ENSAYO

60 0 0
                                    

En ocasión de diagnosticar una enfermedad grave, o de indicar un procedimiento a un paciente, ésteo sus familiares suelen interrogarnos sobre los riesgos. En esta pregunta parece quedar implícita la dudasobre la ocurrencia de efectos o complicaciones generadas por la patología o la intervención; sin embargo,en general, no es posible discernir si el interlocutortambién considera a la muerte entre estas posibilidades. Es raro que un paciente pregunte directamentesi puede llegar a morir de su enfermedad.De la misma forma, todos los médicos asistimosfrecuentemente a la situación en la que la muerteadmisible de un enfermo terminal o de edad avanzada despierta un dramatismo exagerado e incomprensible entre los familiares, capaz de llevarlos al enfadoy al litigio contra el sistema médico. La tenacidad conla que no se reconoce ni se acepta la muerte se presenta anacrónica en nuestra era empapada de cienciay de razón.Hace ya casi 50 años que el sociólogo inglésGeoffrey Gorer (1) señaló cómo la muerte se ha convertido en tabú y reemplazado al sexo como símbolode censura. Antiguamente se les decía a los niños quenacían de un repollo, pero asistían a la escena del adiósa la cabecera de un familiar moribundo. En la actualidad, los niños son iniciados desde pequeños en lafisiología del amor y la anticoncepción, pero jamáspodrán ver cómo su abuelo deja este mundo.Parece ser que técnicamente admitimos la posibilidad de morir cuando padecemos una enfermedad,pero en el fondo solemos sentirnos inmortales. Sinduda, la medicina también aporta sus motivacionespara creer que no vamos a morir, o que por lo menosno existirán más muertes prematuras. La idea quenos hacemos de este buen porvenir parece estar autorizada por los trasplantes de órganos, la terapiagénica y celular, la clonación o las terapias rejuvenecedoras.A través de algunos relatos de la historia nos percatamos de que morir en Occidente nunca fue fácil.En la primera mitad de la Edad Media se había establecido un ritual de la muerte basado en elementosantiguos y que contaba de los siguientes pasos: Comenzaba con el presentimiento de que el tiempo seacababa (¿presentirá el hombre del siglo XXI la llegada de la muerte?). Entonces el enfermo se acostaba yyacía sobre el lecho rodeado de sus familiares, amigos y vecinos. La actitud del moribundo en esta liturgia pública de su muerte incluía el pedido de perdóny reparación por los errores que había cometido y laencomienda a Dios de los sobrevivientes. Parece queen esa época era natural que el hombre sintiera laproximidad de la muerte; rara vez ésta sobrevenía demanera repentina. Y si el principal interesado no erael primero en percatarse de su destino, le correspondía a otro advertírselo en lugar de ocultárselo. Undocumento pontificio de la Edad Media indicaba queera obligación del médico informar al moribundo, talcomo ocurre en la cabecera de Don Quijote: [El]tomóle el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que,por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro.En aquella época, las costumbres cristianas sugerirían que el moribundo estuviese acostado sobre laespalda para que su cara mirase al cielo; los judíos,en cambio, debían hacerlo mirando a la pared, segúnlas descripciones del Antiguo Testamento. Todavíaen el siglo XVI, la Inquisición española reconocía enesa señal a los marranos mal convertidos.Esta familiaridad con la muerte implicaba unaconcepción colectiva del destino, una aceptación delorden de la naturaleza según las grandes leyes de laespecie. Varios siglos después, Arthur Schopenhauerretomó esta aceptación de la muerte con un enfoquemás drástico en su clásica sentencia expuesta en suMetafísica de la Muerte: Exigir la inmortalidaddel individuo es querer perpetuar un error hasta elinfinito.Pese al espíritu de resignación de la Edad Media,el duelo de los sobrevivientes solía manifestarse dramáticamente. Inmediatamente después de la muerte, los asistentes se desgarraban las vestiduras, searrancaban la barba y el pelo, se despellejaban lasmejillas, besaban apasionadamente el cadáver y hasta solían caer desvanecidos. (2) Pero después de estasmanifestaciones inmediatas de dolor, los gestos de lossobrevivientes traducían la misma resignación y abandono al destino, dejando de lado la voluntad de dramatizar. Tanto es así que, avanzada la Edad Media,el cortejo fúnebre incluiría lloronas pagadas paragarantizar las manifestaciones de duelo. El Cid Campeador cantaría entonces

la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora