JIMIN

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Al fin había encontrado un trabajo en el que la edad o estudios no importaban demasiado, mientras siguiera estudiando no tendría problemas.

Por la mañana asistía a la universidad mientras que por la tarde trabajaba en una tienda a unas cuantas cuadras de mi casa. No conocía a nadie del barrio porque no solía salir mucho más que para ir al colegio, ya que por las noches tenía que cuidar de mi pequeño hijo llamado Haneul, quien adoraba quedarse en casa junto conmigo cuando me veía regresar.

Haneul pasaba las mañanas junto a mi hermana y las tardes junto a mi madre, en conclusión, solo nos quedaba la noche para estar juntos y la mayoría de ellas me dormía muy tarde a causa de los trabajos de la universidad que eran postergados para poder jugar con mi hijo.

¿Qué si estaba cansado? La respuesta era un rotundo sí. Domir tarde, asistir por la mañana a la universidad, trabajar toda la tarde y cuidar de un pequeño niño de dos años era terriblemente agotador, pero él era la única razón por la cual seguía esforzándome.

La universidad a la que asistía se encontraba cerca de mi hogar y era bastante invisible para las personas a mi alrededor. No tenía amigos y tampoco me interesaba realmente, no tenía tiempo como para preocuparme por relacionarme con otras personas.

La tienda en la cual pasaba mis tardes era un lugar tranquilo, solía estar en la caja y atender a las señoras que iban a hacer sus compras semanales, a su vez, estas sacaban temas de conversación haciendo más llevaderas esas horas.

No quería fijarme, no quería prestarle atención, no quería saber ni sentir curiosidad, pero había un chico que aparecía por el lugar cada mes, mes que se fue reduciendo a semanas e incluso días. ¿Por qué ese chico venía a la tienda todos los días y compraba el mismo chocolate? ¿Tenía alguna clase de adicción o…? ‘Detente ahí Park, tanta curiosidad no es buena’, me dije.

Seguí viéndolo en silencio y hablando con él lo justo y necesario. Había veces en que lo había visto con su mirada clavada en mi, era guapo, completamente hermoso, pero no tenía lugar en mi vida para nadie más. Por desgracia, iba a continuar solo un largo tiempo.

Pasaron seis meses y el chico seguía viniendo. Siempre hacía el mismo recorrido: caminaba hacia el lugar donde se encontraban las golosinas, se quedaba bastante tiempo “analizando” los productos para siempre llevar lo mismo, dirigía su mirada hacia mi persona justo cuando yo quitaba la mía de la suya, se acercaba a la caja, pagaba y se iba.

Y así era todo el tiempo, sólo cruzábamos palabras gracias a mi trabajo, nada más.

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