Propuestas Al Borde

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—¡Me gustas mucho, Ray!— una pequeña bolsa de dulces fue extendida hacia el pelinegro, con un libro en su brazo y aquel copete que lo caracterizaba en todo el instituto— ¡Por favor, acepta mis sentimientos!

Un suspiro, más que nada de cansancio y aburrimiento salió de aquellos labios carnosos del chico, haciendo delirar un poco a su acompañante aún estando en esa incómoda situación.

—Karla, me honra este detalle, pero no puedo aceptar tus sentimientos.— la esquivó siguiendo su camino hacia el salón del profesor de Filosofía. Aquel odioso de Yuugo lo iba a estar molestando si llegaba un minutos más tarde de lo normal.

Sin embargo, eso no pareció importarle mucho a la rubia de listón blanco en la cabeza. En un rápido movimiento, tomó el brazo del chico tirando en el trayecto la pequeña bolsita.

—Espera, Ray.— su agarre término siendo tembloroso, y más por la intimidante mirada del chico por el atrevimiento.— Qui-quisiera saber algo...— un asentimiento de cabeza fue la única respuesta que recibió y que sorprendió mucho a la joven, esperaba más una negativa que eso. Pero decidió no desaprovechar la oportunidad y seguir.— Tú ya...

La duda quedó extendida en el aire, sin siquiera tener tiempo de formularse.

Una mano más blanca apareció de la nada, tomando con brusquedad y fuerza la de la fémina, Karla no sabía cual era la identidad de la tercera persona. Pero Ray ya tenía una teoría de quien se trataba.

Dos segundos fueron suficientes para que el brazo de la amatista se doblará por la blanca extremidad, y mirará de una vez por todas esas esmeraldas hechas fuego en los ojos de la colada.

Los colores de la rubia cayeron en picada.

—Emma.— el ojionix tomó el hombro de aquella pelinaranja, más pequeña que él y ella, pero con una fuerza peor que la de los mil demonios.— No tienes que hacer esto.

Emma no respondió. De un brusco azote, alejo a Karla un par de centímetros con la cara perpleja de la afectada.

Una última mirada mordaz para que su cuerpo comenzara a temblar como gelatina.

—Una palabra, y eres carne muerta. ¿Oíste?

Asintió con fervor. Corriendo pasillo adentro hasta la esquina de este, ni siquiera se detuvo a recoger el regalo que con tanto esmero había decorado la noche pasada, desapareciendo de la vista de ambos, sacando un suspiro a la pelinaranja.

La sonora carcajada que vino a continuación la hizo voltear; Ray parecía muy divertido, pues se tapaba parte de los ojos con su libro mientras que con su mano desocupada, se agarraba el estómago.

—No le veo lo gracioso.— murmuro Emma fruncido el cejó, y con la boca haciendo un puchero.

Había espantado a una chica de grado inferior a ella. ¿Cuantas veces habían sido ya en la semana? Dejó de contar después de la sexta.

—Tú eres lo divertido.— calmo su diversión, sacando aire para componerse.— ¿Que haces por aquí? Deberías estar en la clase de mi madre, y sabes que a ella no le gusta que falten.

La ojiverde se sonrojo hasta las orejas. Tenía razón Ray, en estos momentos debía de estar en la clase de antropología junto a la profesora Isabella hablando sobre la humanidad y no sabe cuanta cursilería más.

Pero, al haber recibido un mensaje de Norman diciendo que el pelinegro aún no había entrado a clases y que 'mamá gallina' ya lo tenía en la mira para cuando ingresará, solo se le pudo ocurrir una problemática.

Se le había vuelto a confesar a su amigo.

Ya con la sangre hirviendo en todo su sistema, asustando en el proceso a Gilda y Gillian, quienes estaban a sus costados, pidió permiso a la profesora para ausentar la materia por hoy, expresando que tenía un problema familiar que tratar.

Señorita [Rayemma]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora