La Cruzada de los Benditos

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Es curioso como la tormenta y sus rayos y truenos coincidieron con lo que estaba próximo; nadie lo esperaba, claro, pero el adoquín empapado, los techos en llamas, el pasto arruinado y los lagos de sangre parecían algo normal ese día.
La Cruzada de los Benditos inició su cacería por Reliquia de Plata, la ciudad capital del extenso reino humano. Uno pensaría que las sombras conducen a la maldad, al odio y la guerra, pero esta vez, las fuerzas sagradas, quienes movían los hilos de esta masacre, susurraban el nombre de Creya Filosangriento, exigían la cabeza de la reina del lugar.
Los designios divinos chocaban con la idea de que ella tuviera en su posesión la corona. Creya no era la hija de ningún rey ni tampoco alguien de una alta posición social. Ella ganó su lugar luego del Azote de Gorrum, que arrasó Reliquia de Plata y se llevó la vida de muchos humanos. El mismo evento acabó con la vida del rey y ella tomó las riendas en la crisis. Como General de la Hermandad del Mithril, reunió a todas las Esmeraldas y las organizó llevándolas hacia el contraataque. Luego de derrotar al Azote en Cyred Athem, la capital élfica, volvieron a Reliquia para recuperar lo que les pertenecía. Con su inteligencia estratega, la cual creció mucho en la última batalla, consiguió poner rápidamente a la ciudad en funcionamiento. El nombre de Creya pululaba entre las personas y todavía no quedaba algo claro: ¿quién está al mando? No hubo duda, cuando llegó el momento, los humanos ovacionaban a la guerrera esmeralda que puso su liderazgo en la derrota del Azote.
Ella siguió entrenando a la Hermandad del Mithril y criando nuevas Esmeraldas que ayudaran en futuras batallas. Y la batalla futura llegó, más rápido de lo que esperaba.
El cuerno de la guerra sonó, haciendo vibrar desde la torre más alta del reino hasta el mineral más profundo de las minas que rodeaban Reliquia de Plata. La tormenta se detuvo para entonces. Los niños y los ancianos empezaron a huir por los caminos subterráneos que llevaban hasta la cuna de los Elfos del Noroeste. El futuro de Reliquia ahora dependía del trabajo obrero del pasado, en que los túneles no se desmoronen.
El Ámbar Apsel consiguió dar el aviso, luego de sobrevivir a una emboscada de la Cruzada de los Benditos. "Asesinaron a mi patrulla", dijo, "exclamaban el nombre de un salvador, un tal Cieri". El arquero tosió un poco, jadeaba agitado y necesitaba recuperar fuerzas rápido; añadió: "dicen que sólo podrán liberarlo cuando la cabeza de la reina ruede y las sombras se encuentren vulnerables".
"Las sombras", pensó Creya. Sólo conocía a alguien suficientemente poderoso y reconocido capaz de ser una amenaza para la luz. Era sin duda aquél que derrotó a Gorrum en la guerra del Azote: Mai'ath-ali, el asesino de las sombras. Ella y Mai'ath habían peleado codo a codo y entablado una buena relación en aquella época, pero ahora el mago estaba desaparecido, nadie sabía qué fue de él desde que su propia magia lo tragó.
No era momento de pensar en eso, ahora una encrucijada amenazaba a la ciudad y ella estaría dispuesta a detenerla con su vida, como toda guerrera esmeralda haría.
El primer aluvión de flechas cayó sobre los escuderos zafiro que militaban el frente. Mientras tanto, los sacerdotes de la Cruzada conjuraban con oraciones escudos mágicos a sus arqueros, por lo que el contraataque de los hechiceros rubí fue inefectivo. Los escuderos abrieron una brecha para que los jinetes atravesaran las filas. Entre las jinetes estaba la reina Creya Filosangriento, la General de las Esmeraldas, cargando al frente. Con una mano sostenía su escudo y con la otra las riendas del caballo. Gritó "¡Ahora!" y todos bajaron del caballo, los potros siguieron y embistieron el frente rival. Algunos espadachines cayeron al suelo y otros perdieron la postura, pero la estrategia logró romper el frente y las guerreras esmeralda cargaron hacia el enemigo. Los sacerdotes cruzados conjuraban hechizos con rapidez, las estocadas de las esmeraldas eran precisas y fieras, pero apenas rasgaban la coraza oponente.
Creya cubrió una estocada y luego se abalanzó a su enemigo con su espada, el escudo sagrado se rompió, quebró la postura de su adversario contraatacando con su escudo y finalizó el trabajo con un tajo al cuello. De pronto dos contrincantes la rodearon, pero la General con gran habilidad detuvo la embestida de uno y aporreó su espada hacia el otro, intentando hacerse espacio. Se recompuso y visualizó a sus rivales, así que tomó su escudo y lo lanzó al rostro de quien se encontraba a su derecha, aprovechó ese segundo atravesando al de la izquierda. Pero su pose ahora le jugaba en contra, cuando el de la derecha se recuperó hizo un corte alto que Creya se vio obligada a detener con su zurda; gracias al guante que llevaba fue un corte superficial, aun así, ella gritó y la sangre se derramaba por su muñeca. Soltó su espada, quedando clavada en el soldado ya derribado, y con su puño propinó un golpe al guerrero. Fue inefectivo. El espadachín retiró su espada y golpeó con la acanaladura de la misma y derribó a Creya. La reina cayó y su casco rodó por el suelo, dando a descubrir su identidad en el campo de batalla. Antes de que pudiesen sentenciar su fin, el Ámbar Apsel lanzó una flecha que pasó por los ojos de quien sería el verdugo de Creya, le dio el tiempo suficiente para que la guerrera se recomponga.
La cara descubierta de la reina llamó la atención al instante, todo el poder de la Cruzada se concentró en donde ella se encontraba e inmediatamente los escuderos zafiro cubrieron la arremetida.
—¡Zafiros, armen el bloque! —ordenó Creya, ahora decidida a avanzar sobre los Benditos. —¡Carguen! ¡Hechiceros Rubí, fuego sobre ellos y barreras sobre nosotros! ¡Esmeraldas, posición triangular! —Los Zafiros rearmaron el frente y las esmeraldas pasaban entre ellos en cono, mientras tanto, las llamas de los hechiceros ayudaban a que las guerreras se abran paso.
La batalla explotó, y ahora decenas de Zafiros, Esmeraldas y Cruzados morían en cuestión de segundos; los hechizos y las flechas no eran tan precisas entre tanto combate, podían golpear a aliados o a enemigos, así como las espadas que aporreaban al aire a veces casi acababan con la muerte de algún compañero. La sangre inundaba las botas y la tierra, los cuerpos desmembrados caían al suelo y algún que otro brazo volaba por encima del campo de guerra.
La victoria se alejaba. Los Cruzados eran menos que el gran ejército de Reliquia, pero la magia que utilizaban era mucho más poderosa. Los Zafiros ya habían caído todos, casi que se caminaba sobre sus escudos, los Rubís estaban agotados y quedaban pocos, solamente un pelotón Esmeralda aguantaba con fiereza con los muros de la ciudad a sus espaldas.
El avance de los Cruzados se detuvo. Creya y las Esmeraldas restantes se quedaron en posición defensiva, esperando el siguiente avance. Se sorprendieron al ver por qué habían detenido la batalla, pararon a iniciar un ritual.
—¡No dejen que finalicen lo que sea que hagan, a la carga! —Creya tenía que jugar todo lo que tenía, fuese lo que fuese, había que detenerlo. Además, se encontraban con la defensa baja.
Una fuerza volátil empezó a crecer en medio de aquel ritual. Las Esmeraldas se acercaban con fiereza, lograban asesinar algunos Cruzados, pero aquella energía volátil acababa rápidamente con quien se acercaba. El miedo se apoderaba de la reina, sus ojos quedaban atónitos, en su interior sentía rabia, miedo, y un enorme vacío. Sentía como sus fuerzas y esperanzas la abandonaban, cada vez era más débil. Tenía que hacerlo, rápido, antes de quedarse sin nada.
Tomó todo lo que le quedaba, su escudo y una pequeña daga atada a su bota; corrió hacia los enemigos, pero sus piernas eran más lentas y perdían su ritmo, sus estocadas eran débiles y les faltaba firmeza. Logró asesinar a dos benditos y finalmente cayó al suelo. Se desmayó, estaba cansadísima y su poder se desvanecía, la esperanza moría frente a sus ojos, su energía era simplemente suficiente para poder observar como el fin se acercaba sobre la ciudad. El horror era imparable.
—Creya, llegó tu fin. Ahora, la sombra está vulnerable.
Una voz tenebrosa le habló a Creya, posteriormente, una enorme figura escapó del ritual de la Cruzada; se presentó: "Soy Cieri, Humanos, su agonía ha llegado". Acto seguido asesinó a Creya y, junto a la Cruzada, avanzaron sobre el resto de Rubíes y Ámbares que quedaban. Logré huir, oyendo como mis compañeros aullaban de dolor. Niños y niñas, en Cyred Athem nos fortaleceremos por ahora, pero volveremos a construir la ciudad, mineral a mineral.
El Ámbar Apsel abrió las puertas subterráneas que daban con el hall del castillo de los Elfos del Noroeste. Fueron recibidos por LyVil, la madre de Mai'ath-ali.

La Cruzada de los BenditosWhere stories live. Discover now