-Jennie-
Cabeza baja.
Respiración acompasada.
Manos entrelazadas firmemente sobre su regazo.
Su vestido escarlata, impoluto, perfectamente planchado, que le cubría hasta un poco más arriba de las rodillas, el cuello en v dejando entrever la suavidad de su piel, jamás mostrando más de lo necesario, siempre con ese especial cuidado.
Y su cabello chocolate, cayendo perfectamente sobre sus hombros, la delicada brisa que entraba por la ventana acariciando cada detalle, algunos mechones escondidos detrás de su oreja.
Postura perfecta.
Apariencia perfecta.
Perfecta.
Eres un fraude, Kim Jennie.
Tres suaves golpes en la puerta, ella tensándose de inmediato, los latidos de su corazón disparándose en su pecho.
Inhaló -Adelante- en un hilo de voz.
Estaba de espaldas, el sol matutino entibiándole la piel, pero hasta ese momento no había sentido real calor, la respiración que se hacía paso dentro de su cuarto causándole un subidón de temperatura.
-Señorita Kim- un susurro, que la acariciaba toda.
Jennie se dispuso a ponerse de pie.
Encontró sus ojos como tantas veces.
Chocolate fundido, a veces dulce, a veces amargo, que le devolvía la mirada con intensidad, como si estudiara cada detalle.
A eso se había reducido su, alguna vez, hace mucho tiempo ya, inmensa cercanía. Cuando no existía el señorita antes de su nombre, cuando para él ella no era nada más que Jennie, su Jennie, y creía estar segura de que nada ni nadie podría jamás quitarle esa felicidad.
Miradas lejanas, llenas de palabras que parecía ninguno de los dos se atrevería jamás a decir, y un ruego, silencioso, pero tan claro como el agua.
¿Sería él capaz de verlo con tanta claridad como lo hacía ella?
¿O, como tantas cosas, era víctima de su inmensa imaginación?
Se quedó unos segundos contemplándolo.
Su traje impoluto, de color negro, perfectamente planchado, cubriéndolo a la perfección, acentuando sus músculos bajo la tela.
El comunicador en su oreja derecha, la pistola descansando en sus caderas, y su mano cerca de ella, siempre preparado a actuar ante cualquier amenaza, a protegerla cuando fuera necesario.
Porque al fin y al cabo ese era su trabajo.
Ella era su trabajo.
Seguir cada uno de sus movimientos.
Poner su vida antes que cualquier cosa, incluso antes que la suya propia.
Inhaló, una tímida sonrisa asomándose en sus labios, y una extraña sensación de vacío apoderándose de su pecho.
-Buenos días, Taehyung.
Y exhaló.