La Inesperada Reunión
A pesar de que había comenzado el verano, el frio prevalecía en el aire. No solo el gélido manto entraba por la nariz de Dante, sino también el olor a sangre vieja, cenizas y muerte. Le era difícil caminar entre escombros de las casas derrumbadas. Cuidaba donde pisaba. Esperaba que no abriera un boquete por accidente. Lo ideal, era evitar toparse con una fosa común. Los montones de cadáveres apilados otras veces yacían enterrados. Una práctica poco recomendada por los militares.
En sus viajes por el mundo las había visto tan altas que era mejor no saber hasta qué tan arriba llegaban. Las pilas de restos humanos se podían encontrar en las ciudades pequeñas y desiertas o en los baldíos. Lo mejor, era evitar las grandes ciudades. Los militares dieron la orden de incinerarlos, era la forma más efectiva de evitar que se propagaran infecciones y enfermedades. Desgraciadamente, aquello provocó que más de esas cosas estuvieran al acecho. La luz les atraía y no se diga el olor a la carne putrefacta que ardía. Por alguna razón, a esas cosas les fascinaba. Cuidaba donde ponía los pies, evitando que su pierna cayera y se atorara en un agujero donde después no la pudiera sacar por más que se esforzara en no hacer ruido. Procuraba rodear los bordes de los techos derruidos de lo que, al parecer, eran antiguas casas de dos pisos. El terreno era irregular. Hacerlo le tomaría mucho más tiempo del pensado. Había que buscar un refugio, y tenía que hacerlo pronto. La hora en que esas cosas salían, estaba por llegar. El viento gélido que lo acompañaba, daba el anuncio de la llegada de eso que no se le puede enfrentar. Cambiaba, a veces zumbaba, ululaba con gracia en ciertos días, mientras que en otros, parecía ser que gritaba. En un mal sueño de cualquiera, creería uno que el viento arrastraba los gritos de dolor y sufrimiento a través del tiempo, por toda la tierra. Pobre de aquel que estuviese solo para escuchar el interminable tormento.
Quizás fueron veinte minutos los que caminó, tal vez fueron un par de horas, no sabía con certeza cuanto le tardó llegar hasta lo que parecía un cementerio de automóviles. Todos oxidados por el paso de los años. En su tiempo, seguro que eran de los más lujosos y más vendidos en las agencias.
Además de automóviles convencionales, había camiones militares y uno que otro tanque de guerra sin las orugas. Era un convoy desmantelado precisamente. En el modo que estaba esparcidos, tal vez la caravana ni siquiera llegó para ayudar a los civiles alojados en las afueras de la ciudad. Los soldados habían caído antes de empezar la misión. Los esqueletos de los vehículos estaban volcados, otros ennegrecidos por el fuego. En aquel lugar, era un poco más sencillo caminar sorteando los esqueletos oxidados e inservibles.
El suelo que era graba, producía el único ruido al andar, aparte de la respiración, eran sus pisadas haciéndola crujir. En ningún momento vacilaba, no debería detener el paso. Tenía que continuar.
Ya se acercaba la hora. El cielo rojo comenzaba a oscurecerse.
Lo que parecía un árbol, o al menos el enorme tronco seco de uno, marcaba un cambio en el rumbo. Tendría que rodearlo por la derecha si es que se quería continuar su camino. Pues si se pretendía seguir hacia adelante era imposible. Una sección de edificios contiguos, se habían derrumbado cortando el paso. No había mejor opción, tenía que rodear el enorme tronco de aquel viejo árbol.
Una vez rodeándolo. Los autos estaban demasiado juntos. Si fuera un aparcamiento de la feria nacional, cualquiera se volvería loco al tratar de salir de ahí sin un rasguño en su lujoso automóvil. Pero no había autos de lujo, solo chatarras y óxido.
Cuando alzó la vista, vio un edificio vencido de la mitad hacia arriba. Extrañamente se veía sólido, y por raro que fuera, en medio del caos, parecía ser diferente al resto de edificaciones. Dante se acercó con precaución, vio en derredor cuidando de que el lugar estuviera vacío. Era más seguro si examinara primero las afueras del próximo refugio donde se pretendía quedar. Todo era silencioso otra vez, exceptuando el crujir de la grava al andar, además, el aire silbaba rasgando la paz del lugar. De ese modo, recordaba los gritos helados de muerte. Se podría acostumbrar a ver a cuanto cuerpo desmembrado e incinerado, sin embargo, nunca podría sacar de su mente el chillido desgarrador del viento.
En las afueras del edificio, había una pequeño fuerte. Los militares pusieron costales de arena en un vano intento de impedir el paso. Sea lo que sea que el capitán, sargento, o incluso cabo hayan pensado en hacer para detener esas cosas, un montón de costales de arena nunca los hubiera podido detener.
Ni siquiera los ángeles pudieron hacerlo.
Con facilidad, saltó sobre los costales y se adentró en el lugar. Las primeras puertas tanto a su izquierda y a su derecha estaba bloqueadas con tablas de madera podridas, habían sido mal colocadas, pudiera ser que fue por las prisas y la desesperación, pensó Dante. Quizás por la urgencia de salir de ahí, no hubo tiempo para entablar bien y asegurar todo. Tuvieron que salir corriendo, claro. Aunque ¿cómo se explicaba uno que pusieran las tablas de ese modo?, ¿Acaso pensaban en volver algún día por sus pertenencias?, si la gente, si los humanos hubieran sabido lo que les esperaba, hubieran permanecido en sus casas, juntos, en familia. El fin había llegado y no había nada más que hacer. En lugar de eso, pensaron en huir, lejos, tan lejos como fuera posible. Y como una pésima broma de muy mal gusto, nunca estarían a salvo en ningún lugar. Estudiaba con paciencia la resistencia de los pilares que aun sostenían las escaleras céntricas. Estas se alzaban enroscando el sustento principal del edificio dando acceso a dos pisos más arriba. El techo había colapsado impidiendo el acceso a los demás departamentos de los últimos dos pisos. Los escalones y muros agrietados, pudieron ser producto del estallido de una bomba o más. Una de aquellas que lanzaron como medida desesperada.
Hubo rumores en los diarios de que tal o cual ciudad, habían sido bombardeadas matando a miles de inocentes. Tiempo después, los rumores, dejaron de ser rumores. Los que se suponía que debieron mantener el orden y la paz, fueron los primeros en perder la cordura y la razón. El personal de la milicia, quién estaba en lo más alto de la cadena de mando, que comúnmente había sargentos y soldado raso, (después de tantas bajas) alegaban en respuesta que era lo mejor que podían hacer. No había alternativa. Eso se decían sin más. Eso era lo mejor que podían hacer. Dante había leído un sinfín de informes de la marina y la fuerza aérea. Todos decían lo mismo. Lamentablemente, lo que no sabrían años después de su muerte, tanto como marines, militares, fuerza naval y aérea, todos estaban en lo correcto, era lo mejor. Ya que de lo contrario, si no hubieran acabado con la mayoría de vidas inocentes, todos aquellos que cayeran en las manos de esas cosas, se hubieran convertido en uno de ellos, se convertirían en esas aberrantes monstruosidades; tarde o temprano lo harían, solo si permanecían con vida. Muertos, cruelmente ayudaban más que estando vivos.
Decidido, después de revisar la resistencia que le quedaba al edificio, comenzó a subir las escaleras. En los recovecos de los escalones había un sinnúmero de casquillos de diferentes calibres. Como de costumbre, en cada allanamiento en busca de un refugio, no había cadáveres. No había restos de los cuerpos tasajeados brutalmente.
El equipo táctico de un pobre desgraciado estaba abandonado. Si fuera una lucha por la supervivencia como una típica película del cine de Hollywood, él tomaría en su sano juicio el chaleco antibalas o las pequeñas partes de armadura antidisturbios. Pero, sabía mejor que nadie, que ni el mejor equipamiento no serviría de nada contra esas cosas.
Cuando llegó al segundo piso, a su mano izquierda tenía una puerta vencida, una vez parado frente a esta, vio que estaba ligeramente hundida hacia su interior. La oscuridad no permitía ver en lo más mínimo el interior. Volvió la vista sobre su hombro derecho para divisar el cielo rojo. Ya se hacía tarde. No quedaba más que unos minutos. Tenía que hacerlo, tenía que entrar ya. De la bolsa lateral de su mochila de camping, sacó una pequeña lámpara plateada de baterías. Iluminó hacía el pomo, pensó que podría abrirla sin hacer ruido. Se acercó lentamente. Seguía sin ver el interior del departamento. Estiró la otra mano hacia al pomo y tarde se dio cuenta de que no tenía ni una sola mota de polvo. Eso significaba solo una cosa...
Se escuchó un clic pero no del cerrojo de la puerta. Provino de su espalda. Más bien fue como el ruido de cuando se le quita el seguro a un arma o se prepara para disparar una.
En efecto lo fue, un anciano de barba larga, con ropas holgadas y viejas, le apuntaba a la nuca con una escopeta cazadora. Dante se maldijo por caer tan fácil. Alzó las manos sin soltar la linterna de baterías, en señal de que no representaba ningún peligro.
En todo momento, sus ojos negros estaban tranquilos.
—Baja la linterna con cuidado, muchacho —dijo el anciano. Su voz era áspera, aunque llevaba un toque cálido.
—Lo hare si me deja de apuntar, viejo —replicó el muchacho, con voz suave y firme.
—Supongo que no hay trato, hijo.
—Si no lo hay, ¿Por qué no dispara aún? —Dante tenía razón. Si se negó a bajar la linterna, con hábiles reflejos, se podría usar como un arma, y más aun encarando a un anciano con una escopeta que, seguramente, le costaba trabajo levantarla.
—Date la vuelta —ordenó el viejo—. Lentamente, hijo. No cometas ninguna tontería. Por su puesto que no la iba a cometer, después de tanto tiempo viajando por el mundo en ruinas. ¿Qué más le quedaría por hacer?, lo último que estaría anotado en su lista de cosas por hacer en el apocalipsis, sería hacer alguna tontería.
Se giró lentamente hasta verse las caras. El viejo tenía más líneas en su rostro que un campo de cosecha de maíz. Las marcas de la edad casi contaban por si solas lo antiguo de su historia. Sus ojos hundidos y opacos casi ciegos demostraban que era más viejo de lo que aparentaba. Tal vez en algún momento de su joven vida esos ojos fueron azules. No se sabía y mucho menos con la luz rojiza acechando el exterior.
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Capítulos Perdidos
Fiksi RemajaCuatro capítulos, cuatro personajes, cuatro tiempos diferentes se juntan para contar una trágica historia.