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La lluvia caía fuera aislando el viejo departamento en su propio silencio. Steve estaba en la cocina, hirviendo agua mientras miraba fijamente la ebullición de la misma. Llevaba solo su pantalón de pijama, y aunque el agua caliente salpicaba su pecho desnudo, apenas podía notarlo. Estaba más atento en sus pensamientos que en lo que ocurría alrededor.

Se sentía tenso. No, realmente solo estaba asimilando todo.

Del otro lado del departamento, una chica castaña terminaba de abotonarse la camisa de pijama que hacía conjunto con el pantalón de Steve. Terminaba de cubrir los pechos firmes y se hacía el cabello en una coleta. Un rayo tras la ventana llamó su atención. Miró atenta el cielo hasta que escuchó el trueno que hizo temblar las ventanas. No se inmutó, siguió mirando hasta notar su reflejo.

La imagen de mujer joven seguía ahí. Contemplaba su reflejo mientras estaba sentada en el suelo de ese departamento anticuado. Recién había retozado con el hombre que estaba en la cocina. Colocó su mano en los labios, meditando. ¿Cómo diablos habían llegado a eso? Miles de preguntas aparecieron en su mente que la hicieron entrar en pánico. Antes de que pensara, siquiera, en escapar, el rubio apareció en la puerta, serio y pensativo. Steve la miraba atentamente, con una taza de té sostenida con ambas manos.

—Está caliente—advirtió Steve, ella solo se limitó a sonreír y asentir.

El rubio se acercó y le ofreció la taza. El vapor era demasiado caliente, tomó un sorbo, con Steve aún sosteniendo la taza. Se quemó los labios, Steve se disculpó pero parecía absorto en otra cuestión. Ella negó, tomó la taza y la colocó en la mesita de la sala. Se limitó a sonreír, esperar que se enfriara. Se levantó, miraba a Steve que seguía con ese ceño fruncido y en silencio, como si pensara algo importante. Aún así, era adorable.

—Se supone que hoy tengo una fiesta—mintió ella—. Debería irme.

No esperó respuesta y giró para recoger su ropa. Antes, siquiera de que pensara en agacharse y recoger su ropa, Steve la tomó de la muñeca, la hizo mirarlo. Seguía con ese ceño fruncido pero había algo en el rostro de ese hombre... una súplica. Con esos ojos de cachorro le suplicaba quedarse. Ella... estaba realmente confundida.

Steve, decidido, la llevó al sillón. Con agresividad la recostó, podría jurar que estaba jadeando. Ella iba a quejarse cuando notó a Steve sacando su enorme erección. Sus labios apenas si articularon una palabra pero las ansias del hombre se sentían en el aire. Retrocedió un poco, estaba cediendo demasiado fácil a las insinuaciones.

—Lo acabamos de hacer...

Steve la recostó en el sillón para abrir sus piernas, ella solo jadeó pues también quería volver a hacerlo. Steve la había hecho sentir mejor que nunca. El rubio metió sus dedos en los pliegues rosas. Ella seguía mojada y no fue necesaria tanta preparación, recién lo habían hecho. Steve la tomó de forma salvaje, con urgencia y gruñendo en su oído. Ella solo gimió mientras se sujetaba de los hombros desnudos. El chasquido de su unión inundaban la habitación.

Steve arremetió con fuerza. El sillón se movió al compás. Los gemidos resonaban. La taza de té se había caído. Steve gruñía desesperado y ella miraba al techo, con el placer en la boca y perdiéndose en el gozo.

Él no la dejaría ir.

No esa noche.

—Tony...—gimió para seguir embistiendo.

...

Había sido una mañana bastante caótica. Tuvieron que enfrentar a varios enemigos antes del desayuno. Tony se ponía de malas si no le dejaban tomar su café en las mañanas. Steve tuvo que ayudarlo en varias ocasiones porque simplemente no carburada su cerebro sin café. Todos estaban agotados y hambrientos. En cuanto llegaron al complejo de los Ultimates, Tony corrió por su taza de café y sintiendo que era persona.

Hombre | STONY 1610Donde viven las historias. Descúbrelo ahora