Los Sapos de la Laguna

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—¿Seguro que no estamos perdidos?

—Que no, este es el camino. Ya debemos estar cerca, deja de quejarte.

El joven miró a su amigo y resopló, todavía se preguntaba cómo se dejó convencer. Lo conoció en la universidad donde ambos asistían a un taller de historia y mitología vikinga, la química fue inmediata, compartían la misma pasión por los antiguos moradores de Escandinavia. Se hicieron amigos de confianza y una noche le mostró algo que lo dejó sin palabras.

Poseía una piedra rúnica con siglos de antigüedad, incluso tenía el documento que aseguraba que era auténtica. Esta era una especie de mapa que, supuestamente, indicaba el camino al escondite donde yacía un antiguo artefacto que permitía a aquel que lo poseyera ejercer el seiðr*, la poderosa magia nórdica. La piedra había permanecido en su familia por generaciones y desde que llegó a sus manos se obsesionó con hacer lo que ninguno de sus antepasados hizo, buscar la reliquia.

Necesitaba alguien que lo acompañara, en quien pudiera confiar y no lo tildara de loco, y ese alguien resultó ser él. Aunque se mostró reticente al principio finalmente aceptó, después de todo, la idea de lanzarse a una aventura a lo Indiana Jones por las tierras Escandinavas sonaba excitante. Sin embargo, luego de llevar horas subiendo una ladera rocosa, ya no le parecía tan genial.

—¡Joder, otro más!—gritó exasperado sacudiéndose con rabia al animal que había aterrizado sobre su hombro.

—Es solo un sapo, no te va a comer.

—Los odio—replicó, pateando al anfibio para que se alejara—. ¿De dónde demonios salen tantos?

No recibió respuesta, su amigo corría hacía un túmulo de piedra, sus manos se movieron ansiosas por este y gritó de emoción. La roca tenía runas antiguas talladas en su superficie, coincidían con las de la piedra que su familia guardó. Rodeó el túmulo y quitando la maleza que lo cubría descubrió una disimulada entrada.

—¡Hallamos la gruta! Ves como no estábamos perdidos. Entremos.

Se deslizaron por la estrecha caverna alumbrándose con linternas, ante ellos aparecía lo que claramente era un camino tallado en el suelo rocoso. Iluminó las paredes de la cueva y lo que vio le arrancó una exclamación de alarma, el lugar estaba plagado de sapos. Estaban posicionados a todo lo largo del túnel, la luz artificial hacía lucir aún más repulsiva la piel verrugosa, que brillaba, asquerosamente húmeda. Se le revolvió el alma ante semejante visión, los sapos siempre le provocaron un verdadero asco y trataba de evitarlos a toda costa, hallarse frente a tal aglomeración de ellos era su peor pesadilla.

—Pues mira, ahora sabes de donde venían. Ni los mires, sigue caminando.

Su amigo conocía de su repulsión, pero no estaba dispuesto a dejar que esta le impidiera avanzar.

—No podían ser otra cosa, tenían que ser sapos, maldición.

—Mejor que serpientes venenosas. Son inofensivos, deja la tontería que estamos muy cerca.

Continuaron su avance, el número de sapos iba aumentando a medida que se adentraban más en el pasaje, hasta el punto de cubrir la totalidad de las paredes. Luchando contra la repugnancia hacía lo posible por mantener la vista en un punto donde no pudiera verlos, sin embargo, sentía como los miles de ojos amarillentos lo observaban. Sin poderlo evitar giró la cabeza, sus pelos se pusieron de punta, todos los diminutos orbes estaban fijos en él siguiendo sus movimientos, y aquellos ojos no parecían los de una criatura simple, eran expresivos, inteligentes. ¿Acaso su fobia lo estaba haciendo imaginarse cosas? Lo más probable, la gran aversión que sentía por estos animales sugestionaba su cerebro, era la única explicación.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2019 ⏰

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