Capítulo 1

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Desde hacía unas semanas, el doctor John H. Watson cogía todas las mañanas la línea de metro de Bakerloo, concretamente en dirección Elephant & Castle, a las 7 de la mañana, puntual como un reloj.
Es cierto que había otras líneas de metro que le dejaban más cerca de su trabajo en una afamada clínica Londinense, pero no tenían parada en Baker Street, donde se subía cada mañana ese misterioso y cautivador hombre que había hecho que el doctor deseara levantarse algo más temprano solo para poder admirarle.
Venía de hace tiempo el hecho de que sus constantes pesadillas sobre la guerra de Afganistán, en la que había participado, le habían quitado gran parte de su emoción por vivir, pero por algún motivo poder observar durante unos minutos de manera indiscreta a ese hombre que había obsesionado su mente le hacía sentir una punzada de ilusión en su corazón.
Es por eso que, siguiendo esa punzada a modo de señal del destino, el doctor decidió una otoñal mañana de lunes vestirse lo más elegante que pudo, sin que resultara un atuendo extravagante para ir a trabajar, a pesar de que sabía que su inseguridad haría que le fuera imposible saludar al hombre extraño de la parada de Baker Street.
Una vez listo, agarró su bastón y bajó las escaleras de su piso para dirigirse a la estación de metro, muy nervioso, y se sentó al lado de la puerta del vagón donde siempre se subía él. Enseguida el tren llegó a Baker Street, y el hombre, por casualidad, se sentó justo en frente del doctor, que comenzó a mirarle furtivamente. Iba vestido como cada mañana con un bonito abrigo negro largo, una bufanda azul, junto con un pantalón de traje y zapatos negros. Se le veía somnoliento, pues un poco después de sentarse, mientras miraba por la ventanilla del vagón, soltó un bostezo que hizo enternecer al doctor.
Unos segundos más tarde la mirada del hombre se posó sobre el doctor, que empezó a ponerse muy nervioso. Tragó saliva y le miró de vuelta, y pudo apreciar mejor los hermosos ojos azules del hombre extraño, que parecían examinarle el alma debido a la profunda mirada que poseían. El hombre soltó un suspiro, lo que hizo que John cerrara los ojos de pura vergüenza. Notó como sus manos temblaban por el nerviosismo, y en un minuto que le pareció eterno por fin los megáfonos del metro anunciaron su parada. Se bajó, sin volver a mirar al hombre por pura vergüenza, y se dirigió a la salida que le llevaba hacia la calle que quedaba más cerca de la clínica donde trabajaba, no sin pensar que necesitaba averiguar la identidad del hombre de Baker Street, pues esa mirada que vió en él había despertado en su corazón un sentimiento que llevaba demasiado tiempo apagado.

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