⛩P͓̽A͓̽R͓̽T͓̽E͓̽ ͓̽U͓̽N͓̽I͓̽C͓̽A͓̽⛩

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Con los copos de nieve en polvo que cubren la cordillera en blanco. En una casa en ruinas en un pueblo fantasmal, nos apoyamos en el frío, durante la noche de invierno.

—El día que nos conocimos, nevó también.—

Susurró  con cariño con una cálida sonrisa. Jaemin giró su cara, enrojecida por el fuego del hogar, y escondió su rostro en la sombra de la manga de Jaeno.

El chico de cabellos rosados se acordaba perfectamente de aquel día nevado en el que se conocieron. Él solía ser parte de una casa con una pareja, sus padres, al cargo, y, con doce hijos bajo su mando. Los más fuertes debían trabajar duro para mantener a su familia... pero... los más débiles y con rasgos menos masculinos, debían prepararse para trabajar como servidores de casa y de su futura pareja, incluso algunos debían ser concubinos.

Aquel destino, le tocaba al joven Jaemin de tan solo dieciséis años. Tan joven y ya estaba preparado para ser enviado lejos y ser un esclavo sexual de algún miembro de la familia del emperador. El chico no quería eso, y jamás lo querría para vivir.  Así que, en una noche de invierno y temperatura helada, con tan solo su kimono  y una sábana cubriéndolo, corrió lejos de casa, por los bosques nevados y con los árboles sin hojas dándole compañía y perdiéndolo al mismo tiempo.

Decidió llegar a la casa del joven Lee Jaeno, un granjero y cazador de veinte años. Aún en media noche, al tocar la puerta desesperadamente, aquel joven le abrió la puerta, dándole un refugio. Al pasar el tiempo, ambos se enamoraron, casándose cuando Jaemin cumplió los diecinueve.



Con el acercamiento de la primavera, Jaemin cantó con los pájaros gorjeando de sus alegres cambios. Sus cabellos rosados atraían a los pájaros coloridos, tan hermosos como él.

—Que hermosa voz.—

Murmuró Jaeno con ternura, con su cabeza recostada en los muslos del menor. Y solo esas simples palabras le hicieron muy feliz. Jaemin miró la hermosa vista de sus campos de cosecha, y después bajó su cabeza para poder ver al mayor admirando la misma vista y a los dulces pájaros. Sus ojos se cristalizaron y una lágrima se escapó de su ojo.

—Si un día envejezco  y ya no puedo cantar maravillosamente para ti, ¿todavía me amarías?—

Preguntó el de cabellos rosados. Cuando estaba en su antigua vida, sus padres le habían dicho que solo lo amarían mientras siga bello y joven. Y como ya no era igual de joven como se habían conocido los dos, aquella duda inundaba los pensamientos de Jaemin.

—Por supuesto que lo haría.—

Sonrió amablemente el mayor. Suavemente, la mano de Jaeno acarició su mejilla sonrojada, con aquella lágrima resbalándose. Aquellas palabras, hicieron a Jaemin muy feliz y se sintió seguro, de que su amor seguiría existiendo por siempre.


Una tarde de verano,  con las hojas frescas encendidas, mientras recogían frutos y los colocaban en las canastas bajo el sol brillante y hermoso... Jaeno cayó al suelo mientras tosía, al cubrir su boca con su mano izquierda, Jaemin notó que esta pronto era manchada... por sangre. Aquel día, el mayor había caído a una enfermedad desesperada.

Jaemin alterado ayudó a Jaeno a levantarse, dejando las canastas atrás, con dificultad, el de cabellos rosados se llevó al mayor devuelta a casa, dejándolo reposar en cama, mientras sufría de altas fiebres, vomitos  continuos y la sangre escapándose al toser.

El sustento de una pareja pobre del pueblo, no es suficiente para pagar la medicina para curar su enfermedad. Así que, Jaemin se dedicó a trabajar, desde hacer toda la cosecha por su cuenta, a hacer el lavado de la ropa de todo el pueblo y a tejer. Todo para ganar lo más que podía y poder pagar las medicinas. Al día siguiente, y al día siguiente, el joven de cabellos rosados siguió cosechando, lavando y tejiendo en el telar.

Los arces fugases del otoño arrojan sus hojas de cobre. Pero Jaemin no permitiría que la vida de Jaeno caiga como las hojas de los árboles. La temporada pasa, y los grillos de la campana emiten un pitido para señalar el final del verano.

Cuando el menor le ayudaba a alimentarse a su pobre marido enfermo, Jaeno dijo agarrando las manos raspadas del menor:

—Que hermosos dedos.—

Pero, los propios dedos del mayor son demasiado fríos... rompiendo el corazón de Jaemin.

—Si un día envejezco y mis dedos ya no son tan hermosos, ¿todavía me amarías?—

Un corto silencio inundó el ambiente, pero, pronto el enfermo respondió entre la tos sangrienta:

—Por supuesto que si.—

Había dicho aquello cubriendo los dedos punzantes de Jaemin en su gran mano.

Día y noche, Jaemin seguía trabajando. Le había alcanzado para pagar un medicamento similar al que necesitaban... pero le habían dicho claramente que no sería tan seguro como el necesario. Si alguien llegaba a curarse con ese medicamento, sería un milagro.


—Ah... la brisa de la puesta del sol... cruelmente sopla la vida... de frutos podridos , dejándolos caer a la tierra...—

Decía Jaeno en un intento de cantar, siendo siempre interrumpido por la tos. Repitiendo la letra de una de las canciones que Jaemin solía cantar.

"Date prisa... debo apurarme, y comprar la medicina necesaria..."

Se repetía el menor en la cabeza mientras trabajaba con todo su esfuerzo. No podía estar pagando por las otras hierbas que eran similares a lo que en realidad debía curar a Jaeno. Solo debía trabajar un poco más, solo un poco más... antes de que se desprendan las hojas de arce. Hasta que sus dedos se detengan... hasta que se quede sin lana y plumas para tejer.

—Si un día , ya no soy humano, ¿todavía me amarías y te quedarías conmigo?—

Preguntó Jaemin demasiado asustado, esperando la verdad que permanece sin contar. Viendo al mayor acostado en la cama, con su kimono y su sabana manchada con gotas de sangre. Se veía delgado y pálido, casi muerto.

El de cabellos rosados se acercó para poder darle el té con las hiervas de reemplazo de la verdadera medicina. Al no recibir respuesta, Jaemin suspiró cansado y volvió al telar, rompiendo la última pluma para tejer.

—Por supuesto que lo haré.—

Sentir aquellos brazos abrazarlo como solía hacerlo, sentir la respiración de Jaeno, sentirlo vivo. Jaemin puso su mano temblorosa y lastimada sobre las del mayor que lo abrazaban. Si fuera un ave, el menor había entregado sus alas por Jaeno.

—Incluso ahora, siempre recordaré amarte en cada segundo. Incluso ahora... siempre y todavía te amo. Incluso si fuese nuestra última hora, siempre te amaría... que te quede eso muy claro y gravado en la mente.—

Aquella palabras, oír su voz pura sin ser interrumpida por la tos. Hizo que Jaemin se derrumbara en llanto y voltearse para poder enterrar su rostro en el pecho del mayor.



FIN

𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐘𝐎𝐔 | ησмιη |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora