La miro y siento el vacío en sus ojos. Está sentada delante de mí. Está aquí y a la vez no está.
Sus ojos color azul intenso están humedecidos, su mirada vidriosa me hace pensar que en algún rincón de su interior ella llora por algún motivo que quizás ni recuerda. Sus ojos decorados en su alrededor por unas marcadas arrugas, y bajo ese mar de dudas caen unas bolsas que pesan tanto como las penas que ha tenido que aguantar y arrastrar durante su no muy suertuda vida. Miedos, arrepentimientos, tormentos. Pero ya nada se puede leer en sus ojos.
La miro y me entristece saber que en ellos no hay nada más que sinsentidos. No sabe quién soy. Ni siquiera sabe quién es ella. Pero... ¿Qué es lo que sabe? me pregunto. Es la pregunta que siempre me he hecho, y sé que es una pregunta por la que lucharía y hasta daría la vida por encontrarle una respuesta.
Siento que nos despedimos de ella poco a poco. Su luz se desvanece de manera progresiva. Ayer recordaba una cosa más que hoy, mañana una menos.
Hasta ahora, cuando la tengo enfrente y no la reconozco, cuando en su mirada no hay expresión, cuando me pregunto adónde fue a parar ella, todo lo que ella era, lo que le gustaba, las canciones que me pedía que le pusiera, sus preguntas a veces algo indiscretas, sus canciones en francés, su risa escandalosa, su impecable gusto por la moda, en fin, todo, sus pensamientos y recuerdos, sus alegrías y penurias, sus miedos, sus dudas. Ahora ni siquiera hay dudas, sólo la certeza del vacío, de que todo es en realidad nada.
***
Y entonces hace un poco menos de un año, un frío viernes cuando ya anochecía, salí corriendo de clase para ir en coche hasta donde ella estaba, sabiendo que eso no significaba nada para ella, pero sí para mí. Y cuando llegué cogí su mano huesuda, pasé mis dedos por su piel y por encima de las venas que sobresalían, tan azules como sus ojos. Y le dije, sin decir palabra: estoy aquí. Ella no sabía quiénes eran aquellos que la acompañaban pero sabía que no se iba sola. Y si pudo haber algún miedo en sus ojos inexpresivos, no llegó a mostrarlo. Siemplemente los cerró, acallando todo el sinsentido de su interior. Y cuando su cuerpo, menudo y débil, dejó de moverse todo al compás de sus suspiros, entonces se fue de verdad aunque ya hiciera tiempo que se había marchado...
Dedicado y en recuerdo a los que, sin querer, nos olvidaron...