Ambas miradas chocaron, y de inmediato parecía que chispas brotaban alrededor, dos pares de ojos brillantes comenzando a dilatarse conforme iban reconociendo los rasgos del otro. Ella tragó saliva, él humedeció sus labios con la lengua. Como si de un corazón roto se hubieran compartido los pedazos, uno de ellos iba a inclinarse. No era seguro ni tampoco era sano a los ojos de los demás, pero todo indicaba a que harían todo lo contrario a lo que debían.
Ella había sido la que más había cambiado, su expresión segura e inquebrantable había sido sustituida por miradas nerviosas y palidez en los labios. Él había cambiado física y emocionalmente, ella trataba de levantarse otra vez. Sus ojos pasearon por las ojeras de la chica aún anonadada y no pudo evitar preguntarse si él había ocasionado aquella luz opaca que emitía al mirarle
—No..—Fue lo primero que emitió la voz de la chica, leyendo su mente, o al menos eso había creído él. Hasta que prosiguió al hablar— no es cierto.
—Diana.
Él dió un paso adelante, ella redujo su mirada de manera rencorosa.
—Demian.
Uno, dos, tres pasos en reversa, los pies de la chica se doblaban, un par de labios se secaron al llegar una ola de sentimientos familiares sobre la persona contraria, quién parecía desconocida. Cuatro, cinico, seis más y la debilidad la tumbó al suelo, sin quitarle la mirada rencorosa, trató de apoyarse sobre sus manos, falló. Él trató de levantarle, extendiendo su mano y tocando su muñeca, aquel contacto ardió, causando que se retirara de golpe.
Segundo intento, extendió sus dedos, delicadamente rozando la piel contraria pero esta vez no fue el ardor quien me hizo retirarse con brusquedad, fue la voz desgarrada que provenía de la chica.
De sus labios escupió un contundente—: No me toques.
Él quedó cedado en el instante que percibió su perfume, aquel aroma dulce, a vainilla que en sus tiempos le empalagaba, estaba volviendo a sus narinas y como consecuente, se dilataron, su corazón se acurrucó por un corto tiempo, antes de volver a enfriarse. Concentró la mirada en la silueta femenina, quien por la sorpresa, aún no podía sostenerse, los nervios apoderándose y dificultando el encuentro.
Volvió a extender su mano, dispuesto.—Dia-Diana, déjame ayuda-
—Que no... ¡ME TOQUES! —Bramó ella, apretando los dientes, la mandíbula temblorosa, todo su cuerpo se sentía helado.
La noche era fría, salía vapor del pavimento, sólo difuminando la silueta del chico alto que aún encorvado, lucía imponente ante ella. La luz de los postes no era más que tenue, no logrando iluminar los rasgos dolorosos de una mujer con el corazón roto. Ambos estaban sangrando por el otro.
—Escucha... debes levantarte.—Comentó él, echando un vistazo a su alrededor, asegurándose de que ningún testigo viera lo que sucedía. Una vez que confirmó, estaban solos, volvió a verle, sus labios torciendose en una mueca.—Debemos hablar.
Ella se apoyó en sus dos brazos mientras permanecía sentada en medio de la carretera, la violencia con la que respiraba tenía similitud con la furia de un toro antes de ser cruelmente asesinado, humo, echaba humo.
—Hay nada... —Susurró ella, con dificultad.— Hay nada frente a mí.
Los hombros del alto se encogieron, tratando de comprender que quería decir con eso, pero no le hallaba sentido, quería volver a acercarse; volver a abrazarle, a amarle, pintar besos en su vida, sanar su corazón.
Su corazón...
Se puso en cunclillas, y con voz dulce, pronunció.—Podemos solucionar las cosas.
—No solucionaste nada antes, no lo puedes solucionar ahora.—Espetó, dedicándole una mirada sombreada, inquieta, dolorosa.
Sus dedos la tocaron por un segundo, uno en el que logró sentir su alma, robandose un suspiro de parte de la pelinegra, sus labios secos, sus labios partidos. Sintió una chispa en la yema, la había tocado, su piel, vivió en ella sólo un segundo. De pronto, sus rodillas tocaron el pavimento y ambas miradas se conectaron, él brillaba al mirarle, ella se inundaba en lágrimas limpias.
—Podemos volver a estar juntos.—Habló, él con expresión triste.
—No es así, hay nada aquí, no estás aquí. —Murmuró, viendo a través de la frágil postura del chico, por una vez quería dejarlo, quería convencer todos sus sentidos de la realidad, el caer otra vez ya no estaba en sus opciones.
Él se sintió ofendido, intrigado, asustado. Ella comenzaba a tomar valor, esa debilidad se convirtió en rigidez.
Trató de inclinarse pero algo le tiró hacia atrás, como si fuese tomado del cuello con una soga, obligándole a permanecer a cierta distancia de ella, se confundió más.
—P-Pero he vuelto, estoy aquí...
Ella negó, cerrando los ojos, las lágrimas recorrieron sus mejillas lentamente.
—No estás.—Articuló, su voz cayó e hizo eco en su conciencia.
Ladeó la cabeza, dejó de sentir la punta de sus dedos, estaba adormecido, estaba sintiendo que flotaba, pero no le importaba, quería aferrarse a ella, a su calidez porque él se sentía tan frío.
—Diana, ¿qué quieres decir? —Lamió sus labios antes de proseguir.— ¿qué estás queriendo decir? Estoy aquí...
Todo se desvaneció en sus manos.
Ella abrió los ojos y todo el escenario a su alrededor cambió. La carretera eran ahora sábanas blancas, los árboles, eran paredes de madera, la luz de un poste, era ahora la luz de una vela a punto de ser consumida por completo.
El dolor de su pecho la llevaba al punto de sentir su cuerpo entero latir con fuerza, lo sintió tan real. Parpadeó lentamente antes de restregar las manos sobre sus ojos, liberandose del mal sueño que se encargó de robarle la calma. Una vez sentada en el colchón, miró la foto rota que posaba sobre la mesa de noche; un chico alto, moreno, sonreía abiertamente mientras sostenía un certificado de preparatoria. Demian. Ella le miró con ligero reproche, casi queriendo regañar el retrato porque era lo único que tenía de él al despertar.
—Siempre es lo mismo contigo —Ella dijo.—, ya no lo voy a creer, eres ya solo un sueño —Dicho eso, se puso de pie.— tú estás muerto.
Seguido, se impulsó para levantarse de la cama, dispuesta a cruzar el umbral de su habitación. Hace aproximadamente un año que su mejor amigo había cometido el error de beber alcohol y tomar el volante del auto que lo llevaría a terminar en los sueños de Diana.