Es bastante común que desde pequeños, nuestros padres nos enseñen a obedecer sus indicaciones, o bien, las de otro adulto, y siempre y cuando sean para nuestro propio bien. En la mayoría de los casos, los niños responden extraordinariamente a estas indicaciones, hábito que se llevan consigo hasta la tumba. Por otra parte, están aquellos niños que, ya sea por rebeldía o porque les causa curiosidad el saber qué pasará si no la siguen, ignoran lo que, en el mejor de los casos, se les pide amablemente. Yo, pertenezco a este último tipo de niños, o pertenecí, ahora como adulto, son pocas las personas que me dan indicaciones, las cuales atiendo por educación. Sin embargo, la indicación que se me dió aquella noche, y el no seguirla, trajeron a mi vida, la única vez que he renegado de mi incansable curiosidad.
La lluvia de esa noche y las altas horas que el reloj marcaba, me obligó a hacer una parada en un motel a la orilla de la carretera, donde tuve que pasar la noche. Dado que no era una época vacacional, el motel estaba prácticamente vacío, cualquier ruido provocaba un eco profundo y penetrante, debido a esto, mis pasos se hicieron oir hasta la recepción, donde se asomó un joven delgado, cuya expresión denotaba cansancio y cierta inquietud, me saludó con una voz tímida -Buenas noches, señor- enseguida respondí -buenas noches, jóven. ¿Me podría proporcionar una habitación?- a lo que respondió. -Vaya suerte la suya, sólo hay una disponible, ya que las demás están en mantenimiento, y una… bueno, no importa. Le asignaré la habitación 5.-
La pequeña pausa que el recepcionista hizo me llamó la atención, y como ya he mencionado, mi curiosidad reaccionó en ese mismo momento, sin embargo, no fue necesario preguntar que había con esa habitación, pues el jóven enseguida de entregarme la llave, me hizo un comentario. -Aquí tiene la llave de su habitación, señor. Sólo me queda decirle lo siguiente: en la habitación contigua a la suya, hay una advertencia, le voy a pedir que por favor, la siga atentamente-. No pregunté por qué, le di las gracias al recepcionista y me dirigí a la habitación. Al dar con ella, observé la puerta siguiente, que estaba sellada con cinta policial e inscrita en ella “No pase”, sin embargo, la advertencia a la que se refería el recepcionista era una escrita en una hoja de papel, con una letra casi invisible pero perfectamente legible de cerca: “No mire por el orificio”. En ese momento, noté que la puerta no tenía picaporte, sólo se encontraba el orificio donde se supone que éste debía estar. Sin embargo, el orificio se encontraba obstruido por la cinta policial. Por primera vez en la vida decidí obedecer una indicación y procedí a entrar a mi habitación y dormir, pues planeaba irme en cuanto despertara.
El reloj marcaba las 3 am y no lograba consiliar el sueño, era mi curiosidad por saber lo que había tras esa puerta, la intriga del por qué la cinta y el no mirar por el orificio del picaporte. Supuse que algún crimen se había cometido recientemente y la policía aún investigaba, pero eso no respondía a el por qué no mirar por el orificio, y aún si así fuera, la entrada al motel en general estaría restringida. No lo resistí más, me levanté de la cama y me dirigí hacia esa puerta, toqué como si alguien estuviera ahí, esperando recibir respuesta, la cual no llegó, traté de empujarla, pero estaba fírmemente sellada… sólo quedaba una cosa por hacer. En cuanto pensé en eso, el sudor comenzó a escurrir por mi rostro, mis piernas y mis brazos temblaban y mi corazón golpeaba fuerte y con frecuencia mi pecho. Después de respirar profundo, tratando de calmar mis nervios, me agaché, rasgué la cinta que cubría el orificio y léntamente asomé mi mirada. El cuarto parecía estar en orden, la cama tendida, la lámpara y el tocador que estaba a un lado también, la televisión pequeña que había frente a la cama estaba apagada y sólo lograba distinguir todo esto por un pequeño rayo de luz que entraba por la ventana. Seguí verificando la habitación cuando mi mirada se topó con una mujer sentada frente al tocador, no logré ver su rostro debido a que el espejo parecía estar roto. No se me ocurrió hablarle, ni llamar su atención, quizá fue por el escalofrío que recorrió mi espalda en el momento en que la vi, me enderecé y caminé de nuevo a mi habitación, con una sensación de que ahí es donde debí quedarme desde un principio, sin embargo, lo hecho hecho estaba.
Por unas horas logré dormir, pero volví a despertar cerca de las 7, aún consternado por lo que había visto. Me dirigí una vez más a la habitación en cuestión y me asomé por el orificio, esta vez no vi las cosas en orden, ni la cama, ni a la mujer, sólo observé un fondo complétamente rojo, lo cuál me pareció extraño, y pensé que tal vez la mujer se había dado cuenta de que estuve observando y colocó alguna prenda en la puerta para que nadie hiciera lo mismo. Enseguida recogí mis cosas y fui a la recepción a entregar la llave. Estaba otra vez ahí el recepcionista, con una expresión mucho más inquieta que la de anoche y esta vez un tanto molesta, notó cierta inquietud en mí. Sólo me miró fijamente por un corto tiempo y exclamó -Miró por el orificio… ¿cierto?-. Su mirada fue tan penetrante, exigiendomé violentamente la verdad. -Si, lo hice-. Su expresión ahora se tornó a una de tristeza, suspiró y me dijo -bien, supongo que no se puede ir con la duda, permítame contarle: Hace dos años, un matrimonio pasó la noche en esa habitación, el hombre al parecer se molestó demasiado con la mujer, como si hubieran peleado antes de que llegaran aquí, esa misma noche, el hombre perdió el control rompió el espejo de la habitación, y asesinó a la mujer con los pedazos de este, después de que el cadaver de ella ya hacía en el suelo, frío y sin vida, le sacó los ojos, con los mismos pedazos de vidrio con los que le dio muerte. Un año después, una persona que se hospedaba en la misma habitación en la que usted se hospedó, juró ver a una mujer que se asomaba por la rendija de la puerta de la habitación donde ocurrió el homicidio, -¿y era el fantasma de ella?- dije yo -si… y sólo pudo concentrarse en una cosa- dijo él -¿cuál?- pregunté yo. -… Sus ojos rojos-.