Empezaba a refrescar. Saqué mi rebeca de punto de color beige de la mochila y me la puse. Continué caminando a la vez que me dirigía hacia ningún destino. No recordaba cuando había sido la última vez que había andado para evitar pensar, pero la verdad es que en estos momentos no funcionaba.
El parque estaba desierto ya que empezaba a anochecer y se notaba que el otoño había llegado dado que los árboles estaban cambiando de traje. Me senté en el césped y observé a una familia de patos color tostado que nadaban por el lago.
"¿Por qué me has engañado de esa manera?" Pensé. Y sin darme cuenta una lágrima empezó a recorrer mi mejilla."Te di todo. Te regalé cada uno de mis abrazos, cada una de mis sonrisas. Te regalé mi mente pensando en ti a cada momento, mi alma velando por cuidarte y mi corazón queriéndote cada instante. Y ya no queda nada."
Entonces en ese momento lo asumí. Acepté que mi corazón ya no iba a ser como antes, que en esos momentos era como un vaso de cristal que se había caído al suelo y roto en mil pedazos y que por más que se intentase arreglar siempre quedaría una pequeña pieza del frágil vidrio que faltaría para completarlo. Y lloré al sentir que jamás sería capaz de decirle a nadie más estas ochos letras: Te quiero.
