Los niños comenzaron a maltratarme y marginarme en el 5to grado. En ese entonces estaba gordo, petiso, y casi no tenía amigos. El único que me defendía era Martín, quien al entrar a la secundaria, comenzó a molestarme con el resto.
Al comenzar primer año los maltratos y burlas por parte de mis compañeros de salón se volvieron cada vez peor. Comenzaron a golpearme fuerte, dejándome moretones por todos lados, me encerraban en los baños, me metían en el tacho de basura, y muchísimas cosas más que prefiero no recordar.
Cuando cumplí quince años, comencé a escuchar una voz en mi cabeza, que me decía que tenía que acabar con todo eso de una vez por todas. Decidí llamarlo amigo imaginario, ya que sentía siempre su presencia a mi lado. No me mal interpreten, no estoy un loco. Aunque gran parte de las enfermeras cuchichean que si lo estoy, no les hagan caso.
Siempre que regresaba del colegio hablaba con mi amigo, comentándole todo lo que había pasado.
—Querido amigo imaginario, hoy lo han vuelto a hacer, los compañeros de la clase me han pegado. Y no lo entiendo, no les hago nada joder, tan solo dicen que soy un blando y un raro. —
En aquel entonces amaba la música, el manga, los videojuegos y la play. No me interesaban los deportes, y detestaba el futbol. Pero a pesar de eso, seguía intentando integrarme, por lo tanto jugaba en algunos recreos. Siempre me ponían de arquero, cosa que odiaba más que correr detrás del balón. Me daba miedo la pelota, así que siempre me hacían muchos goles. Además estaba muy flaco, y cuando la pelota me golpeaba me dolía como los mil demonios. Nunca supe que se siente el meter un gol, y menos que menos los que es que te feliciten y elogien tus amigos, puesto que ya no los tenía. Cuando me cansaba o ya estaba muy dolorido me salía del juego.
—¿Qué haces estúpido? Vuelve al arco.
No les hacía caso y seguía caminando, sin siquiera levantar la vista del piso. Enseguida escuchaba varios pasos detrás de mí, y me achicaba por dentro, venían a golpearme. Aceleraba el paso, pero de todos modos me alcanzaban.
—Además de no atajar un carajo huyes como nena, ¿Eres estúpido o te haces?—
Me quedaba callado en el lugar, esperando por la golpiza. No podía contra ellos, median varios centímetros más que yo y eran el doble de masa corporal.
—Te estoy hablando joder, contéstame.— gritaba Teo.
Mis pensamientos eran siempre los mismos, y allí estaba mi amigo imaginario, respondiendo todas mis inquietudes.
—No puedo aguantar esta presión.— decía para mis adentros.
—No hace falta que la aguantes.— gritaba mi amigo imaginario.
Sentía la primera golpiza en mi estómago, y caí doblado al piso.
—Menudo maricon eres.—
—Tengo ganas de acabar con todos.—
—¡Pues acaba cuanto antes! Hazlo, vamos!—
Me pateaban varias veces más, en la espalda, la cara, y mis partes bajas. Hijos de puta, como los detestaba.
Lugo de reiteradas situación similares perdí las ganas de integrarme, no solo al grupo, si no a la escuela en general. Mucha gente veía como me golpeaban, y nadie era capaz de hacer nada. De hecho algunos me filmaban, y lo subían a youtube. En los pasillos del colegio algunos me miraban y se reían, otros apartaban la vista, y otros me miraban con lastima.
Empecé a llegar tarde a las clases, y dejé de participar. Cada vez que lo hacía el que tenía detrás me pegaba una tunda en la cabeza, y los estúpidos de los profesores se limitaban a decirle: No golpees a tus compañeros por favor. Yo participaba siempre en clase en el primer año, podía aprobar sin estudiar absolutamente nada, tenía un gran potencial. Lo sigo teniendo, pero aquí no me dejan aprovecharlo.