El Cuadro Vacío

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Una joven pareja se preparaba para salir. La novia, Miranda, evitaba a toda costa reflejarse en un espejo. Steve, su pareja, la observaba desconcertado debido a su actitud. Ella declaraba haber escuchado voces detrás de los espejos que su casa poseía, especialmente en el living. Además, era muy frecuente la aparición de platos de comida a la hora del almuerzo y cena en la entrada de su casa. Steve, como su pareja, siempre había ayudado a Miranda a lidiar con su extraña paranoia, pero jamás logró su cometido: Erradicarla.

Esta vez, Steve saldría al cine con sus amigos y, Miranda, iría a cenar en la casa de su abuelo. El viaje de Miranda resultó ser bastante tenso para la joven, ya que creyó que no llegaría nunca de lo extenso que era. Una vez reunida su familia, su abuelo se dispuso a narrar, como un historiador, unas breves y atrapantes anécdotas que vivió a lo largo de su juventud, hasta que las nubes del tema lo llevaron a contar una historia sobre la infancia de Miranda, como siempre ocurría.

El abuelo contó cómo Miranda de bebé hablaba, de la manera que pudiese, al cuadro de su abuela fallecida, que se encontraba en un rincón de la sala. El anciano señaló al antiguo cuadro, pero cuando Miranda se volteó a ver, sólo había uno de tantos espejos que la inquietaban. Intentó apartar esa historia de su abuelo de su mente, pero le fue imposible no pensar en ella, la curiosidad la mataba. Al volver a su casa, tomó su móvil y le envió un mensaje de texto a su pareja, avisándole que ella estaba ya en su casa, pero su mensaje no era enviado. La espera le resultó agobiante y, susurrándole a un cuadro con una fotografía de Steve, le dijo: “Espero que llegues bien". De repente, un mensaje correspondiente a Steve le llegó: “Tranquila cariño, no estás sola". Los escalofríos se sumergieron en ella, dejándole la piel erizada debido a la reciente ocurrencia. “¿Acaso leyó mi mente?”, pensaba ella. Tomó el cuadro y se dirigió hacia el living de la casa, dejando rápidamente la fotografía de Steve y olvidando otra, pero de su madre. El teléfono de línea comenzó a sonar, hasta que fue atendido por Miranda: “¡Ochenta veces te dije que cuidado con los vidrios!” Miranda observó el suelo y notó que, el cuadro, estaba destrozado con cada cristal quebrado. La joven estaba paralizada, sabía que esa voz era la de su madre, sabía que no estaba sola, sabía que todo era parte de un plan de los maléficos espejos.

La jovencita se armó de valor y comenzó a golpear con fuerza al espejo, pretendiendo romperlo, creyendo, en un ataque de rabia, que así descubriría la verdad. La habitación y la mente de la joven se aclaraban más y más, tomando un color blanquecino. El uso de mal vocabulario, el lanzamiento de objetos y los gritos de la joven estresada y consumida por su psiquis, comenzaron a perderse en el blanco vacío de la acolchada habitación. Ella sólo precisaba que dejen de entrometerse en su vida. Finalmente cayó al suelo del llanto y la desesperación, perdió el valor, perdió la consciencia. Notó que Steve se encontraba detrás de ella, y no fue capaz de evitar abrazarlo con alegría, como un creyente a su dios, como un niño a Santa Claus, como un paciente de hospital psiquiátrico a su medicina. Se recostó en el mismo suelo contándole lo ocurrido, mientras sus lágrimas caían del pánico, siendo observada por psiquiatras detrás de cada espejo, tratando de determinar qué desorden había en Miranda como para hablar con un cuadro vacío.

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