Hoy era mi cumpleaños, cumplía siete años. recibí mi regalo por parte de mi papa, algo que quería más que nada. para jugar más de un jugador, pero no conocía a nadie, no tengo amigos. agarre mi regalo y camine hacia mi padre, quien estaba arreglando para un ritual.
—Papá, ¿puedo salir?
El asiente antes de salir de la casa, también salgo y me dirigí al centro del pueblo, donde se encontraban muchos niños como yo. Solo tenía que preguntarle a alguien si quiere jugar conmigo.
—Hola — me saludo un chico castaño, de mi misma edad.
—Hola. ¿Tienes un nombre de secta?
—Sí, ¿y tú? el mío me lo asignaron a los cinco.
—El mío también me lo asignaron a los cinco. Mi apodo es abraxas ¿y el tuyo?
—Satanás. Mi nombre real es matías candia.
—¿Cómo te gusta que te digan?
—Matías está bien.
—Bueno, tu dime abraxas.
—¿Cuál es tu nombre real?
—Axel.
—Hola es mi cumpleaños.
—¡Feliz cumpleaños, matías!
—Gracias. ¿Quieres jugar con mi regalo?
—Sí quiero jugar, ¿qué es tu regalo?
—Una ouija.
—Que genial, ¿puedo invitar a alguien a jugar?
—Si.
Abraxas sonrió para después salir corriendo fuera del centro del pueblo. Me senté en cemento esperando a que abraxas volviera. El castaño volvió, su mano estaba agarrada a la de una niña de los cinco años.
—Deberíamos ir a un lugar más oscuro — sugirió abraxas.
—¿Cómo te llamas? —Pregunté mirando a la niña.
—Mi nombre de secta es gemma y mi nombre real es _____ gillis.
—Me llamó matías candia, mi nombre de secta es satanás.
Entramos a un galpón, había sucios y viejos colchones tirados en el piso. Gemma se acercó al colchón y se sentó. Abraxas agarró una caja llena de velas. Me senté en un colchón para después poner el juego de la ouija en el centro. Abraxas prendía las velas y las acomodaba, formando un círculo de velas que iluminaban lo suficiente.
—¿Es la primera vez que juegas? —Preguntó abraxas mirándome.
—Solo mire a personas jugar, es increíble — él me acercó una vela.
—Pongan sus manos en la fecha de madera.
Ambos hicimos caso al pedido de abraxas, la mano de gemma y la mía estaban juntas, su tacto era suave y frío. Preste atención a la tabla.
—¿Cómo te llamas? —preguntó abraxas mirando la tabla.
"Marie" era las letras que indicaban la fecha. Una sonrisa se formó en mis labios.
—¿Nos conocemos? —preguntó abraxas.
"No, morí hace mucho tiempo". Sentía emoción, más que ver a otros jugar.
—¿Viviste en este pueblo?
"Sí". Miré a abraxas, queriendo hacer una pregunta. Cómo si leyera mi mente, el asintió con la cabeza.
—¿Marie...? —iba a decir algo, pero las velas se apagaron y la puerta se abrió bruscamente.
—Significa que tenemos que dejar de jugar. Que mal, yo quería seguir jugando —quitamos nuestras manos de la tabla.
—¿Podemos volver a jugar? —pregunté mirando ambos, abraxas sonrió.
—La próxima podemos jugar al juego de la copa.
—Abraxas, ¿podemos tomar chocolatada? —preguntó gemma.
—No tengo chocolatada...—dijo abraxas apenado.
—Yo si tengo. Papá está en un ritual, pueden venir a mi casa.
—No, no es necesario, matías.
—Sí lo es, axel —él sonrió con timidez.
—Bueno, vamos gemma.
—¿Tenés cenizas? —preguntó gemma, mis labios formaron una sonrisa.
—Sí, las de mis bisabuelos.
—Me gusta mucho el chocolate, más con cenizas —gemma era muy tierna.
Guarde la tabla en su caja. Después salimos de ese galpón. Guiaba a abraxas quien tenía de la mano a gemma.
Pocas veces había bebido chocolatada con cenizas, papá suele darme té rojo. Las cenizas de mi familia estaban en un mueble, en jarrones. Papá la sacaba para ponerla en la comida.
—Que linda casa, satanás.
—¿Quieren chocolatada con cenizas?
—A mí me dan chocolatada sola, el abuelo dice que no necesita cenizas. Solo le pongo azúcar —respondió abraxas.
—Tengo azúcar.
— Yo quiero probarla con cenizas, el abuelo no es mí padre —reímos por lo que dijo axel.
Entramos a mi casa. Encendí las velas para iluminar. Dejé la ouija en mi pieza y después fui a la cocina. Abrí el mueble para sacar las cenizas de mi bisabuelo, es lo más reciente que tenemos. Serví chocolatada en tres tazas y les puse cenizas a las tres. Puse unas galletas de chocolate en un plato y llevé todo a la mesa.
—Me encanta—abraxas relamió su labio.
—También me encanta, esta rica —opinó gemma.
En ese momento me sentía muy feliz, tenía amigos.