Un hueco que no puedes rodear.

26 5 2
                                    

Soy Leonor Gallagher, actualmente tengo 21 años y vivía con mi madre a los 19 cuando sucedió.

05 de Junio de 1990.

7:00 pm.

Debía alistarme y arreglarme para una salida casual entre amigos. Ethan, May, Theodore y Galilea me esperaban en el Parque de la Niebla, éste se llamaba así por su ambientación oscura y fantasmal, ibamos a ir con la intención de pasar una noche de terror con historias, anécdotas y experiencias de cada uno en aquel lugar. Lo nefasto de ésto es que tuve que mentirle a mi madre diciendole que iba a asistir a una pijamada en la casa de May.

-¡Leonor, apúrate! ¡Me dijiste que tenías que estar ahí a las 7:30 y la casa de May queda lejos!- exclamó mi madre desde el piso de abajo. Nuestra casa era de dos plantas, por lo que debía alzar su voz si no, no la escuchaba.

-¡Ya voy!- respondí ansiosa. Arreglaba mi coleta, la ajustaba y me distraía en los mechones que sobresalían de un cabello despeinado, era bastante perfeccionista. Observé atenta a mi cabello de ligeras puntas rubias que se mezclaban con el intenso color café de mi cabello. Ya estaba bien.

Llevaba conmigo una mochila medianamente grande que traía los materiales necesarios para no pasar incomodidades en el transcurso de la noche, como... para dormir sin frío, cómoda, usaba una colcha y varias sábanas, para no pasar hambre ni deseos de comer cosas dulces, pues comida... también llevaba mi celular por cualquier cosa, uno nunca sabe lo que podría pasar. Quizás nos corrían del parque a altas horas de la noche por violar las reglas, es decir ¿quién se pone a dormir en un parque público? Bueno, era bastante grande y se supone que nos centraríamos en un rincón, sería poco probable que alguien nos molestara o molestaramos.

Bajé aprisa las escaleras, haciendo sonar con fuerza las maderas, noté que mi madre sacó detrás de su espalda una bolsa transparente atada firmemente con un nudo ciego, en éste habían frutas, unas 3; específicamente dos manzanas y una banana.

-La fruta siempre hace bien y nunca viene de más comida de sobra, además, podrías ofrecerles a los chicos- expresó- Leonor... no me gusta cuando sales tan tarde. Te quiero temprano en casa en tanto terminen su juntada- agregó con autoría mientras me abría la puerta y señalaba con el dedo, acúsandome de algo que no sucedió... ja, madres...

Me hubiera gustado haber disfrutado más de esa compañia, ese ligero momento, tan casual... tan típico... tan común. No disfrutas nada de eso hasta que caes profundo en un hoyo que no veías venir en el camino de tu vida. Era tan grande en el cual me tocó caer... que ni saltando podría haber atravesado, rodeandolo... iba a ser inutil, era parte de mi vida y debía aceptarlo. Pero ¿qué necesidad hay sobre el sufrimiento? ¿De qué nos sirve pasar por todo ésto? ¿Aprender del dolor? Yo nunca aprendí del dolor, por ejemplo, hay padres que golpean a sus hijos con la intención de que aprendan o presten la más mínima atención, pero mi madre no me crió así por lo que no estaba acostumbrada a experimentarlo.

-Tranquila mamá... llevo lo justo y necesario, aún si no te convence, puedes llamarme en unos minutos para ver si llegué bien. No me voy a alejar- respondí con una inquieta sonrisa en mi rostro, no me gustaba mentirle, pero quería vivir la experiencia. Sin más que decir, me despedí con un beso en la mejilla y tomé rumbo a la parada del autobús. Estuve esperando unos 5 minutos apróximadamente, llevaba unos auriculares de bolsillo de color blanco mientras escuchaba "Oblivion" de Grimes [Música al principio], la cual me parecia una música interesante y me encantaba escucharla, más que nada por su estilo y la voz de la artista, me relajaba.

El autobús había llegado, semivacío, detalle que gocé. Subí, pasé mi respectiva tarjeta y me senté casi al final del imponente vehículo sin haberme sacado los auriculares en todo el viaje.

Mente de TítereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora