Parte única

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—Capitanes, estrechen las manos

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—Capitanes, estrechen las manos.

Cualquiera que los conociera -y está de más aclarar que todo Hogwarts lo hacía-, sabría que la única persona capaz de hacer que Harry Potter y Draco Malfoy se saludaran de ese modo, era la profesora Hooch.

Harry, capitán del equipo de Gryffindor, dio un paso adelante con el semblante tranquilo y tendió la mano enguantada en cuero. Draco, capitán del equipo de Slytherin, le dio uno de esos apretones rompe-huesos que demostraban que podían obligarlos a saludarse cuantas veces quisieran, y no significaba que tuviesen que ser amables con el otro, y mucho menos que empezarían a llevarse bien.

—A sus lugares —No había resignación en la voz de la profesora, ya no. Si deseaba una mejor cooperación entre capitanes, perdió toda esperanza el año anterior.

Giros, pasos, montar la escoba. Pies que chocaban contra el césped, y de pronto, eran impulsados hacia arriba sobre el campo. Ojos atentos contemplaban la Quaffle que sería arrojada, y las Bludgers que serían puestas en libertad.

Era el último partido del año, principios de junio. Gryffindor y Slytherin disputaban por la Copa de Quidditch. Además, dado que ambos capitanes se retirarían dentro de poco (y si debían ser sinceros, Harry le tenía más confianza a Ginny como sucesora, de lo que Draco llegaría a sentir hacia el chico Burke que había entrenado desde hace meses para ocupar el puesto), no tendrían más oportunidad de hacerlo bien, de destacar. De vencer al otro.

Era todo o nada, era victoria rotunda o derrota vergonzosa. Era la manera en que los recordarían en sus Casas, en el colegio, cuando se hubiesen ido. La posibilidad de estar entre las imágenes conmemorativas en las Vitrinas de Trofeos, de ser ejemplo para los siguientes años.

Y Draco quería todo eso, y más.

Por supuesto que los Gryffindor eran los favoritos, los campeones predilectos, con dos Weasley feroces y el ágil de Potter; las gradas estaban repletas de escarlata y dorado, los vítores llevaban un solo nombre. A diferencia de ellos, los asientos de los Slytherin eran más discretos, con sus verdes y plateados y poco ruido, porque Draco les había dicho que no se les ocurriera armar escándalo ni celebrar antes de tiempo. Debían ser conscientes, astutos. Usar los atributos por los que se suponían que fueron seleccionados a la Casa de las serpientes.

Él tenía un plan. Por una vez, una sola, iba a arrasar en el mismo campo que Potter, y saldría del colegio por la puerta principal, victorioso, recordado en el futuro por un juego brillante.

Hooch estaba a punto de sonar el silbato. Tenía que ejecutarlo ya.

—¡Eh, Potter! —No podía llamarle por apodos frente a la profesora, cuando estaban a punto de comenzar. Ella lo consideraba antideportivo, y toda esa tontería.

Harry lo miró con aburrimiento, el ceño apenas fruncido. No contestó, pero aguardó, y ese segundo de distracción hubiese sido fatal si soltaban las pelotas, algo que no hicieron, porque todos estaban al pendiente de lo que iba a decir.

Donde termina, también empiezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora