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A pesar de su corta edad, ya hacía un tiempo que sospechaba que algo pasaba.

Un día escuchó a sus padres discutir mientras ella coloreaba una ficha en su habitación. No podía entender bien lo que decían aunque hablaran a gritos pero lo que sí pudo escuchar perfectamente fue un fuerte portazo y, justo después, el silencio interrumpido a los pocos segundos por el suspiro aliviado de su madre.

Se asomó asustada y dubitativa a la puerta del salón, donde pudo ver a su progenitora sentarse en el sofá con los ojos cristalizados y con la mirada perdida en algún lugar al frente.

En ese momento no comprendía lo que pasaba y lo único que pensó fue que su madre necesitaría un poco de cariño así que se acercó rápidamente a ella y se subió a sus piernas para rodearle el cuello con sus bracitos. Maribel no pudo evitar que en su semblante triste apareciera una pequeña sonrisa haciendo contraste con las lágrimas que recorrían sus mejillas.

En esos momentos su hija era la única persona capaz de hacerla feliz sin ella saberlo.

Su padre volvió a los pocos días a casa pero no para quedarse, se llevó con él varias maletas y bolsas con sus cosas.

Lo último que hizo antes de desaparecer de nuevo por aquella puerta fue darle un beso en la cabeza.

A partir de ese momento, veía a su madre mucho más apagada y cansada que antes. Ya no tenía tiempo para jugar con ella o ayudarla con los pocos deberes que le mandaban en el colegio. Maribel vivía apurada encargándose de ella misma y de su hija con el dinero que le daban por estar en el paro y se pasaba horas en el ordenador buscando ofertas de trabajo.

Recordaba cuando otro día se asomó a la habitación de su madre y la encontró haciendo una maleta.

- ¿Tú también te vas?- Preguntó temerosa e inocente. No quería quedarse sola.

- No, cariño. Nos vamos juntas.- Maribel se arrodilló delante de ella para quedar a su altura y refugió sus pequeñas manitas en las suyas más grandes.- Vamos a una ciudad nueva que está un poquito lejos de aquí y tendremos una casita nueva.- Terminó dándole un toquecito en la nariz para intentar quitarle la expresión de preocupación.

- ¿Y mis amiguitos del cole?

- Sé que los vas a echar de menos pero seguro que haces muchos más en el cole nuevo.- Le aseguró su madre. Esperó a que Julia asintiera para volver a ponerse de pie y terminar con su tarea.

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Julia tenía 6 años cuando tuvo que mudarse con su madre a Barcelona.

Llegaron dos semanas antes del comienzo del curso para instalarse tranquilamente en su nuevo piso de alquiler y conocer un poco los alrededores.

Julia al principio no comprendía por qué tenían que estar allí y no en Cádiz con su demás familia. Los echaba de menos, a ellos y a su casa. No quería estar allí. Y esa era la razón por la que lloraba los primeros días y por la que lloró antes de enfrentarse al primer día de colegio.

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En clase, sus compañeros ya casi se conocían todos entre sí y ya tenían grupos de amigos formados. No se atrevió a acercarse a nadie por timidez y se sintió muy sola.

En el recreo se sentó a comerse el bocadillo de jamón que le había preparado su madre en el suelo, apoyada en una pared. Desde allí tenía una perspectiva casi completa del patio y se quedó embobada mirando como dos niños de su edad, uno moreno y otro rubio, jugaban al pollito inglés. El más bajito y rubio cantaba en la pared mientras el otro se iba acercando un poco más a él cada vez que se daba la vuelta. Cuando el moreno llegó hasta el otro, empezó a hacerle cosquillas en los costados al rubio, que empezó a retorcerse de la risa. Justo después, se abrazaron.

Te Lo Prometo {Julright}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora