CAPÍTULO ÚNICO

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《Coloca la boca en forma de “o”  […]
Piensa en un deseo […]
Cierra los ojos […]
Mira a la Luna y cuéntaselo […]
Junta los labios…
Y sopla
Cuanto más grande sea el deseo, mayor tendrá que ser el soplido.
Lo ideal es que soples hasta que no te quede nada dentro… como si fueras a mover la luna》

    Y así lo hizo, sopló hasta quedarse sin rastro de aire en su boca, y deseó no volver a estar sólo nunca más.

Demian pensaba que, a lo mejor era muy mayor para pedir deseos, y por ello la luna no hacía caso a sus peticiones, pero aún así siguió intentándolo.

Ya era la décimo-octava noche en el mes de octubre que le soplaba a La Luna por compañía, pero la pálida parecía ignorarle de la más cruel de las maneras...

Al caer nuevamente la noche, mientras la oscuridad mezclada con tenue luz blanca y leves vientos característicos del otoño se colaban por su ventana abierta, el azabache se apoyó en el marco de esta y le susurró otra vez a aquella que ya consideraba su amiga:

-Incluso si no soy tan hermoso como una constelación, o mi vida no es tan valiosa como una; incluso si no provengo de la más puras de la familia, permíteme tener compañía. No quiero seguir siendo un Plutón, por favor, ten piedad y concédeme un poco de paz.

Cerró los ojos, con el viento haciendo bailar el azabache de sus cabellos; puso los labios en forma de 《o》 y sopló.

Y frente a aquel marco caoba, con la luna observándole y unas pocas hojas de arce abriéndose paso a su habitación, el pelinegro decidió que sería la última vez que le suplicaba a la de manchas, pues ya veintidós otoños, decidió que era el momento de dejar de ser el Niño Cercano A La Luna.

Así, a las 10:01pm, mirando por última vez en la noche la constelación de estrellas que en el oscuro cielo aún destellaban, cerró sus ventanales de cristal, decidido a terminar con sus deseos.

Con pasos perezosos, se dirigió a las blancas sábanas que le brindaban bienvenida a la comodidad de su cama, no sin antes fijarse en la tenue luz blanca que contrastaba con el rojo de sus sábanas.

Sin más, se hizo espacio entre las de seda, y se acurrucó en ellas, hasta que el pesar de sus párpados, por inercia, hicieran de sus negras pestañas un puzle perfectamente armado.

Pasada la media noche, con el reloj de su mesilla marcando la 1:10, sentía… ¿como la seda le acariciaba el rostro?, le proporcionaba suaves caricias en el recorrido de su mandíbula, y como se posaba en distintos puntos fijos de su rostro.

El beso de un ligero algodón en su frente lo hizo despertar, notando así a la chica de cabellos cenizos que se encontraba observándolo a su lado.

¿Acaso estaba soñando?

Aquella chica de larga melena blanca era lo más parecido a un ángel que había visto en su vida; desde su rostro que parecía haber sido esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo, hasta su pelo perfectamente acomodado, sus ojos grisáceos que parecieran guardar millones de estrellas en ellos, y la sonrisa marcada en su rostro, que, era sin duda, la más armoniosa, pura y hermosa que había visto en su vida. Sus ropas blancas y totalmente pulcras, en contraste con la canela de su piel, le daban un toque angelical el cual no necesitaba, pues, aquella chica parecía la personificación de 《lo bueno》.

Pero, ¿cómo había llegado hasta su habitación, su casa, su cama?

-¿Quién eres?

Preguntó. No se sentía intimidado, pues notaba en aquella chica una pureza indescriptible, una que sólo un alma celestial podría emanar.

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⏰ Última actualización: Jul 23, 2020 ⏰

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