El Asilo

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El verde Cibao, desafiaba al "Niño", el polvo de la calle a medio hacer crujía bajo el peso de las mecedoras.

Nadie hablaba en ese momento, teníamos miedo a muchas cosas. Sobre todo a la muerte, todos lo sabían era natural, éramos muy viejos.

Quien pondría estos nombres a las desgracias: "El Niño"!? Carajo!..Con el calor que hacía. Y si fuera: "El Hombre"! O mejor: "El adolescente"! Con lo que jod... les quedaría perfecto. Mejor lo olvido. Olvido tantas cosas...

Como contraste con el paisaje sólo los pinos lucían enfermos, parecía que habían sido consumidos por el fuego, pero no, era un hongo y se infectaron... también tenían miedo... a la muerte claro. Podía oírlos quejarse en mis sueños, además soñaba mucho con papá y mamá últimamente.

Nuestras miradas, perdidas en el vacío parecían preguntar, cual había sido el sentido de nuestras vidas?

Hacía ya tiempo que nadie nos visitaba, por lo menos yo, no podía recordar si aún tenía familiares.

Estas señoras vestidas de blanco venían a atenderme, algunas...con una sonrisa en el rostro, otras.....no.

La orina rodaba sin piedad hacia el ruedo del pantalón y no me daba tiempo, a veces ni siquiera podía pararme solo, ya no había pampers, ya no tenia próstata.

Francisquito murió ayer al frente de todos, algunos habíamos dejado de llorar con el tiempo y no hablábamos tampoco de ello, el miedo lo impedía, a la vieja muerte... ya saben.

Algunos señores vestidos de verde, venían de cuando en cuando con esos aparatitos que les colgaban del cuello. Daban tanto frío cuando los ponían en el pecho de uno!

Querían oír las penas de nuestros corazones, o al menos, eso sentía yo.

Algunos sonreían, otros no...

Francisquito murió ayer, sin que nadie oyera sus penas.

Cuando lo hicieron ya se habían ido... junto con él.

No hablábamos de ello todos teníamos miedo, casi nadie lloraba.

Las señoras sí, en la otra ala lejos para nuestras viejas piernas, siempre han podido, les fue permitido por nosotros mismos, nos reíamos de ellas. Ahora, ahora... las envidiamos.

A nosotros no. No nos dejaron. La mordaza mental que llevábamos puesta desde chiquitos, aun funcionaba: Los hombres no lloran! Que vaina! Ya no lo éramos, sólo unos pobres viejos.

Estaban lejos para nuestras artríticas extremidades, las señoras. En otro pabellón. No nos dejaban juntar, unos antihigiénicos guardianes nos mantenían a raya.

A veces, iban a visitarlas, no sé quienes. Gente joven, quizás los hijos, o los nietos.

De cuando en cuando alguien venía a visitarnos? Quizá los otros, no a mí...Yo, a veces no podía recordar... no sabía, si aún tenía familiares.

Hacia ya tiempo, que nadie venía. Tuve hijos? Tengo el cerebro... duro como un palo.

Solo tenía a Francisquito, donde andaría? Hacía largo rato que no lo veía.

Oía comentar a las de blanco, no hay suficiente comida, ni medicinas, tanta gente con tanto dinero, donde estaba el gobierno!

Yo, ya no tenía hambre, ni quería medicinas.

A veces me las metía en la boca y fingía que las tragaba, cuando se iban, las escupía, de todas maneras... eran basura.

Estaba cansado, no quería morirme, o sí? No quería pastillas definitivamente. Porque estaban tan lejos las señoras, aquella rubia alta, sí la del moño tan elegante.

A veces de lejos, yo le sonreía y creía ver, me fallaban los lentes, que ella también lo hacía.

Porque estaban tan lejos, recordaba mi niñez cuando íbamos, donde el maestro Serrano y ellas, donde la señorita Gachén.

En aquellos tiempos con las piernas jóvenes robábamos besos y a veces si teníamos suerte! Si teníamos suerte! Para que les digo, si ya lo saben.


Porque no dejaban tranquilo a uno, al fin y al cabo que podía pasar?

Hacía ya tiempo que el general sólo servía para orinar... sin ningún control.

Hoy vinieron los hombres del gobierno del mandamás de turno, inauguraron una clínica, nos llevaron a todos, nos tomaron fotos y cuando terminaron, se lo llevaron todo incluso los muebles, traerían mejores, dijeron.

Conozco la historia... puedo recordar... algunas cosas.

Francisquito se había ido, no pudieron retener las penas dentro de su corazón, yo tampoco.

El polvo de la calle a medio hacer, crujía bajo el peso de las mecedoras mirábamos al vacío pensábamos en el sentido de nuestras vidas teníamos miedo a la muerte claro, a otras cosas también igual que los pinos.

A lo lejos las mujeres reían, algunas lloraban... que suerte!

La mordaza mental, que los hombres no lloran, que de los viejos? Que son los viejos? Para qué somos buenos? Buena pregunta cuando lo eres.

Las señoras de blanco se quejaban del gobierno, se quejaban de los ricos, que no había de esto, que no había de aquello.

No podía recordar si tenía familiares... donde andaba Francisquito? La orina bajaba sin piedad hacia el ruedo del pantalón... no había pampers.

Luis Cedeño Despradel.

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⏰ Last updated: May 20, 2019 ⏰

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