1

14 2 0
                                    

Abril, año 2150.

El mundo ha sido liderado por una temible ola del más exacerbado capitalismo que ha experimentado la historia. El Gobierno, obsesionado con la economía y los modos de producción eficaces pero inhumanos, ha ideado un protocolo que ha estado vigente desde el año 2100: dormir está penado con la muerte.

    Todos los ciudadanos del lugar al que llamamos Utopía estamos controlados por unos collares que nos van inyectando la "energía" que ganamos con nuestra jornada de trabajo, y que nos hace mantenernos despiertos. No es de extrañar que su posición sea estratégica, pues está unido a la tráquea. Estos collares nos miden las pulsaciones y, debido a ello, son capaces de saber si hemos cometido el delito de dormir; por lo que un ritmo de pulsaciones bajo nos causará la visita de los miembros del Estado, o el propio collar nos destrozará la garganta. Nadie salvo los corruptos sabe qué hacen con los miserables que han sido azotados por la somnolencia, pero nos lo imaginamos.

    Incluso los niños y los pocos ancianos que quedan, debemos trabajar 22 horas diarias. Una de las horas restantes las pasamos comiendo, y la otra socializando con nuestros compañeros de trabajo, si es que son capaces de articular palabra. La comida es imperiosamente costosa, pues te puede arrebatar la mitad de la energía ganada en el día, razón por la que muchos optamos por alimentarnos lo menos posible.

    Los bebés que nacen en familias pobres son separados de sus progenitores y llevados a una especie de granja repleta de cuidadores, que se encargan de educarles y de asignarles trabajos cuando llegan a la friolera edad de 3 años. La mayoría de niños acaban trabajando en fábricas poco higiénicas cargadas de precariedad, arriesgándose a sufrir enfermedades tan graves y mortales como la tuberculosis, que había quedado erradicada años atrás y que ha vuelto a resurgir con más fuerza que nunca. Otros infantes trabajan de criados en las casas de los peces gordos, llegando incluso a someterse a violaciones y torturas si su "amo" lo solicita. También, algunos críos son enviados a realizar servicios militares para defender los intereses de los ricos. Y, por último, muchos otros quedan encerrados en clínicas para preservar la especie humana y, consigo, el trabajo.

    Yo, cuando apenas me estaban empezando a crecer los dientes, fui entrenada para formar parte del equipo militar pero, por suerte o por desgracia, fui solicitada como criada por una familia muy rica que se encaprichó conmigo por algún motivo que aún desconozco. Llevo trabajando con ellos desde que tenía 10 años, junto con dos chicas más: Pandora y Helena que, como yo, tienen 18 años. Las dos tienen la piel tostada, los ojos hundidos color ámbar y el pelo largo, aunque Pandora lo tiene mucho más rizado que Helena.

    La familia a la que servimos se apellida Cas. Son unos famosos empresarios que llevan muchas de las industrias que fabrican camas, curiosamente. Un invento que solo pueden usar los más afortunados. Así pues, la unidad familiar está compuesta por Atticus, su esposa Ariadna, y sus tres hijos: Ulises, Ares y la pequeña Flora. Todos son unos tiranos, incluso la más joven de la familia muestra su despotismo con tan solo 5 años. Nuestra labor consiste en hacer lo que ellos pidan y cuando lo pidan, sin importar qué sea. Helena me contó que, el año pasado, Ariadna le ordenó asesinar a una de sus profesoras, y ella lo tuvo que hacer.

    -¡Electra! -me grita una voz masculina -. ¡¿Estás sorda o qué demonios te pasa?!

    -¡Discúlpeme, señor! -le digo a Atticus mientras corro escaleras abajo casi a la velocidad de la luz.

    Él estaba con su pipa hasta arriba de tabaco en el amplio y lujoso salón del piso de abajo, sentado en el gran sofá verde con las piernas cruzadas.

    -¿Mi desayuno se va a hacer solo? -pregunta con asco.

    -No, señor. ¿Qué le preparo para comer?

UtopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora