Sostienes el arco con porte y elegancia.
Tu mirada se agudiza cuando te centras en la diana, la flecha que tiras sigue en camino recto antes de quedar insertada en el centro.
El silencio aquí es extraordinario, Valentina, pero ambas sabemos que la gente del castillo te está mirando, venerándote por tu rebelde agilidad.
Los chicos deben de suspirar mientras dicen que el verdadero destino de esas flechas son sus corazónes, como si poco les importará que sus corazónes estén destinados a romperse ante tu tacto; porque ellos son del montón y tú apellido pronto pertenecerá a alguien más.Giras hacia mí, buscando mi mirada, pero me veo obligada a inclinarse ante ti, mi princesa.
— Me he aburrido, ¿Me acompañas a la biblioteca? — es todo lo que dices antes de dejarle tu arco a alguien más.
Soy tu mano derecha aquí, puedo sentir las miradas de envidia lanzadas por el resto al creer que tienes un trato más exclusivo conmigo.
Mi familia ha servido toda la vida a la tuya, crecí a tu lado con el fin de ser tu más leal aliada y el resto es conciente de que no cualquiera puede soportar mis zapatos.Pero yo no me siento tan especial, Valentina.
Me gusta tu biblioteca, me gusta ver los grandes estantes llenos de una exagerada cantidad de libros, que me preguntó seriamente si has leído en tu vida.
Me gusta este lugar porque a nadie más, además de mí, le tienes permitido entrar.Amas pasar tiempo aquí, pero ambas sabemos que no es por el olor de las hojas viejas y mucho menos por el decorativo.
Este es tu lugar: tu lugar feliz.Aflojas los primeros lazos de tu corset una vez que te quitas el chaleco y te quitas los zapatos porque prefieres ir descalza, te gusta ser tú.
Las voces difícilmente se escuchan fuera de aquí, así que el lugar normalmente inundamos cada rincón mediante bromas y risas. Me hablas sobre el color del cielo, los cisnes del lago y el banquete al que asistirás, venerándo la comida que no podrás probar por estar demasiada ocupada saludando a otras personas importantes. Me hablas de tí, Valentina; y luces tan brillante ante mis ojos.Pierdes tu seriedad y yo pierdo la mía, y de repente ya no eras la princesa y yo ya no era tu fiel servidora. Sólo somos Valentina y Juliantina, las amigas de toda la vida, las confidentes de innumerables travesuras de la infancia.
Soy la niña que pasaba horas observando el cielo estrellado junto a tí en la sala, en la espera de encontrar un estrella fugaz que fuera capaz de conceder nuestro único deseo: Ser felices las dos.— Estoy tan cansada...— murmuras tendiendote en el sofá, recostando tu cabeza sobre mis piernas.
«Debes estarlo» pienso mientras acaricio tu oscuro cabello.
Debido a tu boda las modistas no han dejado de hacerte dar vueltas para que tu vestido sea perfecto. Tú amas verte bien, pero odias ese tipo de actividades; mientras que yo, pasó de esas reuniones y me gustas un poco más desordenada. Me gustas con los ojos somnolientos, el cabello desordenado y tú sonrisa dulce, como cuando despiertas junto a mí.
Nuestras miradas se encuentran, tu cansancio se disipa, pero en cambio, luces repentinamente triste.
— No quiero casarme.
«Pero debes hacerlo»
Te reincorporas, mirándome angustiada, como si comprenderás las palabras que intento transmitirte. Y puedo ver que te duele esto, Valentina. Puedo ver cuánto te duele mi indiferencia al respecto.
— No lo amo, Juls.
«Pero el pueblo entero espera que te cases con él para crear una alianza entre nuestros reinos»