ARCADIA

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El brillo del sol se cola entre las hojas de los árboles, modelando tenue, cual brillo en la superficie del agua, el contorno redondeado del ojo del cerdo, inmerso en el repetitivo placer de saborear un trozo arrancado de pastizal. La punta de la flecha le apunta directo al torso, el lugar más amplio para asestar, con amplio margen de error, el tiro de un cazador inexperto. Akron se está quieto, con los músculos tensos, manteniendo la posición que su padre le había enseñado. Este era su rito de pasaje, quitarle la vida al animal lo convertiría en un hombre, uno de los pilares de la comunidad. El pequeño había puesto grandes esperanzas en el futuro, ambición de gloria y fama, de poner el nombre de su familia en la historia de su pueblo. Sin embargo, en medio de las plantas verde azules, de la tierra húmeda y por sobre todo, de la mirada juiciosa del resto de los cazadores, de los adultos y de los pequeños que como él habían venido este día a renacer como cazadores, Akron se encuentra a sí mismo falto de aliento. ¿Dónde había quedado su valentía? ¿Cuánto más tendría que esperar para que el hombre en su interior brotara y asestara el golpe fatídico que lo conduciría a la gloria? Cada segundo que pasa le quita un poco más de coraje. Indeciso y ahora confundido, el alma del cerdo se le mete adentro del cuerpo en un cruce de miradas. Akron se pregunta si acaso el animal sufriría, si le dolería la flecha clavada en el costado, si acaso tendría una familia, hijos como él. ¿Qué haría Akron sin su padre? La muerte se le clava en el costado y desangrado de emociones, baja levemente la punta de la flecha, leve pero no tanto como para que su padre, que también lo está esperando, no se dé cuenta.

- ¡Akron, tira! Exclama el padre.

El exabrupto alerta al cerdo, quien escapa frenético hasta perderse entre la maleza del bosque. Lagrimas tibias recorren las mejillas de Akron, sus brazos caen sin fuerza, gira la cabeza para encontrar al padre, encuentra su espalda. El resto de los cazadores parte en busca del cerdo sin prestar más atención al pequeño, quien queda solo entre los árboles, viendo como verdaderos hombres atraviesan el espesor indefinido sin una gota de duda.

Akron regresa en silencio, con la mirada pegada en las diferentes piedras que adornan el camino, encuentra algo de paz interior apreciando las diferentes formas y colores que describen en el suelo escarpado. Al llegar al pueblo nota un aura diferente, ¿acaso se había equivocado de lugar? Se siente como un fantasma transitando calles vacías, las personas no lo miran. Un súbito sobrecogimiento lo embarga y obliga a apresurar el paso. El pequeño espera hasta encontrarse solo en medio de su hogar para soltar las lágrimas espinosas que le habían consumido por dentro durante el camino. De entre todas las personas, la madre es la única que no le niega la mirada, incluso le da alguna esperanza.

- Pues hay más en la vida que ser un hombre hijo – fueron sus palabras.

Alivianado su espíritu, Akron decide pasar el resto del día en la playa, mirando el oleaje efervescente romperse en la orilla, contando chispas de luz fusionarse con gotitas de agua salada. El rugido omnipresente del mar lo envuelve y le retumba en el pecho, liberándolo de la rabia que ahora siente. ¿No ha sido culpa del padre que el cerdo escapara? En todo caso, Akron pudo haber encontrado un segundo aliento luego de su duda inicial, ¿No fue un error el haberse entrometido? Akron se recompone y la culpa le abandona cada vez que encuentra depositario en otras personas. El frio del atardecer parece suficiente excusa para el pequeño, quien por fin logra llenarse de suficiente valor como para levantarse y enfrentar una vez más al pueblo que le ha dado la espalda. Ya tendría él la posibilidad, una y miles de ser necesario, para probarles a todos que era tan hombre como cualquier otro. Y con esta nueva convicción, Akron emprende el camino de regreso a casa, pasos firmes que marcan el suelo inconsistente de la arena. No es sino hasta el momento en que Akron llega a su casa que nota al grupo de hombres que regresa del día de caza, sin cerdo en la espalda y sin sonrisas entre los compañeros. Cuantas veces los había visto regresar chillando canciones de victoria, abrazados los unos de los otros, festejando el suculento botín conseguido. Ahora nada, ningún canto, ningún botín. Akron alza la mirada y cuenta once personas. Trece habían salido y, sin contarse a él mismo, una persona falta. Con ojos nerviosos, Akron corre al encuentro de los hombres y pregunta con la voz quebrada.

ArcadiaWhere stories live. Discover now