El día que te fuiste.

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6 de mayo a las 3:30 PM. Jueves. Jaziel estaba charlando con su mejor amigo Eiden, eran inseparables desde hacía algunos años, pero ese día sería el último en que podían verse.
Eiden, el chico moreno y alto estaba a punto de irse a otro país y a Jeziel no le quedaba de otra más que ser miserable en el mismo país y la misma ciudad, con las mismas personas, los mismos lugares y la misma rutina.

—Quizás en 10 años volvamos a vernos —lo miró con sus profundos y oscuros ojos cafés.

—Claro, podría convertirme en maestro y darle clases a tus hijos, entonces cuando vayas por ellos nos volveremos a ver —sonrió como siempre lo había hecho cuando estaba al lado de Eiden.

Eiden estaba serio, como siempre, con su mirada perdida y su tranquila respiración.

—¿Qué me dirás cuando me vuelvas a ver?

—Que tus hijos son igual de serios que tú.

—¿Tan rápido armaste una historia en donde incluye el perfil psicológico de mis hijos? —se rió bajito.

—Es lo único que puedo hacer ahora que no vas a estar. Fantasear.

Se quedaron callados.
El largo cabello castaño de Jeziel se movía suavemente por la brisa que danzaba alrededor de ellos, y en su mente sólo podía pasar una inquietud acerca de que Eiden tenía algo que decirle, pero había perdido el valor para hacerlo.
Antes de estar en la parada del colectivo, estaban con un amigo suyo que parecía no entender el ambiente que rodeaba a los chicos, —que rodeaba a Eiden, más específicamente— que decía muy abiertamente; déjanos solos.
El moreno había soltado varias indirectas tratando de decirle que se largara de una vez por todas, pero su amigo sólo entendía después de una hora y fue después de que Eiden le dijo directamente que quería hablar con Jeziel, a solas.

—¿De qué querías hablar conmigo?

—De nada, simplemente quería decirte que todo es posible, Jeziel.

Y esa era la frase que el moreno siempre decía, era como si frase favorita o algo parecido.

—Hasta en este último día, ¿eso es lo último que quieres decir? —Eiden sólo asintió con la cabeza— De acuerdo, entonces, dame algo con lo que yo pueda recordarte, como una pulsera.

—¿Y qué me darás tú?

—Sé que no quieres nada de mí. Ya te he regalado varias cosas.

—No te daré mis pulseras.

—¿Porqué eres el único que va a tener algo de recuerdo y no yo? —hizo un puchero.

Silencio de nuevo.

—Ya sé —sacó una libreta amarilla de su mochila—, escribe lo que quieras aquí y pon tu nombre.

Eiden no se opuso a ello, y con su rostro sin expresión escribió:

“Todo es posible”
—Eiden.

Eso fue todo lo que Jeziel pudo conseguir de su gran amor el último día que se vieron.

Creadores de Tristeza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora