Capitulo Perdido I

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      La Esperada Reunión 


      La celebración estaba siendo un éxito total, aquel hermoso sueño de toda mujer, ahora era una realidad. Los invitados que bailaban y se deslizaban al ritmo de los violines y los chelos, compartían la misma idea: la música; sonaba hermosa como en la época de los reyes. Las bellas damas eran acompañadas por apuestos caballeros de trajes elegantes. Deslizándose de un lado a otro por todo el salón. Una magnifica coreografía digna de un baile real.
      El gran salón rebosaba de alegría. Una grata armonía florecía entre familiares, amigos y conocidos, procedentes de varias partes del mundo. Todos estaban ahí, reunidos y festejando la unión de dos personas en sagrado matrimonio. Una exquisita boda. Aquel majestuoso lugar, aquel inmenso y basto palacio rodeado de ventanas largas y arreglos sobre sus bordes, hacían juego con las extensas cortinas de seda. Pilar tras pilar, estaban adornados con una variedad de rosas blancas y rojas. El piso era de mármol blanco y puro, tan puro que reflejaba la luz de los candelabros de araña, hechos de madera y acero negro en lo alto del techo.
      Toda esta magnífica arquitectura era uno de los recintos más preciados del padre del hijo quien, ahora, formaría una nueva vida en compañía de su hermosa esposa, una vida que le permitiría tener todo tipo de lujos sin lugar a duda. En las mesas elegantes con manteles finos, se servían todo tipo de vinos caros que el dinero podría comprar, algunos, notoriamente importados de tierras lejanas. Los invitados que estaban sus sillas, comían y disfrutaban ávidamente del gran banquete. De plato fuerte, cortes de la carne más selecta, acompañados de deliciosas salsas especiadas y condimentadas.
      En medio de todo el evento, cuando la celebración estaba en su pleno apogeo, una joven alta y esbelta se acercó rápidamente a otra, que vestía de color vino. Le dijo algo al oído y ésta, cambió su rostro. La expresión era entre asombro y alegría. Al recibir la noticia en secreto, echó a correr lo mejor que sus zapatillas le permitieron hacia el otro extremo de el gran salón. La hermosa novia atendía a sus invitados con una gran sonrisa en su rostro. Se inclinaba ligeramente hacia adelante para escuchar mejor a los familiares de su ahora esposo, ya que estaba por detrás de algunos caballeros sentados bien vestidos. Nunca había estado tan feliz. Moría de alegría al ver que le acompañaban a tan único evento.
      Cuando las risas comenzaron a bajar de intensidad paulatinamente, su rostro, segundo a segundo cambió a un aire más serio. Al erguirse, se separó un paso de las espaldas de sus invitados. Miró fijamente unos instantes hacia la nada. Uno de los invitados reparó en ella, abrió la boca para decir algo pero no dijo nada al final. La chica del vestido de color vino llegó, llegó corriendo detrás de la novia. Se detuvo un instante para recuperar el aliento.
      —Ya... —Alcanzó a decir la chica. La novia se volvió con una enorme sonrisa en su rostro, acompañada de un brillo sin igual en su mirar.
      —Lo sé... —dijo la novia cortando cualquier otra palabra intencionada por la chica escasa de aire en sus pulmones.
      —¡Está en el balcón! —dijo la chica con vehemencia después de recuperar el aliento.
      —¡Gracias! —Contestó la novia sin dejar de sonreír, mientras se subía el vestido para que le permitiera caminar deprisa. Los invitados de la mesa se miraron los rostros unos a otros encogiéndose de hombros casi al unísono cuando ella se fue casi trotando de ahí.
      El balcón era grande, posiblemente de doce metros de largo y unos ocho de ancho, bardeada de pedestales gruesos y ornamentados. No había portón para atravesar hacia las afueras de la noche, si no que había unas cortinas enormes simulando puertas de color escarlata. Ella las atravesó con un suave movimiento de su mano.
      Lo primero que vio bajo aquella hermosa luz de la luna, era un ser flotando a unos tres metros antes del borde del balcón. El individuo se encontraba de espaldas con las alas ligeramente extendidas bañadas por la luz mortecina del satélite natural. Se acercó con pasos ligeros, sus hombros descubiertos percibían a penas el frío de la noche, su cabello ondeaba al escaso viento.
      —Creí por un momento que no vendrías —dijo al detenerse a un par de metros de él. El ángel se giró en el aire hasta quedar frente a ella, sus ojos se iluminaron destellantes reflejando toda luz. Eran tan negros como la misma noche al igual que su cabello, un cabello abundante que cubría partes de su cara.
      —No me perdería por nada del mundo la boda de mi mejor amiga —dijo con su voz melodiosa y serena. Después, esbozó una pequeña sonrisa. Ella asintió de manera apenada. Se sonrojó un poco. El ángel descendió con aire majestuoso. Al tocar el azulejo con sus pies forrados con la armadura plateada, sus alas se desvanecieron hasta que las plumas se tornaron en finos pétalos de luz dorada, que finalmente, se esfumaron en un suspiro. Cuando sus hermosas alas desaparecieron en el viento, dejó a la vista en su espalda, una gran capa blanca que ondeaba y crujía por la ligera brisa de la noche. Su armadura plateada resplandecía bajo la luz de la luna, iluminando su rostro atractivo de un color blanquecino que, contrastaba violentamente con lo oscuro de su cabello. Proyectaba una imagen hermosa. Un verdadero ángel de la noche.
      —Te ves increíble —dijo ella. El ángel en un par de zancadas, llegó frente a la hermosa novia. Los separaba un par de pasos—. Aunque, podrías haber vestido un traje de gala. No una armadura de batalla —dijo ella soltando una risita alegre. El ángel se miró así mismo y extendió ligeramente las manos a los costados.
      —No es una armadura de batalla, es una armadura de ceremonia. Además, sabes que no es mi estilo llevar traje, no me sienta bien.
      —No lo sabrás si nunca te pones uno, ¿o sí? —sugirió ella sonriéndole y mirándolo directo a los ojos.
      —Es verdad... —murmuró el ángel. Agachó un poco la mirada—. Hace tanto tiempo que... —Se interrumpió con aire melancólico.
      —Si... hace tantos años... —exhaló ella como si la vida se le fuera en aquellas palabras. Como si la vida misma recobrara fuerzas para viajar al pasado.
      —Estas aún más hermosa que entonces, jamás creí... que llegaría este momento, de verte así. Tan radiante, tan hermosa —la chica se sonrojó desviando la mirada a un costado.
      —Gracias —Agradeció ruborizada. Volvió su mirada a los grandes y hermosos ojos negros del ángel—. Ven, pasa. Quiero presentarte... —le invitó con alegría, pero el ángel, hizo un ademan deteniendo sus intenciones. Meneó la cabeza sonriendo.
      —Lo siento, no quisiera intervenir así, no de esta manera, en tu boda. Tú sabes. No soy muy bienvenido en...
      —¡No seas tonto —le interrumpió alegremente—, siempre has sido bienvenido en mi familia!, hace años que no saben de ti, les encantará volver a verte —le indicó con un gesto que se acercara a la entrada del recinto, pero, nuevamente rechazó la invitación con una sonrisa nerviosa.
      —Veras yo... —murmuró el ángel de la noche, apenas pronunció su palabras y la mirada de la novia se endureció.
      —Mi hermana... —interrumpió a su ángel con aire reflexivo. Ella se incorporó hacia él. Se acercó un paso más—. No te preocupes, mi hermana se ha olvidado de todo eso, de verdad. Hace mucho tiempo que ocurrió, ¡vamos! —chilló con alegría. Estaba tan contenta de poder mostrarle a toda su familia y amigos a la persona más fiel, cercana y amable que había conocido en su vida, deseaba presentarle a todos a su ángel guardián.
      —Te lo agradezco, en verdad —la voz del ángel sonó más grave y hundida—, pero, no puedo permanecer aquí más tiempo, tengo que volver.
      —¿Tan pronto? —Se quejó la novia—, ¿por qué...? —Se lamentó. Sus ojos se pusieron brillosos y húmedos ante la luz de la luna.
      —Tiene que ser así, de ese modo.
      —Entiendo... —Mintió. Nunca entendió muchas cosas de su ángel. En realidad, poco sabía lo que él hacía, lo único que de verdad apreció y valoró, era que él siempre estuvo cerca en todo momento cuando más lo necesitaba. La chica se abrazó a su cuerpo, empezó a sentir que la temperatura de la noche descendía. Creyó que era por las palabras de su guardián. El escuchar su despedida una vez más, era duró, pero no fue así. El cielo comenzaba a nublarse, eclipsando la poca luz del cielo y las estrellas.
      —No me iría sin antes darte tu regalo de bodas, ¿verdad? —aquellas palabras de su hermosa voz, le hizo sentir un reconfortarle calor que la envolvía sobre sus hombros y espalda descubierta. La calidez se hacía cada vez más exquisita. Entonces, reparó en que llevaba puesta la capa de su guardián. Una hermosa capa blanca como el puro mármol. El ángel aun posaba sus manos sobre la capa en los hombros de ella. Fue un breve momento, aunque a ella, le pareció que pasó horas mirando aquellos ojos de obsidiana negra. Se perdió en aquella negrura que contrastaba con la palidez de su fina piel blanca y lechosa. Seguía hermoso como en aquellos años. Y como hacía tantos años, cada vez que ella lo recordaba, en cada momento de su vida, cuando visualizaba su rostro, se le escapaba una pequeñísima sonrisa. En esta esta ocasión no fue la excepción.
      Sus rostros se acercaron el uno al otro hasta quedar a menos un palmo de distancia. Ella podía percibir su aliento y su fino aroma.
      Cerró sus ojos lentamente.
      —Gracias —susurró, sonó más a un suspiro—. Has hecho tanto por mí... tanto que... —continuó diciendo con los ojos cerrados. Él la contemplaba, miraba detenidamente su hermoso rostro, que con las zapatillas, le llegaba al a altura de su mentón—. No sé cómo podría agradecerte todo lo que has hecho, te juro que algún día encontraré el modo de pagarte por todo el dolor y sufrimiento que has pasado, solo... —Se interrumpió a sí misma con angustia. Abrió los ojos, clavándolos en los de él.
      —No necesitas pagarme nada... —respondió el ángel con melancolía. Sonrió inclinándose hacia ella y ella hacia él. Se abrazaron fuertemente, él acaricio sus hombros sobre la capa. Sus frentes se tocaron, permanecieron así durante varios segundos hasta convertirse en un par de minutos. Se miraban a los ojos a través de sus cabellos sin decir palabra alguna. El rugido de los truenos a lo lejos, los despertó de la ilusión. Ella dio un respingón tenue. Deseó que aquel momento no terminara nunca.
      —Es hora... —La melodiosa voz del guardián resonó en un eco abismal. Como si nada más existiera en el mundo, como si todo lo demás se hubiera esfumado. Ella lo vio y escuchó por última vez, como si hubiera sido la primera vez que lo vio, como en aquel día, en aquella mañana cuando...
      —Por favor... —Le suplicó con voz quebraba.
      —Nos volveremos a ver, lo prometo —le dijo a ella soltando sus delicados hombros cubiertos por la capa blanca. Paseó su mano suavemente por la mejilla rosada de ella en gesto tranquilizador.
      —¿Cuánto tiempo más? —preguntó. Tomó la mano del ángel que le acariciaba su hermoso y delicado rostro.
      —No lo sé... solo sé que, cuando más me necesites... ahí estaré. Tendrás una vida llena de gracia y felicidad, tendrás todo lo que una mujer desea en la vida. Un esposo que te ama, un hogar, familia... —ésta última palabra, provocó en ella intriga y asombro. Como efecto dominó, imaginó toda una vida al lado de quien ahora era su esposo. Vio claramente paseos por el parque, excursiones a lugares bellísimos. Observó dentro de su mente bellos atardeceres al filo de las más hermosas playas del mundo, después, se vio así misma tomando la mano de una pequeñita persona.
      Después de entre tantas imágenes preciosas figurando un gran futuro, para una gran madre, su mirada se clavó en la nada. Estaba más que claro, se dio cuenta que en ninguna de sus visiones imaginarias estaba su ángel guardián. Se dio cuenta que al tener una familia propia jamás lo volvería a ver. Era inevitable, un acontecimiento en su totalidad inevitable. En su vida ya no habría lugar para su guardián. Porque llegado el momento, ella cuidaría a quien más amaría en el mundo. Su existencia, únicamente se dedicaría a cuidar al verdadero amor de su vida. A sus hijos. No importaba que él le haya prometido que la volvería a ver. No sería la primera vez que él rompería una promesa. Claro que ya no importaría, ya nada importaría más que sus propios hijos.
      Y su guardián lo sabía. Él jamás regresaría a su lado.

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