Cristales rotos

107 12 2
                                    

CRISTALES ROTOS

Por Ami Mercury

Dean y Brian se fueron a vivir juntos en Noviembre. Compraron un pequeño ático sin ascensor en Camden Town con dos habitaciones, salón-comedor, cocina en office y un baño. El edificio era antiguo, de techos altos, ventanas de hoja batida y suelos de madera. El cuarto tablón de la entrada crujía como una silla vieja y cada vez que lo pisaban, la Sra. Mason, una viuda de unos cien kilos de peso, golpeaba en su techo con un palo de escoba, fuera la hora que fuese. Las ventanas no tenían persianas y la de la cocina estaba algo suelta por lo que, los días de viento, no dejaba de golpear una y otra vez. Fue así como una vez se resquebrajó el cristal y tuvieron que arreglarlo con un trozo de cinta aislante «hasta que compremos uno nuevo». Pero nunca compraron un cristal nuevo, y la cinta aislante se quedó allí para siempre.

Se habían conocido en la universidad. Dean —metro ochenta, grandes ojos grises llenos de expresividad, pelo de un castaño casi rubio, manos grandes y gafas de pasta— estudiaba informática y programación y Brian —algo más bajo, pelo rizado y negro como la noche, ojos de un azul intenso y un gusto dudoso para la moda— estudiaba ciencias de la información. Todos los martes coincidían en el club social a la hora de comer. Cada uno con su grupo, la primera vez que se fijaron el uno en el otro fue cuando confundieron sus pedidos y le sirvieron a Dean los macarrones con pimienta de Brian. Dean era alérgico a la pimienta y cuando a Brian le dijeron «tus macarrones se los ha llevado ese chico de allí, ve y pídeselos», Dean ya estaba rojo y con la garganta hinchada. A partir de entonces, cada martes se buscaban con la mirada y se reían al recordar el incidente. Dos meses después, tomaron la primera cerveza juntos aunque no solos, y la primera copa juntos y solos, siete semanas después.

El principio de su relación no fue bueno. Encajaban como amigos, no como pareja. Se peleaban por qué película ver, por ir con los amigos de uno o con los de otro, por qué perfume comprarle a Sally por su cumpleaños o por tener que elegir entre coche o moto. Superada esa fase, llegó la de «le estás mirando el culo a ese tío» y «celoso de mierda». En tercero de carrera cortaron un par de veces, una por infidelidad (Dean se emborrachó y acabó en la cama con Theressa), otra por pelea. En cuarto, decidieron darse otra oportunidad. Habían madurado y estaban cansados de tontear, querían algo más que un «¿dónde follamos hoy?». Ese tercer intento fue el definitivo.

Terminaron la universidad. Dean empezó a trabajar como programador de juegos para teléfonos móviles y Brian en un supermercado, «algo provisional hasta que encuentre algo de lo mío». Los padres de Brian no aceptaron aquello. No querían que Dean pisara su casa, ni siquiera escuchar su nombre, su padre le llamaba «princesa» a diario y su madrastra... simplemente nunca se había llevado bien con él. Los padres de Dean fueron todo lo contrario, un soplo de aire fresco. Le recibieron con los brazos abiertos y lo aceptaron como uno más de la familia desde el primer momento. El día en que Brian se fue de casa, su padre se llevó a sus dos hermanos pequeños al parque de atracciones, y solo le dijo: «ya que te largas, asegúrate de no estar aquí para las siete».

Sus primeros meses de convivencia tampoco fueron fáciles. Cada uno con sus costumbres y manías, a Brian le daba rabia que Dean bebiera leche de soja y Dean odiaba la leche fresca porque le parecía demasiado fuerte. Dean siempre se dormía con su I-pod conectado y música chill-out por los auriculares y a Brian le molestaba lo poco que se oía. A Brian le gustaba el té y Dean era adicto al café. Así, hasta un millar de cosas que acababan en pelea diaria, hasta que encontraban la forma de ponerse de acuerdo y lo celebraban con sexo. Les costó medio año aprender a convivir y medio año más darse cuenta de que la vida sin el otro ya era inconcebible.

En Diciembre, trece meses después de mudarse, concretamente en Nochebuena, Brian se sintió mal y se fue a dormir pronto. La mañana de Navidad sufrió una hemorragia nasal fuerte, aunque remitió antes de que fuera necesario llevarle a urgencias. En Nochevieja tal vez bebió demasiado, aunque dos vasos de vodka no le parecieron mucho, pero cuando recuperó el sentido estaba tirado en el sofá, con todo el mundo pendiente de él. «Mi primer casi-coma etílico, felicitadme». Tras las vacaciones, a mediados de enero y principios de febrero tuvo que ausentarse algunos días en su trabajo por culpa de fuertes jaquecas. El día de San Valentín volvió a desmayarse y esa vez no había bebido nada. Dean empezaba a preocuparse pero Brian nunca le hacía caso cuando insistía en que fuera a ver al médico. En agosto, Brian faltó una semana entera al trabajo. Fiebre, agotamiento... era ese asqueroso calor (en Londres) y el olor demasiado fuerte a la lejía que usaba la señora Mason. Pero cuando el segundo cardenal apareció en su espalda tras tres días en cama y volvió a sangrarle la nariz, Dean le obligó a ir al hospital. Análisis de sangre, de orina, de médula...

Cristales RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora