Solos en la catedral

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Empecé a besar el cuello de Copia. Lamía y mordía mientras él dejaba ir gemidos desesperados de placer y deseo. Le hice algunos chupetones; noté cómo su miembro se alzaba y chocaba con mi cuerpo. Le abrí la casaca de Cardenal y acaricié con pasión su pecho, su cintura; pellizqué sus pezones. No puso ninguna resistencia. Era tan frágil, tan entregado. Y no paraba de gemir con su voz melodiosa, ronca y aguda a la vez, que me volvía loca cada vez que dejaba ir nuevas notas. Le chupé un pezón mientras le agarraba el miembro. No gimió, se estaba mordiendo los labios. Me agarró por el cabello, tirando de él con desesperación, y me condujo hasta su grandioso miembro. Sabía que él quería que lo envolviera ya en mi boca, húmeda y carnívora. Sin embargo, le haría esperar un poco. Quería verle desear más, más y más, hasta que, cuando obtuviera lo que ya ni siquiera quería, sino que necesitaba, su placer níveo entrara en mí.
Observé el bulto bajo las faldas que incluso mantenían la forma de sus voluptuosos muslos. Le quité la falda, le agarré por el trasero y mordí esas piernas como tanto había soñado en soledad. Empecé por las rodillas, sintiendo las con los labios, suavemente, y con la punta de mí lengua, y así fui ascendiendo; sus caderas se movían como si follaran el aire, oscilando sensualmente de manera algo frenética en una búsqueda de placer que no concluía jamás, mientras que el deseo incrementaba a cada beso, caricia y mordisco. Me detuve ante sus muslos, fascinada por sus curvas perfectas y süaves, mirándolos por primera y última vez antes de clavar mis colmillos en ellos y saborearlos con desesperación. Gusto a sudor y olor a lascivia, textura perfecta, casi un acto de canibalismo era morder esas piernas temblorosas esculpidas por el mismísimo diablo.
En mi trance haciéndole el amor a sus piernas, Copia me agarró la cabeza y me atrajo hacia él. Me condujo hacia algo más ansiado por ambos, mucho más ansiado. Me disponía a dejarme llevar cuando recordé quién llevaba los pantalones allí. Me detuve. Le miré a los ojos. Su cara avergonzada, sonrojada por encima de la palidez de su piel, sudando y respirando con dificultad y excitación... ¡Yo también me excité tanto...! ¡Me regalaba tan dócilmente su debilidad, se entregaba a mi boca y a mis manos con la más sincera necesidad...! Tal como lo hace un perro humillado que espera su recompensa. Copia la obtendría, sí, pero no le di su premio todavía. Reí con malicia por lo bajo. Le miré a la ojos fijamente desde ahí abajo, y con ellos le dije qué era lo que quería. Entrecerró los suyos y la pupila de su ojo verde se dilató. Apartó la mirada y suplicó:
-Por favor...
Terminé de enloquecer. Mis ojos se tornaron en blanco y me mordí los labios antes de abrir la boca para dejar de resistirme a darle lo que tanto queríamos. Retiré la última prenda, que se esforzaba por ocultar una erección que debía doler Dios sabe cuánto. Me puso muy cachonda ver que utilizaba ropa interior negra y con encaje. Sin embargo, algo me ponía mucho más cachonda, y estaba justo delante de mí, alzándose de manera colosal y magnífica.
Deslicé la punta de mi lengua desde lo más bajo hasta la punta de su enorme pene. Estaba durísimo y chorreaba líquido preseminal que degusté plácidamente. Sentí como la comisura izquierda de mi labio se humedecía, así como lo hacían otras partes de mí. Repetí el gesto con toda mi lengua, curva, envolviendo la mitad del tronco desde abajo hasta lo más alto, y luego empecé a lamer sus testículos. Los gemidos incrementaron en ese momento y se tornaron más fuertes y desesperados. Yo también lo estaba, así que engullí todo de una vez. Me perdí en el pene de Copia por completo. Sólo existía mi frenética necesidad y la suya, moviéndose al unísono, la una devorando a la otra. Subía y bajaba, entraba y salía, una y otra vez, una y otra vez... y Copia empezó a embestir contra mi boca y a asfixiarme con su falo. Se descontolaba y, aunque se suponía que debía mantenerle a raya, me excitaba muchísimo que no fuera siquiera capaz de mantener su papel ante mis artes. ¿Hay acaso entrega mayor?
-Más... Ah... S-sigue... Por favor, ¡por favor, más...! Aaaah... Aaaaaaah...
Cada vez sonaba más agudo y estaba cantando la mejor canción que le había oído jamás.
-¡Me voy a correr...! Aaaah... ¡Ah!
Por fin, un último y largo gemido invitó a su semen a dispararse en mi boca y luego, al sacarlo de allí, en mi cara.
El cardenal se veía exhausto y satisfecho, mientras yo me sentía en pleno éxtasis ¡y estaba tan mojada...! Copia se dejó caer sobre el suelo, yo escupí el semen y él me agarró de la cara y me comió la boca hasta casi ahogarnos.
-Es tu turno -dijo.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2019 ⏰

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Dominación ~ Cardinal Copia Y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora