Capítulo único

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Advertencia: The Promised Neverland/Yakusoku no Neverland y sus personajes son propiedad de Kaiu Shira y Posuka Demizu. La siguiente historia está escrita enteramente sin fines de lucro. Por favor apoyar el material original.

Género: Hurt/Comfort

Universo Canónico: Un pequeño pasaje de felicidad momentánea para estos dos (a modo de epifanía). Situado después del arco del escape.

Pairings: Leslie x Isabella.

Nota: Por lo general estos son súper turbios pero yo les deseo un final feliz (?)

Tempo taciturno
(agonía subyacente)


Lo observa con una sonrisa un tanto bobalicona, con la cara apoyada en la mano y el codo en la tapa del piano. El músico arquea los dedos con maestría sobre el teclado y ejecuta tal vez por décimo-quinta vez aquellos problemáticos compases. La melodía inunda la sala majestuosa y melancólicamente, como correspondía a la pieza musical Nocturne op.9 No.2, hasta que el tozudo pianista vuelve a detectar su propia vacilación.

El muchacho balbuceó una torpe maldición golpeándose la frente con las teclas del piano.

Con esto sumaba dieciséis intentos.

―Cuando dije que usaras la cabeza no me refería a eso―murmura, entretenida por las reacciones del intérprete.

Otro montón de notas desafinadas y un nuevo porrazo con la cara. El joven frunce el ceño e infla las mejillas jalándose el cabello, ella suelta un suspiro, negando varias veces, perdiéndose en las partituras colocadas en atril.

―¿Es que acaso nunca te has enamorado y sufrido por ello?―sus palabras sonaron casi como un susurro, un pensamiento que iba dirigido más para sí misma.

Y Leslie se avergüenza, en parte para ocultar su nerviosismo.

―¿Entonces qué debería hacer, Isabella?―indaga mientras se frotaba la zona agredida por las teclas del piano, echándole la culpa a Chopin por ser un estúpido romántico frustrado.

También porque no se consideraba un caso tan desigual.

―Pues...―la chica asume una graciosa postura, con la mano derecha en su barbilla, simulando estar en la ardua tarea de resolverle los problemas a alguna clase de inventor amargado con déficit de creatividad―. Ser tú mismo ¿Tal vez?

Sus ojos se abren desmesuradamente, chasqueando los dedos, como si de pronto hubiera descubierto el origen del universo. Ella le sonríe perspicaz, con la voz infantil y las amatistas en sus ojos intentando condensar millones de galaxias, haciendo a Leslie vibrar en lo más profundo de su ser.

―Pensé que se te ocurriría algo mejor―protesta con gentileza―, eso está demasiado trillado― y su risa cantarina hace eco en la habitación, como una suave melodía que logra adormecerle los sentidos, llenándolo de ánimos.

Isabella siente un escalofrió cuando vuelve a escuchar aquella armonía taciturna inundar nuevamente el escenario.

―Eres tú quien debería tocar el piano, todo lo haces según tu estilo―una pequeña pausa, con sus dedos otra vez arqueados sobre en el instrumento―. Somos pareja, así que supongo debo actuar como tal.

Las teclas volvieron a sonar mientras Isabella sentía las mejillas arder. El chico solía llamarles "compañeros" o "amigos", pero nunca "pareja". La sola idea causo estragos en sus emociones, las removió hasta alterarlas por completo y durante algunos instantes no supo exactamente que responder, sus mofletes se sentían calientes y sus labios temblaban de emoción, apoyó nuevamente el codo en la tapa del teclado y la mejilla en su mano, observando reiteradamente como el pianista volvía a perderse en la sinfonía.

Isabella sabe perfectamente que sus sentimientos están cambiando, que su corazón se acelera con cada gesto. Lo tiene asumido, cada vez el joven se desplaza más en su corazón. Aunque eso no quiera decir que haya olvidado ese aprecio incondicional que aún le posee. Han sido amigos toda su vida, a pesar de que ese otro sentimiento haya empezado a ganar terreno no es tan fácil echar el afecto de su cabeza.

Sin embargo, su inagotable terquedad se ve reacia a tratar de desechar todo y olvidase de su dulce amor platónico. No es algo que pueda aceptar de buenas a primeras, no cuando ha esperado tanto para volver a tratar.

Es cierto que tiene un poco de miedo, miedo de que deje de quererle cuando se entere de esos sentimientos; que su pequeña amiga, aquella niña que encontró saltando entre los árboles del orfanato, ya no lo vea de la misma manera que cuando niños. Pero, a pesar de todo, en su corazón sabe que Leslie no le hará daño —él es amable, leal— aunque pueda decepcionarse un poquito al descubrir que ya no le ve igual. Isabella ríe por lo bajo, consciente de que el chico no se ha dado cuenta de lo distraída que está. Es una de las cosas que le encantan de él, cuando se interesa por algo no para hasta conseguirlo. Cree que es como una pieza clásica y algo le obliga a escucharla hasta el final; algo mágico y especial.

En secreto piensa que el Nocturne está hecho para ellos; una melodía que fluye lentamente, embriaga, pero con la angustia subyacente propia del romanticismo musical más puro. Isabella se pregunta qué pasaría si nunca hubiera tenido ratos de estos con Leslie, si le seguiría viendo de la misma manera. Es algo que no sabe y que cada vez le preocupa menos. En esos momentos sólo le importa el testarudo Leslie, que ha pasado de revolverse el pelo como un poseso a repasar las partituras en el atril del piano, murmurando que tal vez no las ha redactado correctamente. Por fin lo veía más preocupado por su búsqueda, mas motivado. Isabella se apresura a acoplarse a ese súbito rato de interés, arqueando los dedos en el piano por primera vez en ese cálido atardecer —provocando que el pianista se detenga y la mire curioso—, haciendo una grácil sinfonía que ambos conocen de sobra mientras sonríe de forma burlona, ladeando la cabeza para mirar al chico, que suelta una risa entre dientes aceptando la invitación.

Porque es la única manera de sentirlo cercar.

Al igual que ahora.

Y es que él no es tonto, tampoco un despistado, Leslie sabe perfectamente que Isabella ha cambiado y que su ritmo cardiaco late en sincronía con el suyo. Quizá algún día sea capaz de decírselo, que ahora su mundo es música y para él la música es Isabella. Así tal vez pueda abrazarle sin remordimientos y fundirse en sus brazos por el resto de la eternidad.

Porque admite que su vida se acabó más pronto de lo anticipado. Y ahora era un chico que la ha esperado bajo el cielo basto, con el agua fluyendo bajo sus pies, sentado sobre el banquillo del piano que se ha fundido con aquel árbol del orfanato. Entonces ambos vuelven a ser solo niños con deseos de visitar el mundo exterior, repletos de acordes incomprensibles y una canción que resuena hasta el final de su existencia.

Amándose con todo lo que tienen.

E Isabella está tan concentrada mirando sus ojos —mucho más claros que los de ella— que no nota como él le toma de la mano para que lo guíe nuevamente en ese pequeño amor inocente secretamente correspondido.

Al fin y al cabo, Leslie comprende que se tiene tiempo de sobra cuando no se ha escapado de la muerte.


Nota: Si Isabella y Leslie tienen que morir deseo que se vuelvan a enamorar donde sea que vayan (?)

Un semi Fluff de la OTP ¿Por qué no?

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Tempo Taciturno (Agonía Subyacente) [The Promised Neverland]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora