Ciao

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Una luz centellaba frente a mi cara, atravesando sin problemas la piel de mis párpados. Era inevitable que mis pupilas se contrajeran y me obligaran a despertar de lo que creí que había sido un esporádico descanso. El resplandor era tan intenso, que pensé por un momento que estaba frente a frente con el pálido rostro de la luna.

En un gesto casi automatizado llevé los nudillos a los lagrimales, para esclarecer un poco mi visión nebulosa. Con lo primero que me topé fue con una lámpara de luz fría, muy vieja, por cierto. La luna se esfumó. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba sucediendo, así que comencé a explorar con la mirada a los alrededores. Las alertas continuaban, pues no era mi habitación donde me hallaba descansando. Ni siquiera el lugar me parecía familiar. ¿A dónde se habían ido las paredes azul grisáceo, las cajoneras desordenadas, los estantes a tope de figuras de acción y el enorme ventanal que me dejaba contemplar el horizonte todos los días?, ¿dónde? En su lugar, me rodeaban unos muros blancos con manchas de humedad y salpicaduras de sangre seca. Delante de mí, se encontraba una puerta de cristal temblado tan sucia y deteriorada, que me era casi imposible visualizar más allá de ella. Lo único que podía contemplar era un estrecho pasillo con una escasa iluminación, desde la cama rígida y pequeña donde ahora reposaba.

¿Qué demonios hago aquí?, ¿cómo llegué hasta este lugar? Inicié a cuestionarme sin obtener alguna respuesta. Miré con desesperación en todas direcciones, hasta que algo hizo que el desconcierto entrara en mí. De mi lado izquierdo reposaban dos burós, ambos saturados de obsequios: animales de felpa, globos inflados con gas helio, arreglos florales de los que sobresalían pequeñas notas rezando "mejórate pronto", además de muchas cartas esparcidas a lo largo de ambos muebles. La poca tranquilidad que me quedaba terminó por romperse cuando a mano derecha observé un respirador artificial. En definitiva, estaba aterrado. Eso significaba que en algún momento dependí de él para vivir... Sólo pensarlo me erizaba la piel.

La estadía en este lugar había sido prolongada. ¿El motivo? Aun no lo sabía, pero para terminar en algo que parecía ser un hospital, con oxígeno conectado a través de tu garganta, debía ser una razón seria.

Mi cuerpo iniciaba a despertarse y un dolor en mis brazos se esclarecía. A estas alturas ya nada me sorprendía, pues las cosas no podían empeorar. Encontré unas desagradables ulceras cubriéndome ambos antebrazos, castigándome sin clemencia. Apreté la dentadura porque el dolor era muy intenso. Había estado aquí más tiempo del que creí.

Antes de que pudiese quejarme más sobre aquellas heridas, unos gemidos casi imperceptibles captaron mi atención. Era un poco inquietante, y más si el ruido proviene de los pies de tu cama. Aunque es común escuchar llantos dentro de un hospital, no lo es en el interior de un cuarto donde te encuentras aparentemente solo. Poco a poco giré los ojos hacia esa dirección. Casi salto al suelo al ver al causante de los murmullos, pues era un hombre apoyando su cara contra las telas que me cubrían, a la altura de los pies. En primera instancia parecía ser alguien desconocido, hasta que logré identificar ese cabello castaño peinado de forma meticulosa hacia un solo lado, unido a ese cuerpo robusto. Era mi padre, llorando sin consuelo.

Hundía la cabeza en mi regazo, tratando de ahogar sus penas con la aspereza de las sábanas que me cobijaban. ¿Había estado ahí antes? Pero por supuesto, lo que pasa es que soy un distraído de primera y no me había percatado de su presencia.

—Papá... ¿sucede algo? —cuestioné imprudente.

Jamás lo había visto tan destrozado... Ni siquiera cuando su único hermano, el tío Gerald, falleció en un accidente automovilístico junto a toda su familia. Ni cuando le notificaron que a mamá le extirparían ambos senos a causa del cáncer de mama que había hecho metástasis. Me preocupaba verlo en ese estado. Pues a pesar de la adversidad, nunca permitió que lo viéramos ni siquiera sollozar.

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