5.

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Cuando Hanbin ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió como su estómago rugía por el hambre.

Parpadeó, sorprendido, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Jinhwan decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambos tenían, solían comer fuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, las conversaciones tontas pero bonitas que solían tener.

—Bienvenido, Hanbin —le gritó Jinhwan desde la cocina, y de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, sólo que, en lugar de abrazarlo por la cintura para hacerlo reír, dándole después un par de besos en el cuello y los labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta, viendo su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles atado a su cintura—. Te extrañé mucho, ¿cómo te fue hoy?

No podía quitar sus ojos de Jinhwan.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa sonrisa de corazón hermosa que poseía, esa lunar cerca de su ojo que quería tocar todo el tiempo.

Por un breve instante, quiso abrazar a Jinhwan, enterrar su rostro en el pecho de él y acurrucarse en sus brazos, como hacía meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando Yun era sólo un asistente y no algo más.

Yunhyeong.

El pobre de Yunhyeong mirándolo con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Jinhwan, hablándose sólo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con él.

—Bien —respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el saco—, cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro comercial.

—Felicitaciones —dijo Jinhwan girándose, dándole la espalda—, te lo mereces, Binnie, trabajas duro.

Y tú, Jinhwan, te mereces a alguien mejor, pensó Hanbin caminando hacia el cuarto para cambiarse de ropa.

De forma inevitable, recordó a Jinhwan dentro del auto de ese desconocido a quien llamó uno de sus pacientes, mirándolo con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender, y la desesperada necesidad de alejarlo de él, de impedirle que lo besara, llegó de forma inevitable obligándolo a actuar.

Sonaba como un maldito hijo de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. Jinhwan podía ilusionarse con facilidad, y si ese desconocido sólo lo quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Era eso. Sólo eso, lo juraba.

Jinhwan, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día había salido más temprano porque su último paciente canceló la hora, así que aprovechó para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando los dos tenían tiempo, podían estar todo el día cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse demasiado de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía o freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.

No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que no resistían para llegar a su habitación, haciendo el amor donde se encontraran. Toda esa casa estaba marcada.

Así que, al salir, pensó que podía cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que Hanbin aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.

Las cosas estaban... estaban igual que siempre. Sí, Hanbin lo iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les había ido en el día, cenaban juntos, y luego se iban a dormir.

Jinhwan quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Hanbin, hacerle ver que ellos seguían conectados, sin embargo, tenía miedo de que Hanbin lo rechazara.

Y ese rechazo Jinhwan no se veía capaz de manejarlo.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Hanbin estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.

—¿Cómo te fue a ti en el trabajo? —preguntó Hanbin con tranquilidad mientras se sentaba.

Jinhwan se encogió de hombros.

—Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados —sonrió suavemente—. Jihae estaba mucho mejor. Hoy Jiwon y Donghyuk la acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Jihae no esté tan solita.

—Es un trámite largo —respondió Hanbin indiferente.

La sonrisa de Jinhwan se volvió algo triste y apenada.

—Sí...

Hanbin dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectada de Jinhwan, y luego mordió su labio inferior.

—Tengo dos entradas para el cine mañana —le dijo entonces, notando como sus ojos se iluminaban—, ¿quieres ir? Luego podemos cenar fuera, Nani.

Jinhwan asintió, contento de ver que Hanbin estaba invitándolo a salir fuera. Había pensado en hacerlo él, sin embargo, no se le había ocurrido dónde ir. Eso de planificar citas normalmente no le salía nunca bien.

—¿Qué película es? —preguntó entusiasmado.

Hanbin sonrió de lado.

—Es una de terror —dijo con cierto tono burlón en su voz.

Su esposo lo miró con incredulidad.

—¡Hanbin, sabes que esas no me gustan! —reclamó como un niño pequeño.

—Vamos, Jinani, tienes veintiocho años —se quejó Hanbin—, además, no tienes por qué tener miedo. Estaré allí para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Hanbin dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambos fueron al parque de diversiones, Jinhwan comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. Hanbin le tomó la mano como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no tuviera miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, Jinhwan salió llorando también, prometiendo que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambos como una promesa secreta entre los dos.

—Si tengo pesadillas será tu culpa —dijo Jinhwan con voz débil.

Hanbin asintió.

—Es una fortuna que durmamos juntos entonces, Nani —replicó Hanbin.

Jinhwan se sentía feliz de ver a Hanbin intentarlo, aunque Hanbin estuviera todavía confundido e indeciso. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.

Pero prefería verlo intentando a verlo rendido.

Si Hanbin se rendía, entonces Jinhwan podía darse por perdido.


Apego //Binhwan// AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora