Querido diario:

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[9:26 AM]

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[9:26 AM]


Hoy me desperté temprano. No tenía que trabajar, es verdad, pero quería ver cómo el rubio se despertaba. A pesar de su palidez y las leves ojeras bajo sus párpados, seguía viéndose hermoso (aunque mejor era no decírselo en voz alta, que se le subía a la cabeza).
Se despertó veinte minutos más tarde y puedo jurar que sus ojos azules seguían siendo mágicos: borraban toda la tensión de mis hombros, mi estrés, mi ansiedad, mi angustia y el dolor de todos mis quebraderos de cabeza. Hoy le recibí con una caricia que perfiló su rostro y un beso que supo a sueño muy profundo y al humo del cigarrillo de anoche.

Ya me rendí en mi intento de que deje de fumar para que después hiciera oídos sordos.

Pero no engañaré a nadie, me seguía gustando ese sabor. Me traía la nostalgia del recuerdo de una época que ahora parece tan lejana; me hace recordar a ese Roronoa Zoro que no se levantaba temprano, con el angustioso pensamiento de que quizás su novio, dormido a su lado como el ángel que jamás dejó de ser, no estaba respirando, a ese Zoro que no iba a un hospital con olor a productos de limpieza y enfermedades de nombres complicados, con la esperanza vana de que quizás tengan ya una maldita cura que le alargase la vida a su idiota rubio de cejas rizadas.

Que hijo de puta con suerte era ese Zoro.


[10:20 AM]


Nos quedamos un rato en la cama, llenando nuestras pieles con besos mañaneros, palabras poéticas y caricias que se grababan en nuestras pieles como el más dulce fuego procedente de aquel cielo que creía ni creo poder alcanzar. Ni tampoco es que quiera.
Porque pequé. Sí, Dios que estás ahí arriba y en el cual ya no confío, pequé una y mil veces, y si Lucifer me diera la oportunidad, lo volvería a hacer otras mil millones.

¿Cómo no hacerlo tras haber tenido la encarnación de los 7 pecados capitales entre mis brazos?

Y es que Sanji era la lujuria, siempre tentándome con esa piel tersa y nívea, esos ojos que siempre brillaban con perversión — prometiendo una y mil travesuras allí donde nadie podría vernos—, esos labios expertos y carnosos, esas piernas de infarto que tan fácil se enredaban entre mis sábanas y alrededor de mis caderas, esas caricias bajo la ropa, esos besos estremecedores y esos sonidos que eran como la sinfonía más provocativa y sensual que mis oídos pudieron captar en la vida. Hacer el amor con él hasta bien entrada la madrugada era como el mejor de los placeres a los que pude haber accedido.

Sanji también era la pereza, siempre despertando enredado entre mis brazos y piernas como un gatito de cejas rizadas, poco cooperativo en la tarea de levantarse temprano para exprimir el día con lo que fuese (trabajar, comprar, cocinar o simplemente salir del cuarto); no, él siempre prefería cambiar su posición para quedarse sobre mí, para acariciar mi cabello verde y para catar durante un rato muy largo— ojalá pudiera decir que eterno— mi piel salada y mis labios con sabor al sake del día anterior.
Tenía que sacar fuerzas de quién sabe dónde para detenerle en su empeño de seguir arrastrándome por la marea más suave y perezosa, y otro poco para convencerle de sacarle de la cama para empezar un nuevo día.

𝟐𝟒 𝐡𝐨𝐮𝐫𝐬 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐲𝐨𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora