Había una vez, una princesa enamorada.
Amaba a su caballero de brillante armadura.
Su caballero la amaba, eso le decía.
La princesa le creía.
Día tras día, la princesa era encerrada en un palacío custodiado por un temible dragón, esa era su maldición.
La princesa esperaba que su caballero la rescatara, pero él se tardaba, a veces no llegaba.
No todos los días se rescata a una princesa, le decía.
La princesa lo creía.
Ella se sentía sola, su caballero ya ni intentaba salvarla.
No todos los días se rescata a una princesa, se repetía.
Pero el caballero ya no aparecía.
La princesa se deprimía.
Una tarde, meses después, el caballero apareció.
La princesa se llenó de ilusión.
Ya vine por ti, amada mía, eso decía.
La princesa le creía.
Al anochecer, la princesa fue encerrada otra vez.
Con esperanza de que al amanecer, su caballero la liberaría.
Pero el caballero no apareció.
La princesa, se desesperanzó.
Entonces la princesa descubrió, que ella misma podía aniquilar al dragón.
Así al anochecer, no encerrarían su corazón.
La princesa se liberó y afuera al caballero esperó.
Pero el caballero, nunca volvió.
