JUNGKOOK

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Nuevamente entré a esa tienda, esa tienda que algo especial tenía. No sabía que era pero cada vez que iba no lograba encontrar las ganas de volver a mi triste y vacía casa.

Sí, triste y vacía casa. Desde que me había mudado de la casa de mis padres pasaba mis días solo, aburrido. Salía a trabajar y cuando regresaba, añoraba tener a alguien esperando allí para darme la bienvenida, con un plato con comida caliente, preparada con todo el amor del mundo.

Necesitaba, sin duda, algo o alguien que le diera color a mi vida y esperaba encontrarlo pronto. Sacudí mi cabeza para alejar esos tristes pensamientos que no me hacían nada bien, no quería deprimirme más de lo que ya estaba.

Inhalé profundo y me relajé al sentir un suave y casi imperceptible olor a fresas y chocolate. Era agradable aunque casi no me llegaba la escencia completamente.

Jamás lo había pensado, pero me di cuenta de que al principio iba a comprar allí cuando realmente lo necesitaba, luego noté que entraba allí una vez al mes, hasta llegar a ir unas cuantas veces por semana. Y siempre me atendía la misma persona.

Cada día me atendía el pequeño cajero pelirrojo, al parecer beta, que se encontraba allí de lunes a viernes, sin falta. Lo había visto al entrar asique hoy no era la excepción.

Caminé entre las góndolas buscando el dulce que siempre compraba, ni siquiera me gustaba pero era lo que siempre llevaba. Éste consistía en una capa de chocolate relleno con fresas, tal cual el suave aroma que sentía en éste lugar. No voy a mentir, a veces lo comía pero la mayoría de ellos estaban en uno de los muebles de mi cocina.

Me encaminé a pagar y esperé a que el chico de la caja terminara de antender a la señora que allí se encontraba. Una vez la mujer pagó, se alejó rápidamente.

—Buenas tardes. —dijo el empleado, mirándome.

—Buenas tardes. —respondí extendiéndole el dulce. Éste lo miró y medio sonrió, casi me fue imposible verlo ya que agachó su cabeza.

—Adoro éste chocolate. —Susurró, aunque logré escucharlo.

Una vez me lo entregó lo miré fijamente un momento y luego lo volví a estirar hacia él.

—Para ti. —Dije a punto de ruborizarme, pero seguro de mi mismo. ‘¿Qué estoy haciendo?’ me pregunté aún sin quitarle la mirada de encima.

Y en ese preciso instante, sus pequeños ojitos de media-luna se convirtieron en la eye-smile más hermosa que había visto en mi vida. Bajé mi mirada a sus labios y lo único en lo que pude pensar al ver su sonrisa fue que éste lugar no tenía nada de especial, sino que él era la razón por la que yo entraba aquí cada día.

«No era una tienda mágica, lo mágico era la persona que allí se encontraba»

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