Prólogo

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   –El amor y el odio, a eso se resume todo. La vida misma. Y nosotros que la creíamos tan compleja. ¿No es el egoísmo amor hacia uno mismo? ¿Acaso no es la envidia una forma de odio? ¿No es la justicia un acto de amor? ¿O la venganza un acto de odio? –Se inclinó hacia el espejo y comenzó a pintarse los labios de color negro. Pétalos lilas alfombraban el piso en torno a la silla en la que se encontraba sentado, inundando el ambiente con un aroma suave y agradable que se entremezclaba con la dulce fragancia que emanaba él con cada movimiento–. ¿Qué es el odio, sino la ausencia del amor?

   –Amor... –dijo su reflejo en el espejo, dándole vueltas a la palabra–. ¿Existe realmente el amor?

  –Claro que sí –respondió él–. Por amor nacemos. Es lo único que existe hasta que conocemos el sufrimiento, a partir de ahí la vida se vuelve una obra con dos actores. Amor y odio. Cuando nos contaminamos ya no hay marcha atrás, debemos elegir a cuál interpretaremos.

  –Sabes, veo hacia atrás y pienso en todas las decisiones que tomamos –confesó su reflejo–, y lo único que sé con certeza es que nuestros actos fueron siempre fieles a lo que sentimos, sin importar las consecuencias. Dime, ¿es eso amor u odio?

   –Amor, claramente. –Zafiro Poeta tomó un peine y, cuidadosamente, se peinó el pelo azabache desde la frente hacia atrás. Controló que no le quedara ningún cabello rebelde fuera de lugar–. La persona más importante somos nosotros, con ella compartiremos nuestras alegrías y penas el resto de nuestras vidas. Es a quien nos debemos, nunca lo olvides.

   – ¿Aunque nuestros actos dañen a alguien más?

   Al escucharlo, Zafiro lo miró con un atisbo de tristeza.

   –Ese es el gran dilema de la vida. Amar u odiar, nosotros decidimos. Paremos donde nos paremos, terminaremos abandonando a uno y abrazando al otro. –Empezó a delinearse los ojos, también en negro–. Al final del camino sólo quedamos con nosotros mismos, así que más vale que lo que elijas sea algo con lo que puedas convivir, algo que puedas cargar hasta la muerte. Esa es la única verdad.

   Después de decir aquello, vio a su reflejo asentir y desvanecerse en el fondo del espejo, como polvo arrastrado por el viento. Sobre el vidrio volvía a estar su cara. Volvía a estar él.

   «La vida me sigue poniendo a prueba –pensó–. Las cosas que hice y que voy a hacer podrían carcomer el juicio de cualquiera con la misma facilidad que el óxido corroe el metal. Pero no a mí. Yo soy fuerte.»

   Zafiro Poeta se embellecía allí, solitario, escondido en una habitación dentro de un complejo subterráneo en algún lugar. Se encontraba sentado frente a un espejo con un pequeño escritorio ocre de por medio. A su lado, un holograma se proyectaba a un metro desde el suelo, mostrando lo que parecía ser un mapa. Bajo la luz blanca que iluminaba el lugar se retocaba y acentuaba las puntas respingadas de su bigote. Lo hacía con una delicadeza casi maniática. Llevaba la oscura barba prolijamente corta, salpicada de canas, y una pequeña chiva en el mentón. Encerrado allí abajo, él se preparaba.

   Zafiro era un nanotecnólogo nacido en Liefa, capital del planeta Arqueón. Tenía cuarenta y nueve años, era alto, de piel trigueña y ojos grises como la ceniza. Se pasó gran parte de su vida estudiando, viajando e investigando por toda la galaxia, desde el calor de Pamantina hasta el frío de Nistrón; en el bullicio de las megalópolis o en el silencio de tierras salvajes. Un verdadero trotamundos. Fue ese estilo de vida lo que condicionó su cuerpo, el cual no contaba con mucha musculatura; era delgado, aunque tenía cierto porte. Sin embargo, lo que le faltaba en físico le sobraba en inteligencia.

   Poseedor de una mente superior, ágil y brillante, empezó a destacarse rápidamente de entre los demás. Se recibió a los diecinueve como Licenciado en Nanotecnología en la Universidad de Ciencias Bioquímicas de Liefa. A la edad de veinte ya era conocido en el ámbito de la ciencia y llamado a ser la futura revelación del siglo por sus pares y superiores. Pese a la lluvia de halagos y a la vida de "estrella" que se estaba forjando, Zafiro Poeta era mesurado, no por humildad, claro está; sino porque sus objetivos estaban en otro lado, muy lejos de allí.

El artista de la obra divinaWhere stories live. Discover now