por la naturaleza misma.
El niño, maravillado con la idea de conocer en persona de lo que habla el viejo, se acerca a la entrada de la carpa para ver, pero es tomado por el viejo que acaba de bajar de la caja, lo toma del cuello de la playera y lo acerca a él.
– ¿Tu boleto? – El niño niega con la cabeza y el viejo lo aparta con el bastón. Voltea su mirada al señor que ya comienza la fila para entrar a la carpa, le sonríe – Señor.
La gente se apresura a darle sus boletos y entrar. El niño se dirige a un costado de la carpa y se tira al piso. Levanta con ambas manos la carpa pero no logra ver nada. Se levanta y al ver que nadie vigila ya la entrada, va hacia ella de nuevo. Dentro de la carpa en viejo comienza a presentar a sus bestias: A la izquierda, una mujer con un solo ojo sentada y llena de joyas extravagantes. Más allá, un cerdo de dos cabezas en un corral improvisado. Del lado derecho un hombre sin pies, apoyado en una vieja silla los observa. Al fondo se ve una jaula mal cubierta por una cortina, apenas iluminada por un foco. El viejo se abre paso entre la gente. Todos caminan de un lado al otro observando con asombro y miedo a los fenómenos y al cerdo.
– Damas y caballeros, esto es lo que estaban esperando a ver. Una criatura tan grotesca, desafortunada y descontrolada que nos ha pagado para que le encerráramos. – Todos se amontonan procurando la mejor vista. El viejo toma de la cortina y jala de ella. La jaula junto con la bestia que encierra quedan al descubierto y se escuchan gritos de horror y miedo entre los presentes. – ¡Mirar bien a la bestia!
El niño escucha los gritos y rápidamente se abre paso entre las personas, logra llegar al frente de la jaula y escucha de nuevo la voz del viejo:
– Un hombre como hecho de pelotas, bolas por todo su cuerpo…
El niño se acerca más hasta tocar los barrotes de la jaula, observa con una mirada neutral al hombre dentro de ella.
– Manos como pavos rellenos, una figura estúpidamente grotesca…
– ¿Qué eres? – Pregunta el niño.
– Es un monstruo, horrible, ni las ratas se lo comerían. – Contesta otro niño que había logrado acercarse a la jaula.
– Niño, yo soy tú y tú eres yo, mira más allá de mi tormento, y lo sabrás. Sangro, como tú, siento, como tú, tengo necesidades, como tú. – Contesta el hombre. Se escuchan los murmuros de la gente, lo observan con asco, el otro niño camina hacia atrás y se pierde entre la gente.
– ¿Te dicen monstruo? – Pregunta el niño de nuevo, sin entender del todo la reacción de las personas a su alrededor.
– Monstruo, fenómeno, abominación, indeseado…
– Aléjate niño, que quiere comerte. – El hombre que le advierte no se logra a distinguir entre todas las personas que se amontonan sin poder dejar de ver.
– ¿Y cómo te llamas en realidad?
– Diferente, niño, me llamo diferente.