RESIDENT EVIL VOLUMEN SEIS
CODIGO VERONICA
S.D. PERRY
Para Jay y Char, dos lectores fieles, dos locos de atar
Sin duda, los hijos del mal han perdido la cordura.
JUDITH MORIAE
Nota del autor
Lo más probable es que los lectores más fieles de esta serie ya hayan leído esta nota aclaratoria, pero, por favor, permitid que la repita:
Puede que hayáis notado la existencia de discrepancias entre personajes o momentos concretos entre las novelas y los juegos (o ente unos libros y otros). Debido a que las novelizaciones y los juegos se escriben, se revisan y se producen en fechas distintas por personas distintas, la coherencia completa es casi imposible. Tan sólo puedo disculparme en nombre de todos nosotros, y tener la esperanza de que, a pesar de los errores cronológicos, continuaréis disfrutando de la mezcla de zombis corporativos y de héroes desventurados que convierten Resident Evil en algo tan entretenido... de escribir, y, si soy afortunado, de ser leído.
Prólogo
A pesar de estar enfrentándose a su muerte, ya cercana, y de estar rodeado de enfermos y moribundos mientras los restos ardientes del helicóptero seguían cayendo a su alrededor, en lo único que Rodrigo Juan Raval pudo pensar fue en la chica. En ella, y en quitarse de en medio como fuese.
Ella también va a morir... ¡Lárgate!
Se lanzó de cabeza para ponerse a cubierto detrás de una lápida sin nombre mientras el pequeño cementerio se estremecía y retumbaba. Un enorme trozo del helicóptero humeante se estrelló contra el suelo en la parte más alejada del camposanto y roció a los soldados y a los prisioneros, todos en distintas fases de putrefacción, con chorros de combustible en llamas. Unos arroyos relucientes de gasolina ardiendo recorrieron el suelo como lava pegajosa, y cuando Rodrigo se estrelló contra el suelo, sintió un dolor tremendo en la boca del estómago: dos de sus costillas se partieron al chocar contra un trozo de mármol oscuro semienterrado y oculto bajo las malas hierbas que inundaban el cementerio. El dolor fue repentino y terrible, paralizante, pero de algún modo logró no desmayarse. No podía permitírselo.
La pala de un rotor se hundió en el suelo a menos de medio metro de él y lanzó un surtidor de tierra suelta al cielo del anochecer. Oyó un nuevo coro de gemidos cuando los portadores del virus protestaron sin palabras por aquella lluvia de fuego. Un guardia infectado pasó cerca de él arrastrando los pies, con el cabello envuelto en llamas y unos ojos sin vista que seguían buscando sin cesar.
No sienten nada, nada de nada, se recordó Rodrigo a sí mismo con cierta urgencia desesperada, y se concentró en su respiración, temeroso de moverse mientras el dolor pasaba del deseo de lanzar aullidos al de simplemente gritar. Ya no son humanos.
El aire estaba cargado de humo asfixiante y del hedor de cuerpos putrefactos y de carne quemada. Distinguió el estampido de unos cuantos disparos en el interior del edificio de la prisión, pero fueron muy pocos. La batalla se había acabado, y habían sido derrotados. Rodrigo cerró los ojos todo el tiempo que se atrevió, bastante seguro de que no volvería a ver amanecer. Vaya mierda de día.
Todo aquello había comenzado precisamente diez días antes en París. La chica, Redfield, había conseguido infiltrarse en la sede administrativa de Umbrella y había luchado con ferocidad antes de que el propio Rodrigo la hubiera capturado. La verdad es que había tenido bastante suerte: el arma de la chica ya no tenía balas cuando le había apuntado y apretado el gatillo.