LA CABAÑA

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La noche nos envolvía  en aquella cabaña que se había vuelto nuestro refugio de la estresante vida de la ciudad, donde nos escondíamos  ocultándonos de todos  y de todas aquellas cosas que no podíamos solucionar, era nuestro pequeño paraíso, donde tú eras mi Adán y yo tú adorada Eva. Me condujiste hacia el ventanal que nos brindaba esa vista hermosa de misterio y calidez, las flores en primavera nos regalaban su belleza, la luna era la iluminación perfecta mientras disfrutábamos de los susurros del Viento y escuchábamos la vida que nos rodeaba. Sentí tus brazos envolviendo mi cintura y tus labios rozando con delicadeza mi cuello, disfrute de aquel roce que me dabas, mientras llevaba mi mano a tu rostro acariciándote de manera suave y la otra se mantenía en tus manos entrelazadas, me aparte centímetros de ti, girando mi cuerpo todavía entre tus brazos, comencé a mecerme sutilmente de lado a lado comenzando así un baile, entusiasmados por esa simple acción me alzaste en infinitas volteretas, mi risa no se hizo esperar y la tuya me acompaño cuando inútilmente trate de zafarme ti, provocando que tropezaras y cayéramos en uno de los sillones, con tu cuerpo debajo del mío, aun entrelazados continuamos riendo como si fuéramos aun unos tontos adolescentes llenando el espacio de alborozo y vitalidad, la risa poco a poco fue menguando cayendo en tenues respiraciones que se entremezclaban por la cercanía existente, nuestras miradas conectadas se fueron acercando como también lo hicieron nuestras bocas y cuerpo entero, me besaste con fogosidad, ardor y yo te respondí con la misma intensidad, jamás pensé que una acto tan simple podría desencadenar tantos sentimientos, nos separamos cuando nuestros pulmones suplicaron por oxigeno me dedicaste una mirada de deseo que hizo que mi cuerpo se estremeciera, de inmediato me apartaste delicadamente, me alzaste como a una princesa mientras clavabas tu mirada de color obsidiana sobre la mía de caramelo, me llevaste por el pasillo de madera con fotografías nuestras colgando por doquier, mientras pasábamos miraba en ocasiones los cuadros enmarcados recordando esos momentos, ¿te acuerdas esos días en Canadá, Cuando te acompañe en la exposición sobre tu tesis en botánica y lo nervioso que estabas?, que el día marcado ni siquiera recordabas como manejar y tu camisa siempre almidonada se encontraba con tantas arrugas como tus ojos por las ojeras tras las noches sin dormir, tratando de mejorar cada detalle como sea posible, ese día tuve que hacer mil maravillas para poder tranquilizarte, pero aun así cuando subiste al escenario te seguían temblando las manos.

-          ¿De que ríes mi amor?  - tu pregunta me sorprendió, pues no me había percatado, alce mi mano a tu rostro posándola ahí por un momento para luego responderte.

-          De lo adorable que eres, amor…- llegamos a la puerta de nuestra alcoba me aferre más a ti tratando de controlar mí peso para hacerte fácil el abrir la puerta, la habitación decorada por mi propia mano nos dio la bienvenida como lo hace un cómplice, en silenció y sin preguntar, sabiendo lo que ocurriría en un momento, la cama con sabanas de seda color crema y las almohadas de plumas que tu insististe en compran ahora nos abrían paso, el tenue olor a madera fresca nos envolvió, me recostaste  como si fuera lo más frágil en el mundo, para cubrirme con tu cuerpo, me diste un dulce beso en los labios casi con miedo, te alzaste quedando encima mío. Te deshiciste de tu camisa casi rompiéndola para volver a abrazarme con fuerza y  arrebatarme el aliento con un beso arrasador, tus manos viajaron por mi pecho, bajando por mi cintura y perdiéndose por el doblez de mi vestido, sentí mi piel arder con cada toque, con cada caricia, mi respiración agitada formaba un vaho por el calor de mi interior, de manera suave y sensual me despojabas de cada prenda, yo no me resistía, mi cuerpo estaba a tu merced igual que mi corazón, te apartaste de mí por  unos segundos que me parecieron eternos, contemplándome como si fuera lo más bello enrojecí ante mi pensamiento tan egocéntrico, te pedí con la mirada que continuaras porque no podía esperar para sentirte de manera más voraz, más íntima. Recorriste mi cuerpo con gran maestría  tocando mis puntos más sensibles arrancándome suspiros de placer y llenando  la habitación de ellos, susurrabas en mi oído palabras de amor y excitación haciéndome estremecer. El crujir de la cama con el aroma de dos cuerpos  se mesclaba casi con armonía, haciéndonos más frenéticos y a la vez tratando de retrasar la llegada al clímax, en esa danza prohibida recreada desde el principio de los tiempos. Abrí mis ojos que se mantenían cerrados por el aplastante placer para ver tu cara perlada por el sudor, mientras arremetías contra mi cuerpo con pasión, recordé el día que nos conocimos.

Cada uno con diez años todavía unos niños jugábamos juntos  todos los días, éramos hijos únicos por ese entonces y vecinos al fin y al cabo sin embargo después de tres años se acabó, te mudabas a un lugar que yo no conocía tus amigos y otras personas festejaron una fiesta en tu honor para que te llevaras buenos recuerdos, en esa fiesta prometimnos ser amigos por toda la vida,  hasta el día en que te fuiste, tuvieron que pasar 10 años en lo que no supimos nada del uno o del otro, ya jóvenes nuestra primera reunión no fue agradable, después de todo me echaste encima el café que traías en tu mano, arruinando mi blusa preferida y el trabajo de dos días, te hice pagar por todos los daños, estudiábamos en la misma universidad así que obligarte a eso no era difícil, además de que tu sentido de culpa es muy grande y dejaste que yo tomara el control por dos semanas, luego de eso no dejamos de estar juntos. Entre conversaciones nos dimos cuenta de que nos conocíamos desde hace mucho y sabíamos quién era cada uno, tu cara de sorpresa al enterarte que yo era esa “niña dulce”, como me calificaste, hasta ahora se me hace un elogio a la comicidad. Abriste tus ojos lo máximo que podían y tu boca casi derramando el refresco que tomabas, fue lo más hilarante que vi en mi vida, de eso estoy segura. Después de eso nos hicimos más amigos recuperando el tiempo perdido y no fue hasta la graduación en que decidiste confesar tus sentimientos por mí, se me hace increíble lo paciente que fui  porque yo también me había enamorado de ti, y como los jóvenes inexpertos que éramos en un arranque de locura se nos ocurrió compartir nuestra vida al lado del otro, sin consultar nada a nadie, ni siquiera con el vestido que había soñado toda mi vida fue que firmamos el papel que nos declararía oficialmente que nos pertenecíamos el uno al otro. Pasamos muchas cosas juntos desde alegrías hasta duras penurias, lo último aún continuaban.

Hace 4 meses te habías sentido mal, decidí llevarte al doctor cuando lo que te recetaba no surtía efecto, después de la entrega del resultado no fue más que dolor para los dos, te diagnosticaron Glioma del tronco encefálico, común en niños no en adultos, lo tuyo era avanzado era casi imposible, pedimos opiniones de diferente lugares y todos nos daban la misma maldita respuesta, intentamos de todo para vencer esa muralla pero simplemente chocábamos y nos heríamos más, veía como te ibas desarmando, tu cabello lustroso color azabache perdió su brillo y tu cuerpo perdió fuerza.
Un día tomaste mi mano y me preguntaste si recordaba la cabaña de tu tío, yo respondí que sí, me sonreíste de manera dulce para decirme: “vámonos” al escucharte decir eso  quise gritarte que estabas loco, que aun podíamos luchar, que todavía podíamos estar juntos, que no te rindieras…, pero en tú mirada no vi resignación alguna solo vi el brillo de sus fuertes sentimientos gritándome desesperadamente que solo querías estar conmigo, aguante mi llanto con  mucho esfuerzo y te dedique una sonría deformada por el dolor mientras apretaba fuertemente tu mano pálida, casi translucida. Empacamos lo necesario y nos dirigimos aquel que sería nuestro nuevo hogar por el tiempo que desees, tu cambio fue drastico, parecías rejuvenecido tanto que pensé que todo lo sucedido solo fue un horrorosa pesadilla, pero el mal que te aquejaba no había desaparecido solo que el lugar era tan verde, que hacía de él, el lugar perfecto para ti. Me dedique amarte todos los días, a dedicarte mil caricias y tu hacerme olvidar todo, como en este momento, que después de colmarme de ti me acariciabas el cabello, hoy es el último día.

-          Te amo – juntaste nuestras frentes sudorosas y me dite un casto beso – jamás olvides que siempre estaré a tu lado, que sin importar donde estés quiero que seas feliz- reíste bajo, casi en un susurro –jajjaja hubiera sido genial haber tenido un bebe ¿no crees? – dijiste eso mientras me aferrabas por la cintura, me acurruque a tu lado evitando verte la cara. ¡¿Cómo podías estar tan tranquilo?! ¡¿Cómo puedes decirme eso sin que se te quiebre la voz?! ¡¿COMO PUEDES REIR, CUANDO YO ME ESTOY QUEDANDO SIN TI?! Quise reprocharte, ¡pero mi garganta ardía!... ¡ardía como si me estuvieran poniendo brasas ardientes! ¡Como si cada palabra tuya fueran puñales! ¡Por favor, basta…!  ¡Basta! no digas nada más, ¡NO TE DESPIDAS DE MÍ!

Con cuidado llevaste tu mano a mi barbilla la alzaste poniendo un poco de fuerza, porque no quería que me vieras, pero al final yo cedi, otra vez tenías esa sonrisa en tus labios, pero de tus ojos brotaban las lágrimas que pensé jamás me dejarías ver, no aguante más y llore, llore en tu pecho, grite, maldije al cielo, a mi destino y al tuyo. Tu solo me abrazabas y acariciabas la espalda después de un rato de desahogo, con el llanto controlado, pero con toda la pena en mi rostro te bese. – “Yo también te amo” – esa noche dormimos abrazados hasta el día siguiente en el cual te encontré a mi lado con una sonría cálida y con tus ojos ahora cerrados para siempre, te habías ido mientras fingía dormir, lo note, cuando en tu último aliento me dijiste – adiós, te amo.

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