Son las once de la noche, no puedo conciliar el sueño. Y eso que suelo dormirme bastante temprano, eso me hace cuestionar. ~Optimista, necesito ser optimista.~ me digo a mí misma, tratando de convencer a mis pensamientos torpemente desordenados en la habitación de mi mente, el mismísimo quilombo. Puedo tapar los sucesos que me abaten tan sólo con el apoyo emocional. ¿Y cómo? Mi familia, o parte de ella, ya que cada uno tiene su propio mundo, pasando del de los demás. Mis amigos, o mejor dicho un pequeño puñado de gente. Tengo dos grandes amigos, a los que lamentablemente no veo jamás (ya saben, cuestiones personales, laborales...) pero igualmente los adoro, a pesar de que no puedan darme la atención que yo quisiera; y tengo una amiga que considero hermana. La quiero mucho, pero es algo problemática. Tímida por momentos y por otros arriesgada, una rebelde sin causa.
La cuestión es: Si supuestamente esas cosas son las que me brindan tal apoyo, ¿por qué aclaro en todas algún defecto? Fácil, dentro de aquellas categorías se encuentran personas, humanos. Y es que el ser humano está lleno de errores. Por eso es que son pilares inestables, y por tanto, no me garantizan lo que anhelo.
Pero... ¿saben qué? Cuando pierdo las esperanzas, cuando pienso que todo está perdido, cuando creo que ya nada podrá consolarme, ahí encuentro mi solución. Ni persona, ni objeto. No, nada de eso. Es algo abstracto, bello, incondicional, e incapaz de herir o causar cualquier tipo de daño... La música. Así es, aquel hermoso arte que combina sonidos y silencios, de distintas formas. Tan única, brillante, armoniosa. Tan repleta de sentimientos.
Eso es lo que llena mi vida, como en este preciso momento, en el que suena una melodía tranquila, lenta y pausada, en conjunto con una suave y dulce voz masculina que me enamora a través de los oídos, y embriaga mis sentidos. Sonrío sin siquiera notarlo hasta que poso mi mirada en el espejo. Mis ojos brillan y exhiben mis sentimientos sin perder detalle; mi sonrisa se ensancha un poco más, y a sus costados, en mis mejillas, se acentúa un tenue sonrojo; mi estómago se vuelve zoológico; los latidos de mi corazón se aceleran y casi creo que hasta la señora de la esquina puede escucharlos. Me tumbo en la cama otra vez, emito un suspiro, y cierro los ojos, permitiendo que los sonidos que se reproducen en los auriculares que tengo puestos, me acaricien el alma y la llenen de energía. Y, finalmente, me dejo acunar por los brazos de Morfeo.
Mañana será otro día, y ¿quién sabe? Podría ser uno muy lindo...